Memoria histórica
La triste (e incómoda) historia de la carabela de Colón en Barcelona
La réplica de la nave pudo visitarse durante años en el puerto de la capital catalana
En 1951, la industria cinematográfica del franquismo se dedicó a cantar en celuloide las gestas de un pasado considerado glorioso, el de la construcción de un imperio que tuvo su momento más álgido con el descubrimiento del Nuevo Mundo a manos de Cristóbal Colón. El realizador Juan de Orduña fue el responsable de hacer revivir en la gran pantalla toda esa historia en una película que vino a ser una de las grandes superproducciones de su tiempo. Se titulaba “Alba de América” y contaba en su reparto, como protagonistas, con Antonio Vilar, en el papel del navegante genovés, y Amparo Rivelles en la piel de la reina Isabel I de Castilla. La mítica firma Cifesa, con grandes éxitos a sus espaldas, como el melodrama histórico “Locura de amor”, fue la responsable de convertir la epopeya en fotogramas.
Para rodar la película no se escatimaron medios, como lo demuestra el cuidado con la reconstrucción de decorados, gracias a contar con uno de los mejores escenógrafos de su tiempo, como era Siegfried Burmann, aparte de tratar de que todo estuviera debidamente documentado hasta el menor detalle por especialistas en la materia. Fue el historiador y contraalmirante de la Armada Julio Fernando Guillén y Tato el encargado de ayudar en la reconstrucción de una de las piezas clave en la película: la nao Santa María, casi un personaje más en “Alba de América”. Además de Guillén y Tato, también contribuyeron como asesores el Marqués de Lozoya y Ramón Menéndez Pidal. Sin embargo, pese a tanto apoyo, posteriormente se llegaría a cuestionar que la carabela fuera realmente parecida a la original.
Pero la vida cinematográfica de la nao no se acabó con la producción de Orduña porque también pudo verse en alguna otra película aunque no tuviera nada que ver con la temática colombina, como fue el caso de una cinta centrada en las aventuras de Simbad el marino.
Una vez finalizado el rodaje de “Alba de América”, el Instituto de Cultura Hispánica decidió en 1952 donar la carabela a la ciudad de Barcelona, siendo instalada en el puerto a muy pocos metros de la estatua dedicada a Colón y junto a las populares golondrinas. De esta manera, la Santa María de cartón piedra pasaba a convertirse en una suerte de atracción turística de la capital catalana, conmemorando que era en Barcelona donde el marino se reunió por primera vez con los Reyes Católicos tras descubrir América. La llegada de la reconstrucción de cartón piedra coincidía con la celebración del Congreso Eucarístico Internacional.
Tras los fastos religiosos, la Santa María formó parte del discurso expositivo del Museo Marítimo de Barcelona, hasta el punto que adquiriendo la entrada para el centro se podía después continuar la visita en la nao. En ella, los visitantes podían contemplar una recreación del camarote de Colón en la que no faltaban desde su vestuario, el lecho en el que descansaba y la espada que lo acompañó en todos sus viajes.
Con el tiempo, el reclamo turístico protagonizó numerosas postales y carteles, además de ser uno de los espacios más visitados de la ciudad. Pero, a mediados de los años ochenta, con los ojos puestos en los Juegos Olímpicos y en la conmemoración del Quinto Centenario del descubrimiento, el Ayuntamiento apostó por una modernización de la nao y llevarla a otro sitio, concretamente a las cercanas Drassanes.
El proyecto nunca se pudo materializar porque la Santa María sufrió una serie de atentados a manos de Terra Lliure en 1990. La organización terrorista provocó dos incendios al considerar que aquella reconstrucción no dejaba de ser un símbolo de españolidad. La propietaria de la nao, la Diputación de Barcelona, se negó en rotundo a sufragar lo que consideraban como una elevada reparación, además de no ver en ella ningún interés histórico o patrimonial en aquel barco. Así que lo mejor, para los responsables políticos del momento, fue hacer desaparecer de una vez por todas aquella Santa María por lo que se optó por hundirla frente a las costas de Arenys de Mar en abril de 1991. Allí sigue hoy dando cobijo a los peces a sesenta metros de profundidad.
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