Vida de novela

La mujer que bailó para la Generación del 27

Alejandra Beigbedere publica «Una pluma en el aire», una novela sobre Encarnación López, conocida como la Argentinita

La Argentinita, entre Federico García Lorca y Rafael Alberti
La Argentinita, entre Federico García Lorca y Rafael AlbertiLa Razón

En una época en la que se publican libros reivindicando las grandes mujeres del 27, es decir, escritoras y pintoras, aquellas cuya labor tenía lugar en el escenario han sido invitadas a permanecer en un injusto olvido. Eso es lo que está sucediendo con Encarnación López Júlvez, conocida para la historia del baile como «La Argentinita». Ella revolucionó la danza a principios del XX, fue moderna cuando otras eran clásicas, además de musa inspiradora de creadores de la talla de Federico García Lorca, Rafael Alberti o Salvador Dalí, además de pareja de uno de los toreros más celebrados de su tiempo, como fue Ignacio Sánchez Mejías. Su vida fue una novela y como tal la relata la escritora Alejandra Beigbedere en «Una pluma en el aire», publicada por Grijalbo.

El libro recorre la vida de la Argentinita, tanto desde una vertiente humana como artística, perfilando el retrato de una mujer que se adelantó a su tiempo. La autora, en conversación con este diario, explicó que llegó a su protagonista «de repente. Fue un encuentro a través de una entrevista. Un día me dijo mi madre: “Mira, ¡qué interesante!” Un diario publicaba una conversación con Pilar, la hermana de Encarna. Pensé ¡qué maravilla! ¡Qué forma de vivir! Ahora parece que lo tenemos todo a nuestra mano, pero aquella gente se atrevían a coger un barco o un tren y recorrían el mundo con una gran pasión. Me enamoró el personaje y toda la circunstancia que vivió. Además estaba en una época en la que se juntaron varias personas con mucho duende, muy inspiradoras, con mucha intuición. Todos ellos se echaban la manta a la cabeza, creando tendencia».

Beigbedere considera injusto el silencio que planea en la actualidad a la Argentinita. «Es posible que lo escrito o lo pintado pase a la historia, lo otro no porque no es material. Es lo que pasa con un arte como el baile y que tiene un cuerpo que lo encarna. Pero es muy injusto en su caso porque fue una mujer que creó tendencia, reconocida como una gran maestra en todo lo relacionado con el baile», concretó la autora de «Una pluma en el aire».

En el libro resulta evidente la gran labor que ha llevado a cabo la escritora para recrear tanto un tiempo fascinante como las numerosas amistades artísticas y literarias que se cruzaron en la aventura humana de López Júlvez. Eso hace que resulte obligado preguntar a Alejandra Beigbedere si ha sido difícil poner voz a la Argentinita y a aquella generación nacida oficialmente en el Ateneo de Sevilla en diciembre de 1927. «No me lo ha resultado porque me he metido en la historia y he jugado y me he reído con los personajes. He pasado momentos muy buenos haciendo como de médium. Simplemente he jugado con esa época con el mayor respeto posible, imaginando lo que podrían sentir ellos».

En el caso de Encarnación López Júlvez lo que sintió fue una ganas tremendas de ser moderna, a la par que atrevida y divertida. Por las páginas de esta novela pasa, por ejemplo, su relación con Sánchez Mejías, el torero inmortalizado por Lorca en su inolvidable elegía. Pero el diestro fue, además piloto, presidente del Betis y de la Cruz Roja de Sevilla, además de mecenas de los poetas del 27. «Era un seductor nato, como una estrella de Hollywood. Ella lo apartó todo lo que pudo del toreo y fue en ese tiempo cuando Ignacio escribió dos obras de teatro que tuvieron éxito. Su relación era perfecta y a ella no me la imagino a ella como una ama de casa esperando. Él necesitaba la libertad que ella le daba, aunque Ignacio nunca se llegó a separar». A todo esto se le sumó otra relación, la que el torero tuvo con la francesa Marcelle Auclair, con el paso de los años una de las primeras y mejores biógrafas de Lorca. El granadino, en palabras de Beigbedere, «se sentía muy culpable porque se empeñó en que Marcelle que conociera a Sánchez Mejías quien llegó a irse a verla a París. Fue todo un culebrón, pero Ignacio siempre volvía con Encarna».

Las muertes de Ignacio –empitonado por un toro llamado Granadino en Manzanares– y Federico –asesinado por los fascistas durante los primeros días de la Guerra Civil en Granada– marcaron profundamente a aquella bailaora que decidió poner tierra por medio y marcharse lejos de su país. «Ella, poco antes de que Lorca se fuera a Granada, le insistió para que no lo hiciera. Era muy intuitiva y esa intuición le hizo ver cosas, pero Lorca se fue. Así que sufrió mucho cuando murió. Entre eso y que las cosas se estaban poniendo muy feas con chivatazos y envidias en los dos bandos, se fue lejos. Gracias a un empresario de Estados Unidos se marchó a Nueva York iniciando un periplo nuevo y exitoso», explicó la escritora.

Instalada en la ciudad de los rascacielos y bajo el mecenazgo del marqués de Cuevas, otro personaje digno de novela, puso en marcha un grandioso espectáculo titulado «El café de Chinitas», inspirado en las canciones recogidas por Lorca y que ambos grabaron en una serie de discos. La escenografía pasó también a la historia. «El marqués de Cuevas le prometió que Dalí le haría un retrato, pero ella le dijo que quería otra cosa: que fuera el responsable de la escenografía de aquella producción», como apuntó Alejandra Beigbedere. El resultado final fue un imponente decorado en el que Dalí plasmó una suerte de crucifixión partiendo de los brazos de Carmen Amaya, otro de los mitos del baile en nuestro país. En 1976, tras inaugurar su museo, Dalí rememoró ese montaje en el Metropolitan Opera calificando todo aquello como «representación apoteósica». Todo ello gracias al empeño de quien ahora protagoniza esta novela.