Ciencia
El evento del río Curuçà: ¿un segundo evento de Tunguska?
En 1930, varias bolas de fuego surcaron los cielos en Brasil y explotaron cerca de la frontera con Bolivia.
Es muy probable que alguna vez hayáis oído hablar del famoso «evento de Tunguska», la gran explosión que tuvo lugar en 1908 sobre Siberia y que devastó más de 2500 km² de bosque. Las evidencias recopiladas hasta la fecha apuntan a que el causante de esta destrucción fue un cometa que se desintegró a unos 5 o 10 kilómetros de altitud, liberando una energía equivalente a entre 10 y 15 megatones. En comparación, el mayor dispositivo explosivo jamás construido, la Tsar Bomba, rondaba los 50 megatones.
Pues, bien, resulta que otro evento similar ocurrió sólo 22 años después en el noroeste de Brasil, cerca del río Curuçà. Pero, a diferencia de Tunguska, esta vez cientos de personas presenciaron la caída de las bolas de fuego.
El evento del río Curuça
El primer informe detallado del suceso lo redactó un misionario llamado Fidello de Aviano que llegó a la zona desde la que se pudieron observar las bolas de fuego. Aunque llegó cinco días después del evento, notó que los lugareños seguían asustados porque creían haber presenciado una señal que anunciaba el fin de los días. Tras entrevistar a cientos de testimonios, De Aviano reconstruyó los acontecimientos de la siguiente manera.
El día 13 de agosto sobre las 8 de la mañana, el Sol se volvió de color rojo sangre y el paisaje se oscureció como si una nube espesa estuviera bloqueando la luz solar. Pero no había ninguna nube: era como si la atmósfera se hubiese llenado de polvo rojizo, como si se hubiera desatado un gran incendio muy cerca. Una ceniza fina había empezado a caer sobre los árboles y el río, cuando, de repente, un silbido parecido al de un proyectil irrumpió desde las alturas. El sonido sonaba cada vez más cerca del suelo y mucha gente corrió a refugiarse en sus casas, pero los que permanecieron en el exterior pudieron observar tres grandes bolas de fuego que «cayeron del cielo como relámpagos». Los testigos dijeron que las bolas de fuego cayeron en medio de la selva y que, acto seguido, se escucharon tres grandes explosiones que sacudieron el suelo como un terremoto.
La magnitud de las explosiones fue tal que el estruendo se escuchó a cientos de kilómetros de distancia. Ahora bien, como la gente que estaba tan lejos de la zona del impacto no vio las bolas de fuego, se asumió que se trataba de cañonazos de artillería.
¿Posibles meteoros?
Es difícil analizar un evento de estas características sólo en base a testimonios personales, pero un estudio de 1995 recogió toda la información disponible y llegó a la conclusión de que lo que se observó el 13 de agosto de 1930 fue la caída de un meteorito que impactó con el suelo o explotó muy cerca de la superficie.
En primer lugar, la fecha del acontecimiento casi coincide con el pico de máxima actividad de las Perseidas de ese año, una lluvia de estrellas que produce bólidos de gran tamaño con relativa frecuencia. De hecho, a juzgar por el día y la hora en la que se observaron, los autores calcularon que las bolas de fuego deberían haber provenido desde el norte, aunque, en su momento, los datos recopilados de los testimonios de la época no hablaban de su trayectoria. Por otro lado, el hecho de que la explosión se pudiera escuchar a distancias de cientos de kilómetros, en lugar de los miles de kilómetros del evento de Tunguska, sugiere que las explosiones del río Curuçà fue un orden de magnitud menos energéticas.
En realidad, lo único que no acaba de encajar con la hipótesis de los meteoros es que el evento se viera precedido por un oscurecimiento del Sol y una lluvia de ceniza. Como mucho, estos fenómenos deberían poder observarse después de que aparecieran las bolas de fuego, pero no antes. Aun así, es posible que De Aviano confundiera accidentalmente información sobre un incendio.
La búsqueda infructuosa
Una de las señales más convincentes de que el causante de este fenómeno realmente fue un meteoro es que las ondas sísmicas producidas por estas explosiones fueron detectadas por el sismómetro del observatorio de San Calixto, en Bolivia, que registraron tres movimientos inusuales a las 08:04:27, 08:04:52 y 08:04:56 del 13 de agosto. Ahora bien, la intensidad de las señales sugería que los impactos tuvieron lugar a unos 200 kilómetros del observatorio, por lo que las explosiones probablemente no habrían ocurrido en Brasil, sino en Bolivia.
Por otro lado, en la década de 1990, el astrofísico Ramiro de la Reza, del Observatorio Nacional de Río de Janeiro, utilizó imágenes por satélite del LANDSAT para intentar encontrar el cráter formado por las explosiones o impactos. El astrofísico logró identificar una estructura circular de alrededor de 1 kilómetro de diámetro en las inmediaciones del río Curuçà, por lo que partió a investigarlo acompañado de un equipo que incluía un cazador de meteoritos, un geólogo y personal de una cadena de televisión brasileña.
Por desgracia, en cuanto llegaron a la formación geológica, las rocas no presentaban los signos típicos del impacto de un meteorito, como material cristalizado por la alta temperatura. Por tanto, se concluyó que esa estructura se había formado a través de procesos geológicos terrícolas. Ahora bien, eso no significa que la expedición volviera con las manos vacías: durante el viaje, de la Reza logró hablar con un anciano que presenció el evento en 1930 y confirmó que las bolas de fuego provenían del norte.
Por supuesto, un testimonio personal ofrecido 70 años después de que ocurra un acontecimiento no es la fuente más fiable con la que se puede contar, pero esta declaración reforzaría la idea de que lo que cayó cerca del río Curuçà en 1930 fueron fragmentos del objeto que causa la lluvia de estrellas de las Perseidas, el cometa Swift-Tuttle. Es más, el hecho de que se tratara de material cometario explicaría la falta de pruebas físicas de este fenómeno: al tratarse de objetos que están hechos principalmente de hielo, los cometas tienden a desintegrarse y vaporizarse por completo durante su violento paso por la atmósfera.
Vinieran de donde vinieran, los fragmentos de material espacial que provocaron el evento del río Curuça son un recordatorio más de la importancia que tienen los programas que se dedican a vigilar los cometas y asteorides que pasan cerca de la Tierra y estudiar su órbita.
QUE NO TE LA CUELEN:
- Aunque es posible que objetos pequeños como el meteoro de Chelyabinsk pasen desapercibidos y logren caer a la Tierra sin que los detectemos con anterioridad, la gran mayoría de los asteroides y cometas más grandes están catalogados y sabemos que ninguno tiene riesgo de colisión con nuestro planeta en el futuro cercano.
REFERENCIAS (MLA):
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