Opinión
La cárcel del Mar de Sitges
Los niños, los adultos, los navegantes y los nadadores se han visto sustituidos
Si caminan ustedes por el Paseo Marítimo de Sitges, verán al lado del mar una valla que rodea un edificio cuya similitud se aproxima a la Prisión de Brians; es lo que ya empieza a ser conocido como «La cárcel del Mar de Sitges».
Estas vallas tapan las instalaciones de lo que fue el Club de Mar, inaugurado como tal en 1953, si bien tenía antecedentes; por ejemplo, la piscina que fue inaugurada en 1932 por el presidente de la República Manuel Azaña.
Desde entonces centenares de practicantes de vela ligera, de natación en mar abierto, en piscina, de paddle surf, etc., han practicado allí deporte, y entre ellos muchos niños que han aprendido además a amar y disfrutar del mar. De allí han salido campeones del mundo, de Europa, de España, de Cataluña, de distintas especialidades.
Es cierto que el Club de Mar tenía un problema de concesión administrativa —les ahorro detalles—, pero un buen día llegó una carta para derribar el edificio construido por el gran arquitecto catalán Coderch; se había ya concursado la empresa para el derribo: 200.000 €. Naturalmente, los jueces lo tumbaron, y el Club de Mar sobrevivió en verano. Entonces la administración se aferró al cierre de la actividad.
Pero sucedió algo. Pilar Calvo, diputada en el Congreso por Junts per Catalunya, persona que sabe —y mucho— de deportes, y que entiende lo que es un club marítimo, le metió un viaje a la Sra. Aagensen, madrileña y ministra de Transición Ecológica y Reto Demográfico. Esta no sabía por dónde salirse, lo que por lo visto provocó broncas en cadena.
Ahora sí había que matar definitivamente al Club de Mar: difundir el bulo de que es un club de «pijos», cuando era un espacio de libertad y convivencia. Ahí podían ver ustedes cenando a Fernando Almeida, quien fuera traductor personal de Angela Merkel, junto a su marido Franc; o a Susanne Baer, magistrada del Tribunal Constitucional alemán —además la más progresista que ha habido en Alemania—, con su pareja, toda una señora; junto a la presidenta del club, casada con un policía local; o mi madre, que era la socia más antigua.
El Club de Mar de Sitges era el vivo ejemplo del concepto de libertad que tiene este pueblo: a nadie le importa lo que pienses, ni con quién te acuestas, ni lo que hagas, y esto a los sectarios no les gusta.
Pues bien, la justicia fijó un día y una hora para el cese de actividad, tras la insistencia de la administración. El día fijado no apareció nadie, el club mantuvo la alarma, hubo dos intentos de ocupación. La administración apareció a las ocho de la mañana varios días después, con una guarnición policial de tres furgonetas llenas de mossos debidamente uniformados.
¿Por qué todo? ¿Por qué así? Verán, la clave: ese fin de semana Puigdemont decidía si rompía con Sánchez. Junts apostaba fuerte por el apoyo a los clubs y propuso algo muy sensato: que siguieran funcionando hasta que quedase jurídicamente clara la cuestión de los límites marítimo-terrestres.
No, no y no: hay que acabar con los clubs de playa. Y como Puigdemont y Sánchez rompieron peras, los niños, los adultos, los navegantes y los nadadores se han visto sustituidos por la nueva Cárcel del Mar de Sitges.