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Astronomía

¿Y si nuestro Sol tuviera una hermana? La fallida hipótesis de Némesis

Durante algún tiempo se puso de moda una hipótesis para explicar las grandes extinciones de la historia e implicaba a una estrella enana y sombría orbitando en torno a nuestro Sol en un sistema doble.

Pareja de enanas marrones separadas por 78.9 años luz de distancia. WISE 2150-7520AB (W2150AB)
Pareja de enanas marrones separadas por 78.9 años luz de distancia. WISE 2150-7520AB (W2150AB)KvasyrrCreative Commons

Poco a poco hemos ido conociendo nuestro vecindario cósmico. Desde Mesopotamia casi todas las civilizaciones han adorado al lucero del alba: la Istar babilónica, la Isis egipcia o como la conocemos desde los romanos: Venus. No obstante, hizo falta que llegara Galileo y su telescopio en el siglo XVII para que viéramos la verdadera naturaleza de ese punto de luz. Era un planeta, y no estaba solo. Había más luces errantes en el firmamento y al descubrimiento se sumaron Mercurio, Marte, Júpiter, Saturno e incluso algunas lunas. Y no estaban todos, pasaron los siglos y, finalmente, Urano fue descubierto por William Herschel en 1781 y Neptuno tuvo que esperar 60 años más hasta que pudo ser avistado por Galle y La Verrier. Cada vez que creíamos conocer a todos nuestros vecinos, uno nuevo irrumpía en la escena. Ahora, casi 200 años después de encontrar a Urano, la pregunta se hace evidente ¿Nos falta alguno más?

Durante este tiempo se ha coqueteado con un misterioso planeta X, el cual cuenta con bastante detractores entre los astrónomos y se han descartado la existencia de otros cuantos, como Vulcano. Sin embargo, hay una hipótesis que ha llevado nuestra ceguera cósmica un paso más allá. ¿Y si no hemos pasado por alto a un modesto planeta sino a una estrella en toda regla?

Del cosmos al subsuelo

Para contar esta historia tenemos que ir a los orígenes, pero no a los de nuestra historia, sino los de todos nosotros. Las pistas que llevaron a los científicos a plantear la existencia de Némesis no se encontraban en el cielo sino bajo tierra. Todo empezó en 1984 con dos paleontólogos llamados David Raup y Jack Sepolski. Su intención era estudiar a fondo el registro fósil, buscando perturbaciones, puntos en los que los restos declinaran abruptamente indicando que alguna gran catástrofe natural había podido ocurrir. A fin de cuentas, la extinción del cretácico-paleógeno, conocida popularmente como “extinción de los dinosaurios” no fue la única ni mucho menos. Nuestra historia ha estado sembrada de destrucción y de explosiones de vida.

Esquema mostrando los periodos de tiempo entre extinciones masivas según David Raup y Jack Sepolski.
Esquema mostrando los periodos de tiempo entre extinciones masivas según David Raup y Jack Sepolski.David RaupCreative Commons

El trabajo fue titánico, y una vez analizados los datos vieron claro el patrón. Como por arte de magia, si tenían en cuenta las ligeras extinciones que no habían sido detectadas hasta entonces, era evidente que estas se repetían cada cierto tiempo. Aproximadamente cada 26 millones como un reloj. Aquello era increíble ¿qué podía causar extinciones de una forma tan matemática? No había nada en la Tierra que respondiera a esas características, ni vulcanismo, ni siquiera cambios bruscos en el clima. En cierto modo era normal, es difícil encontrar algo tan periódico como el propio paso de los años. ¿Qué puede competir en regularidad con la órbita de nuestro planeta alrededor del Sol? A no ser, claro, otra órbita. Posiblemente fue de un modo similar como Richard Muller y el equipo de Daniel Whitmire llegaron a la semilla de Némesis. Podríamos resumir sus hipótesis del siguiente modo: ¿Y si hubiera otra estrella orbitando a nuestro Sol y al pasar por algún punto de su trayectoria desviara cometas sobre nosotros?

