Opinión
Cervantes, cautivo de Amenábar
Que el escritor fuera homosexual es algo de lo que no hay ningún indicio con base sólida
Resulta ya habitual en los últimos años el caso de los creadores, como les llaman ahora, que se aprovechan de símbolos y personajes religiosos para plasmar sus ideas artísticas, casi siempre irrelevantes, y que por eso mismo necesitan de un señuelo o un elemento provocador para llamar la atención del público. Y no faltan tampoco los que están empeñados en revisar autores y obras del pasado con el propósito de acomodarlos a sus gustos, idearios o prejuicios.
No parece que un director de tan reconocido prestigio como Amenábar necesite recurrir a esas artimañas, pero la mayoría de las opiniones negativas que sobre su obra se han emitido van por ese camino. Está de sobra justificado que se cuenten los años de cautiverio de Cervantes, y que se indague en las circunstancias vitales del escritor. Pero el anzuelo de la película, por lo que uno ha leído, parece estar en la relación con el virrey o gobernador –el bajá– de Argel… Ciudad por entonces en poder de los turcos, y a la que Cervantes fue conducido como cautivo en septiembre de 1575 cuando, al regresar a España desde Nápoles, la galera en que navegaba fue apresada por corsarios berberiscos frente a la costa catalana. Cinco años estuvo allí como prisionero, durante los cuales acometió cuatro intentos de fuga, que fracasaron. De todos ellos se declaró responsable y organizador, y, aunque se le impusieron severos correctivos –fue encerrado en un “baño” o presidio durante varios meses, condenado a recibir dos mil palos, recluido con grillos y cadenas y estrechamente vigilado en la cárcel del palacio del propio bajá–, tras las cuatro tentativas se le perdonó la vida. Así hasta que en 1580 fue rescatado por los frailes trinitarios, que, con la suma aportada por la familia de Cervantes y lo recolectado por ellos mismos entre los mercaderes cristianos, lograron reunir los 500 escudos exigidos para su liberación.
Cervantes no era, pues, un prisionero cualquiera, llevaba un escrito de recomendación de don Juan de Austria y del duque de Sessa, y sus intentos por escapar le delatan como un hombre inteligente y de recursos, de modo que no es raro que el bajá se fijara en él y que le tratara con especial deferencia. Pero de ahí a que mantuvieran una relación del tipo que fuera –lo cual lleva a considerar que el escritor fuera homosexual, algo de lo que no hay ningún indicio con base sólida, solo suposiciones y sospechas– dista un trecho. El concepto de homosexualidad actual se parece muy poco al de aquella época, y las diferencias se acrecientan si hablamos, como es el caso, de los usos y costumbres bajo el Imperio Otomano. Más bien parece entonces que Amenábar haya querido llevar el agua a su molino y leer hechos y conductas del siglo XVI con gafas –o anteojeras– del siglo XXI.