
Viajes y naturaleza
La isla subtropical a menos de tres horas de Madrid que lo tiene todo: miradores, barcos y agua cristalina
Cuando la Península se empieza a encoger por el frío, este rincón ofrece otra cosa bien distinta
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A solo dos horas y media de Madrid empieza otra España que huele a sal y a lava. El archipiélago canario se apoya en la placa africana y su historia geológica se lee como un libro abierto. Incluso el nombre del conjunto rompe tópicos porque nace de la palabra can y remite a los perros que pastoreaban en estas islas. En Tenerife manda una silueta que no necesita presentación. El Teide impone con sus 3.718 metros y recuerda que aquí hubo un edificio mayor que cedió hace muchísimo tiempo. La isla se entiende mejor cuando se mira esa cumbre y se escucha lo que dice el mar.
Los Gigantes
En el suroeste aparece una barrera que cae sobre el Atlántico. Son los Acantilados de Los Gigantes y verlos de cerca produce una mezcla de vértigo y calma. El basalto se desploma en terrazas y el agua se vuelve transparente junto a la roca como si el océano quisiera enseñar su maquinaria. Desde arriba la escala descoloca y desde una embarcación todo se convierte en teatro natural. Hay lugares que obligan a sentarse y a mirar con toda la calma del mundo. Este es uno de ellos.
Invierno y un plan que funciona siempre
Cuando la península se encoge por el frío el sur de Tenerife ofrece otra cosa. Tregua. Bastan unos días para cambiar de ritmo. Caminar por la costa. Pararse en un mirador. Salir a buscar ballenas y delfines en una franja marina que reúne vida todo el año. Varias empresas locales trabajan con guías que cuentan lo que sucede bajo la lámina del océano y promueven un trato respetuoso con los animales.
Dos caminos hacia la altura
El Teide llama a quien quiere tocar el techo del país. La ruta clásica sube desde Montaña Blanca y exige paciencia porque son kilómetros con desnivel que se notan en las piernas y en la respiración. La alternativa recurre al teleférico que salva en minutos el tramo duro y deja al visitante en La Rambleta. Desde ese punto parten rutas panorámicas y el sendero que remata la cumbre con acceso controlado para proteger el entorno. Conviene reservar con tiempo y aceptar que el viento decide si el remonte opera o no. La montaña pone las normas y eso también forma parte del viaje.
Consejos para evitar sustos
El sol engaña incluso cuando llega el otoño. Mejor llevar protección y gorra y beber agua con constancia. En altura el cuerpo acusa la sequedad y un paso prudente vale más que cualquier foto heroica. Un calzado que agarre bien y una chaqueta ligera marcan la diferencia cuando sopla el alisio. Si no apetece apurar la cumbre quedan opciones excelentes con miradores hacia Pico Viejo o La Fortaleza y con ese mar de nubes que parece un océano colgado sobre el valle de La Orotava.
Un volcán que explica la isla
El conjunto del Teide y Las Cañadas muestra cómo trabaja el tiempo. Hubo deslizamientos antiguos y colapsos que abrieron la caldera y dejaron cicatrices visibles. A veces circula la fantasía de oleajes imposibles que cruzan el Atlántico. La ciencia rebaja el dramatismo y recuerda que aquellos episodios fueron excepcionales. Lo fascinante está en otra parte, en los domos, en las coladaso y en los roques.
A Tenerife siempre hay que volver
Tenerife no cabe en una sola etiqueta. Es litoral abrupto y altura cercana al cielo. Es invierno suave y también manual de escalas que pone a cada cual en su sitio. Entre acantilados y un volcán que ordena el horizonte se entiende por qué tantos viajeros repiten. La isla sorprende con naturalidad y es esa la que termina quedándose en la memoria.
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