Los tres artículos fueron publicados en el mismo año y pronto causaron polémica. En esta historia había dos afirmaciones principales, por un lado, la de la periodicidad de las extinciones, la cual parecía estar basada en datos sólidos y no encontró mucha oposición. Por otro lado, un salto de fe absolutamente especulativo. No obstante, hubo quien se aferró a esta idea, desarrollándola poco a poco durante años hasta llegar a nuestros días.

Lo más frecuente es escucharla enunciada siguiendo un proceso aparentemente lógico como el que sigue: Muchas de las estrellas que vemos en el firmamento son en realidad binarias, dos estrellas unidas gravitatoriamente, girando una en torno a la otra. De hecho, las estimaciones indican que es más frecuente encontrar estrellas binarias que solitarias como nuestro Sol, a razón de 3 a 1, que no es poco. ¿Por qué pensar que somos una excepción? Tal vez, la estrella hermana del Sol sea pequeña y tenue, como una enana roja o marrón. Es más, podríamos imaginarla recorriendo una órbita elíptica muy alargada, de unos 4 años luz en su diámetro mayor. Sería extremadamente excéntrica haciendo que se acerque a nosotros una vez cada mucho, muchísimo tiempo. En su viaje, atravesaría la nube de Oort que pasa más allá de Plutón y rodea a nuestro sistema solar como una esfera. Al cruzarla, su gravedad desviaría multitud de cometas que saldrían proyectados hacia el sistema solar interior, donde estamos nosotros. Supuestamente fue el impacto de estos cometas quien causó las catástrofes que Raup y Sepolski vieron en el registro fósil. Intuitivo ¿verdad?

La intuición solo es el primer paso

Tener intuiciones es una buena manera de plantear hipótesis en ciencia, pero estas no pasan a confirmarse añadiendo más intuiciones encima de las primeras, hacen falta pruebas que la refrenden como la explicación más probable. En cambio, 46 años después de que surgiera la hipótesis, todavía no hemos visto ni rastro de nuestra compañera estelar. Y por “ver” nos referimos a cualquier medida objetiva que nos haga sospechar su existencia. Lo que sí se ha acumulado durante este tiempo, en cambio, son los argumentos en contra de Némesis y hay uno especialmente hiriente para la hipótesis.

Podríamos decir que afectar a otros cuerpos no sale gratis. Decía Newton que cada acción provoca una reacción opuesta e igual. Al proyectar los millardos de cometas que se estima que empujaría, Némesis perdería parte de su velocidad de traslación. Dicho con otras palabras, Némesis frenaría un poco más cada vez que cruzara la nube de Oort haciendo que su excéntrico periodo fuera un poco más largo cada vez y volviéndose irregular. Es paradójico que el propio sistema que había sido diseñado para explicar las extinciones periódicas fuera de todo menos periódico y la verdad es que asestaba una estocada mortal al corazón de la hipótesis. A este argumento se han ido sumando otros y ahora Némesis es poco más que un fantasma en el imaginario de los astrofísicos, una hipótesis ad hoc como el éter o el flogisto.

Pero hay algo más. Un estudio estadístico más pormenorizado de las extinciones sumado al mayor conocimiento que tenemos ahora del registro fósil apunta a que las extinciones no muestran ninguna periodicidad, como defendían Raup y Sepolski. Lo que es más, ahora sabemos que algunas de las que ellos incluían en su análisis se debían a motivos totalmente ajenos a un impacto meteorítico.

Es injusto decir que la hipótesis de Némesis ha muerto, ya que, en el fondo, tampoco llegó a nacer científicamente hablando. Nunca fue tomada como algo serio por la comunidad más allá de la defensa que pudieran brindarle pocos paleontólogos y prácticamente ningún astrónomo. Sin embargo, se trata de una fábula preciosa tratando de reificar a la destrucción a toda costa. Con un nombre divino y una corporeidad imponente, Némesis fue una predicción fallida de esas sin las que la ciencia no sería ciencia y la historia sería un poco más aburrida.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Aunque sigue existiendo cierta polémica, la periodicidad de las extinciones depende mucho de cómo se midan y suele fallar cuando se descartan los eventos que sabemos que fueron producidos por causas no astronómicas.
  • Némesis es una bonita hipótesis, pero que ya no juega ningún papel en la paleontología o la astronomía y que solo una minoría sigue defendiendo.

REFERENCIAS: