Sociedad

Un día en el Salón Internacional del Vehículo Clásico

Allí había de todo, en exteriores podíamos ver los míticos bigotes del SEAT 600 en todas sus variantes, los elevados morros de los Citröen GS, la simpática cara del Renault Dauphine o la mítica caravana Volkswagen Kombi símbolo de la era hippy

Alfon Arranz el Salón Internacional del Vehículo Clásico
Alfon Arranz el Salón Internacional del Vehículo ClásicoLa RazónLa Razón

Un año más, en la casa de campo de Madrid, ha tenido lugar el evento del Salón Internacional del Vehículo Clásico. La “Classic Madrid” reunió hasta la bandera a miles de profesionales y aficionados al motor clásico en el pabellón de cristal. Cientos de vehículos llenaban las instalaciones y calles aledañas y el sonido y el aroma de un viejo motor invadían el alma y el ambiente. Y en medio de todo ello estaba yo, cual niño encerrado en una juguetería la noche de reyes, intentando asimilar visualmente tantas preciosidades en diseño y técnica, tuve que pedir perdón varias veces a mis acompañantes por el tiempo que les tuve de pie, pero lo siento esto es mi paraíso.

Allí había de todo, en exteriores podíamos ver los míticos bigotes del SEAT 600 en todas sus variantes, los elevados morros de los Citröen GS, la simpática cara del Renault Dauphine o la mítica caravana Volkswagen Kombi símbolo de la era hippy. Ya dentro del pabellón cada rincón presentaba distintas lujurias para mi mente: Puestos de recambios de clásicos, revistas de los 70 y de los 80 sobre automoción, juguetes de Guisval, Mira, Matchbox o Guiloy, y maquetas de todo tipo. Había tanto material que abrumado abandoné la exposición tras cinco horas de impregnación sensorial y me fui a un buen restaurante cercano a tomarme sidra y cachopo mientras pensaba, entre los pimientos de padrón y la tarta de queso, en que nos ha pasado respecto al diseño de los coches.

Ahora mismo, tenemos unos sistemas de seguridad impensables hace unas décadas, y el automóvil se ha refinado en cuanto a consumo y en cuanto a ser un salvavidas en caso de accidente hasta límites inimaginados, pero algo me rechina aún.

Antes los coches tenían una personalidad arrolladora, el diseño era orgánico, antes “hablaban”, y salvo algunas marcas que aún consiguen lograr ese impacto feliz en el consumidor, lo cierto es que la estética actual se ha dejado demasiado en manos de programas informáticos. Y no me vale la excusa que son más aerodinámicos, puesto que el Citroën CX, creado en 1971, marcó un hito en plena era de la gasolina normal y la gasolina super.

En esos pasillos del salón redescubrí bellos Lancia, imponentes Ferraris, preciosos Porsches, majestuosos MG y rarezas como un Renault 18 ambulancia, un Simca 1000 bastante impecable o un Talbot Samba Cabrio Rallye. Entre salvajes motocicletas desde tiempos pretéritos mi mente miraba de reojo la era del patinete eléctrico. Lo brutalmente bello se mezclaba con experimentos bizarros y complejos inventos de varillaje que tiempo atrás buscaban dar la libertad ansiada por el hombre a través de eternos caminos y primitivos asfaltos. Ahora toda esa maquinaria tiene miedo en salir a rodar, acobardados por multas y consignas que merman cada año el interés y desilusionan a un gremio cada vez más desprotegido que lo único que quiere es rodar con sus viejos cacharros que han sido ya muy bien amortizados en pro del ecologismo más europeo.

En plena era de la electrificación, los combustibles sintéticos sin duda son la siguiente revolución que permitirá volver a mirar con optimismo a los motores de combustión.

Mientras, yo seguiré usando mis viejos 600, Talbot y Volvo, y aunque no esté a la altura del más básico de los grandes coches, me siento parte de esta liga, de los vaqueros con ruedas que paladean cada instante de rodar y rodar.

Adopten un clásico, damas y caballeros, su vida y gratificación emocional se verán recompensadas con creces. ¿Quién no querría tener un pedacito de la historia en el garaje de su casa? Vivan la vida en cuatro velocidades.