
Arte
Cuando Picasso dejó Barcelona por París
Christie's pone en venta el dibujo que realizó el artista cuando se instaló definitivamente en la capital francesa

Vamos a recuperar un viaje, uno de los momentos históricos en el mundo del arte del siglo pasado. Tuvo lugar en mayo de 1901, cuando un jovencísimo Pablo Picasso decide abandonar definitivamente Barcelona para instalarse en París. Era el momento de enfrentarse con las ambición de conquistar el mundo de la pintura y para ello hay que instalarse en una ciudad que conoce desde 1900 cuando ha hecho una primera visita. Ahora contaba con algunos aliados, como el marchante Pere Mañach, imprescindible para que expusiera por primera vez y de la mano del galerista Ambroise Vollard, fundamental en la difusión de aquel primer Picasso parisino.
Christie's ofrece, con un precio de salida de 300.000 euros, un dibujo picassiano que es todo un documento porque en él el pintor se autorretrata llegando a la capital del Sena, con la Torre Eiffel de fondo, en compañía de Jaume Andreu Bonsons. Los dos se instalaron en aquel momento en el número 130 del Boulevard de Clichy. El gran biógrafo del malagueño, John Richardson, ha explicado sobre esos días que «para su segundo viaje a París, ninguno de los amigos más cercanos de Picasso estaba disponible para acompañarlo: Casagemas había fallecido, Pallarès había regresado a Horta y Sabartès aún no estaba listo para irse de Barcelona. Y como no le gustaba viajar solo, tuvo que buscar un nuevo compañero, preferiblemente alguien con recursos. En Jaume Andreu Bonsons —amigo de Casagemas y asiduo de Els Quatre Gats— encontró a alguien más o menos adecuado. Unos padres adinerados pagaban los estudios de arte del joven Andreu en París».
El dibujo es un documento de primer orden porque nos informa, como una fotografía, el momento exacto en el que Pablo y Jaume ponen sus pies en París, abrigados hasta el extremo, y, en el caso del primero, con una carpeta llena de dibujos, todo ello ante la mirada curiosa de una joven vecina de la ciudad de la luz por excelencia. Es, por tanto, una obra digna de un museo que se dedique a atesorar cuanto está relacionado con el joven Picasso. Solo falta que el Ayuntamiento de Barcelona se anima a dar el paso para enriquecer el patrimonio del museo que lleva el nombre de Pablo Picasso en la capìtal catalana.
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