Cataluña

ERC se abraza a Colau para sortear la pinza entre JxCat y la CUP

Cambio de alianzas en Cataluña: Aragonès se apoya en los Comunes para sobrevivir y da por descartada la moción de confianza para 2023

El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès.
El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès.Enric FontcubertaAgencia EFE

Aunque 2022 estará exento de citas electorales en Cataluña (si no hay cambios inesperados), hay muchos elementos que pueden contribuir a dinamitar los débiles cimientos sobre los que se asienta actualmente la política catalana: de entrada, está el décimo aniversario del «procés», que puede convertirse en un aliciente para ciertos sectores del independentismo para intentar recalentar el proyecto rupturista; pero, sobre todo, está la preparación de las elecciones municipales previstas para 2023 que va a forzar a todos los partidos que forman parte de la ecuación de la gobernabilidad a tomar posiciones cada vez más inconciliables.

En este contexto, Esquerra, que lidera la Generalitat, tendrá que surfear todas las olas con el máximo acierto si quiere retener el poder del Govern y culminar su intento de asaltar el área metropolitana de Barcelona que se disputará con el PSC (con Barcelona capital como joya de la corona). Y, de momento, la línea que tratan de seguir en la sala de máquinas de los republicanos pasa, cuanto menos, por mostrarse conservadores y evitar errores no forzados: se quitan de encima el compromiso de celebrar una cuestión de confianza a Pere Aragonès en pleno ecuador de legislatura y antesala de las elecciones municipales, pero tratan de mantener los mimos a la CUP lanzando promesas en público de que cumplirán con el acuerdo de investidura para evitar que los anticapitalistas sigan la senda de JxCat y alimenten aún más la campaña de desgaste contra ellos.

Y es que este mismo 2022 se atisba la formación de dos bloques: por un lado, Esquerra y el partido de Ada Colau (Comunes), que tratarán de mantener su alianza para sacar adelante los principales proyectos legislativos; y, por otro lado, PSC, JxCat y la CUP, que, aunque estén en las antípodas, buscarán, cada uno por su cuenta, su cuota de poder y protagonismo frente a Esquerra.

Los republicanos descartan cambios en las alianzas por ahora, pese a que desde algunos sectores (JxCat y CUP, esencialmente) se intente acusarles de formar un tripartito encubierto con PSC y Comunes. En Esquerra dan por imposible que vayan a gobernar en solitario (no tienen fuerza suficiente para expulsar del ejecutivo a JxCat y asumen que los posconvergentes tampoco se van a atrever a salir a pesar de algunas bravuconadas) pese a que hay muchas voces que así lo desearían y tampoco quieren oír hablar de pactos con el PSC en plena batalla por la hegemonía del área metropolitana de Barcelona. Los socialistas catalanes se han ofrecido con insistencia para ganar presencia en el tablero político, pero se han encontrado siempre con el rechazo de ERC. Sí que ha habido tímidos acercamientos de republicanos y socialistas, pero han sido más bien forzados por las circunstancias, como el pacto para renovar TV3, que requería de unas mayorías amplias que solo eran posibles uniendo a los tres grupos parlamentarios más importantes.

El apoyo más estratégico que tienen los republicanos es el de los Comunes –pese a que quieran evitar elevarlo a socio (condición que solo dan a la CUP)– porque es el partido que menor amenaza supone de cara a las elecciones de 2023 y también permite explotar las contradicciones de JxCat ya que se está viendo obligado a pactar con un partido con el que se profesa mucha hostilidad y el acuerdo está mal visto por sus votantes. No obstante, esta alianza puede tener límite temporal porque los morados tampoco tienen intención de proyectarse como el balón de oxígeno que da vida a un Govern integrado por JxCat. De ahí que más pronto que tarde puedan empezar a exigir a Aragonès que los pactos solo podrán alcanzarse si es cambiando de coalición de Govern.

Con Colau, Esquerra puede sobevivir por el momento a la ofensiva de la CUP y a las trabas que vaya imponiendo JxCat. En Esquerra ya tienen asumido que los posconvergentes tenderán todas las trampas posibles, pero pueden empezar a darse de bruces con el desgaste de la CUP, que todavía no habían probado. Los anticapitalistas ya han advertido que quieren la moción de confianza a Aragonès en 2023 (que el president ha dado ya por descartado) y avisan que a partir de ahora va se van a dedicar a «desestabilizar» al Govern porque, según entienden, está incumpliendo con los compromisos de la investidura.

Madrid es harina de otro costal para Esquerra porque pese a que aprieta mucho al Gobiero (ahora con la reforma laboral, que amenaza con acabar tumbándola), tiene pocos incentivos para descolgarse de la gobernabilidad porque se ha convertido en un escaparate muy provechoso para exhibirse como partido responsables, serio y fiable.