
Historia
Del mendigo a la visión celestial: así nació el Portal del Ángel de Barcelona
Entre murallas, peste y visiones celestiales, la ciudad convirtió un portal marginal en símbolo de protección y fe colectiva

Barcelona, durante la Edad Media, era una ciudad ceñida por murallas y sometida a un estricto régimen de entradas y salidas. Al caer la tarde, las puertas se cerraban para proteger a los habitantes, y solo el Portal del Ángel mantenía un horario algo más flexible: permanecía abierto hasta las siete de la tarde, mientras que el resto se clausuraba a las seis y media. Quince minutos antes, un timbalero recorría las calles avisando con su redoble a los rezagados de que pronto quedarían fuera.
Pero la vida de la ciudad no se detenía del todo. A las tres de la madrugada, el portal se volvía a abrir, esta vez con un propósito más sombrío: permitir el paso a los carros que recogían la basura acumulada y, también, los cadáveres de quienes no habían podido costearse un entierro cristiano. El último toque de tambor anunciaba la reapertura general a las seis y media de la mañana, cuando Barcelona volvía a respirar tras las horas de clausura.
Antes de recibir su nombre celestial, el lugar era conocido como el Portal dels Orbs, es decir, “de los ciegos”. La razón estaba a la vista de todos: en las inmediaciones se reunían mendigos, tullidos y personas con ceguera, que subsistían pidiendo limosna a los transeúntes. Sus chozas se extendían cerca del camino que, desde el siglo X, comunicaba la ciudad con los arrabales nacientes fuera de la muralla. Aquel espacio marginal, atravesado por rieras que arrastraban aguas sucias y pestilentes hacia las Ramblas, se convertiría, con el paso de los siglos, en uno de los ejes más concurridos de Barcelona.
La visión de Vicente Ferrer
El giro en la historia del portal llegó en 1419. El dominico valenciano Vicente Ferrer, de paso por Barcelona tras una predicación, aseguró haber tenido allí una visión: un ángel con una espada en la mano que, según sus propias palabras, le confesó estar “velando por la ciudad por orden del Altísimo”. El futuro santo relató el prodigio, aunque pocos le dieron crédito entonces.
Años después, durante una de las recurrentes epidemias de peste que asolaron Barcelona, los habitantes, desesperados, recordaron aquella visión y comenzaron a hacer ofrendas al ángel protector. La tradición cuenta que, de forma milagrosa, la enfermedad remitió.
El episodio caló tanto en la memoria popular que el 30 de enero de 1466, el rey Pedro de Portugal proclamó oficialmente el nuevo nombre del portal, en honor al Ángel Custodio. Ese mismo año, aunque el monarca ya había fallecido, se erigió una capilla en la muralla y se colocó en ella una estatua del ángel. Desde entonces, cada 2 de octubre se celebraba una fiesta en su honor, durante la cual se comían granadas, fruta a la que se atribuía el poder de proteger contra las enfermedades infecciosas.
La imagen permaneció en la muralla hasta 1859, cuando las antiguas defensas de la ciudad fueron derribadas para permitir la expansión urbana. Entonces, la estatua pasó primero a la puerta de la iglesia de Santa Anna y, más tarde, a la iglesia del Ángel Custodio en Hostafrancs, de nueva construcción en aquel momento. Allí estuvo hasta que, durante la Guerra Civil, fue destruida en los disturbios anticlericales que arrasaron con tantos símbolos religiosos en Cataluña.
El Portal del Ángel, que un día fue lugar de marginación y de olores insalubres procedentes del Cagalell i Merdançar, es hoy una de las arterias comerciales más transitadas de Europa. Bajo sus escaparates brillantes y el bullicio de peatones se esconde una historia que mezcla pobreza, fe, peste y milagro. Una historia que recuerda las raíces católicas de Barcelona.
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