Opinión

A enseñar se aprende enseñando

El derecho a la educación conlleva el deber de corresponder, por parte de aquellos que se benefician de ella

Imagen de archivo de un aula de educación infantil
Imagen de archivo de un aula de educación infantilCristina BejaranoLa Razón

No paran de aparecer noticias, a cuál más desalentadora y alarmante, sobre el mundo de la enseñanza. Entre las últimas, estas dos: “El Ministerio de Educación propone ‘olvidar lo aprendido en la escuela’ para ‘comprender, crear y conectar saberes con la vida’ ”; “Las Facultades de Educación proponen que el máster de secundaria dure dos años y las carreras de Magisterio cinco”.

La primera habla por sí sola y no merece comentario, pero uno se pregunta qué quiere esta gente, porque no puede ser que hablen en serio, aunque tratándose de los que mandan en la enseñanza todo es posible.

La segunda nace de la desconfianza hacia los profesores, y es una manera de desviar la atención y echar balones fuera. Porque a enseñar, que es la función del profesor, se aprende enseñando, lo mismo que a leer se aprende leyendo y a escribir se aprende escribiendo, y así pasa con todos los aprendizajes. Y por descontado, es de Pero Grullo, para enseñar hay que saber: eso sí que es importante, mucho más que la didáctica, porque de qué le serviría a uno saber mucho de esa rama si no sabe la materia que ha de enseñar.

De modo que yerran en el diagnóstico, porque el problema está en otra parte, en las leyes educativas, y en las directrices que rigen los programas y modelan la práctica docente. Y mientras no se instaure otra vez la cultura del mérito y el esfuerzo, y la escuela vuelva a ser, como fue siempre, un lugar al que los alumnos van a adquirir conocimientos mediante el estudio; mientras los padres no entiendan que no entra en sus atribuciones cuestionar la labor docente de los profesores, al contrario, que es su deber apoyarlos y colaborar con ellos, y no sobreproteger a sus hijos, y aceptar y no dramatizar sus malos resultados académicos (“No se atiende a padres”, reza un cartel que cuelga ya ¡en algunas universidades!), y a los profesores no se les descargue de las muchas tareas burocráticas que las disposiciones educativas les han impuesto (programaciones y formularios que solo sirven para robarles el tiempo que debían dedicar a preparar las clases); mientras no se tome en consideración que el derecho a la educación conlleva el deber de corresponder, por parte de aquellos que se benefician de ella, a lo que el Estado les ofrece; mientras la enseñanza siga estando en manos de una cohorte de pedagogos y otros expertos que discurren ideas en sus despachos pero desconocen la realidad de las aulas; mientras se siga pensando que con alargar a dos años el máster de secundaria (en el que vaya usted a saber qué les van a enseñar: un atracón de teorías didácticas, inservibles luego en la práctica docente) ya está todo resuelto… Mientras todo esto siga ocurriendo, seguiremos estando como estamos, en la mayor penuria educativa, y errando el tiro en las soluciones, y vendiendo humo.