Ciencia

Cómo evitar el envenenamiento envenenándote tú mismo

El mitridatismo consiste en beber pequeñas cantidades de aquel tóxico contra el que quieres protegerte para así generar inmunidad contra él, pero hay mil excepciones y no funciona tan bien como parece.

Fotografía de stock de lo que, aparentemente, es un veneno muy poco sutil
Fotografía de stock de lo que, aparentemente, es un veneno muy poco sutilRobert Couse-BakerCreative Commons

Si eres un antiguo monarca o un personaje creado por Shakespeare es muy probable que entre tus principales preocupaciones está la de ser envenenado. Tal vez estén contaminando tus sopas, pintando tus vestimentas con venenos o poniéndote algún tósigo en el oído mientras duermas. ¿Y qué hacer ante tamaña amenaza?

Pues lo cierto es que cuentan que hubo un hombre que encontró la solución. Una forma de calmar la paranoia y protegerse contra los envenenamientos. Su nombre era Mitrídates VI, rey de Ponto. El plan de Mitrídates era sencillo, nadie podría envenenarle si él se envenenaba antes.

Patos venenosos y otras catas

Cuentan que Mitrídates perdió a su padre cuando era apenas un niño. Habiendo muerto el rey en extrañas circunstancias y siendo él el primero en la línea de sucesión no es de extrañar que empezara a temer por su salud. ¿Había muerto su padre envenenado a manos de su madre? ¿Sería él el siguiente para despejarle el camino al trono a su hermano menor? Según ha quedado constancia, Mitrídates comenzó a sentir malestar tras las comidas, lo cual le hizo sospechar con más fuerza que pudiera estar siendo envenenado lentamente. Desde luego, convendremos todos en que este no era el entorno más sano para criar a un niño.

Aquel niño desconfiado sobrevivió y creció para convertirse en un adulto más desconfiado incluso. Necesitaba protegerse a toda costa y acostumbrarse al enemigo parecía la opción menos mala. Eso significaba beber regularmente pequeñas dosis de veneno con la intención de volverse inmune, de acostumbrarlo como nos acostumbramos al alcohol, a la cafeína o a determinados fármacos.

No se conserva la receta concreta que utilizaba Mitrídates, aunque parecía contener una gran variedad de tóxicos de plantas y animales, entre ellos carne de pato de Ponto, el cual creían que era venenoso. La cantidad de cada tóxico era realmente pequeña, suficientemente escasa como para no causar daños serios en Mitrídates más allá de algunos problemas intestinales. La ironía está en que tanto esfuerzo por volverse invulnerable terminó jugando en su conta. Según la leyenda, el rey trató de suicidarse tras haber sido derrotado por Pompeyo. Su primer recurso fue el envenenamiento, pero eran tan resistente que no consiguió quitarse la vida. Viéndose sin opciones, terminó por solicitarle a un oficial que le ajusticiara con su espada, teniendo una muerte mucho más sanguinaria de lo que él habría esperado.

Tras su muerte la leyenda se exageró incluso más y surgió el mitridatismo, una práctica que combinaba el consumo de pequeñas dosis de veneno con aspectos espirituales y casi religiosos. Pero ¿es viable esta estrategia? ¿Podemos volvernos inmunes a toda ponzoña si acompañamos nuestra tostada de aguacate con un chupito de venenos?

La milonga de Mitrídates

Dejemos claro cuanto antes que la historia de Mitrídates es, en cuanto a hechos, estrictamente acorde con lo que sabemos sobre toxicología. No obstante, dependería de algunos factores. Por un lado, Mitrídates no podría ser inmune a cualquier veneno y de serlo, probablemente no tuviera una resistencia completa. Por otro lado, si no consiguió quitarse la vida envenenándose fue, muy posiblemente, porque no tomó la dosis suficiente. Teniendo esto claro ¿cómo es posible que alguien adquiera estos poderes “mitridáticos”.

Pues depende, depende del tipo de sustancia. Mitrídates se refería principalmente a toxinas, que son estrictamente de origen biológico (siendo parte de un grupo mayor de sustancias llamadas tóxicos) Estas pueden ser ponzoñas, las cuales funcionan por contacto con la piel o las mucosas, como pueden ser las producidas por un sapo, y, por otro lado, los venenos, que actúan tras haber sido inyectados, como los de las serpientes. Teniendo esto en cuenta beber un veneno no es en sí mismo peligroso mientras no haya cortes o erosiones en nuestro tubo digestivo que permitan al veneno acceder a nuestro torrente sanguíneo. Por un lado, es cierto que estas lesiones son frecuentes, pero complica que las pequeñas cantidades ingeridas por Mitrídates pasaran a sangre.

En cualquier caso, estas moléculas que componen las toxinas suelen ser proteínas, unas estructuras cuya forma les permite unirse unas a otras de forma específica, como una llave con su cerradura, activando distintas funciones en el organismo. En estos casos, las proteínas de un veneno pueden desencadenar consecuencias dañinas, ya sea por su intensidad o su inoportunidad. No obstante, nuestro cuerpo está preparado para detectar proteínas extrañas y reaccionar ante ellas, eso es lo que hace nuestro sistema inmunitario. Ya sea mediante la inmunidad celular o la humoral, se enfrenta a este tipo de extranjeros moleculares. Al principio de forma poco eficaz y generalista, pero una vez aprende a reconocer al enemigo consigue lanzar una respuesta tremendamente específica, liberando anticuerpos que pueden rodear a la proteína evitando que interactúe con otras y bloqueando su actividad, como si pusiéramos silicona en una cerradura.

De este modo, es de esperar que podamos desarrollar cierta inmunidad ante toxinas de base proteica. De hecho, los encantadores de serpientes tienen en su cuerpo una buena cantidad de anticuerpo que les ayuda a resistir las mordeduras, precisamente porque han recibido más pequeñas dosis que la mayoría de los humanos. Un caso extremo es el de Bill Haast, que murió a los 100 años tras haber sido mordido más de 200 veces por serpientes venenosas. Hacia el final de su vida, le pedía a su esposa que le inyectara veneno porque, según él y sin la más mínima evidencia científica, le mantenía sano y joven. Steve Ludwin hace afirmaciones parecidas, asociando que el inyectarse regularmente veneno de serpiente le mantiene libre de gripe desde hace 15 años. Por supuesto, estas aseveraciones no tienen ningún fundamento y carecen de valor alguno más allá de ser la opinión de dos personas muy poco imparciales.

De hecho, los antídotos para las picaduras de serpientes u otros animales venenosos suelen ser sueros cargados de anticuerpos, muchas veces obtenidos tras inyectar la toxina en otros animales, como por ejemplo en caballos. En este aspecto tiene sentido hablar de inmunidad completa (al menos a efectos prácticos) ante determinados venenos. Precisamente por esto, porque existen antídotos, es innecesario someterse a los peligros que entraña el mitridatismo con estas toxinas. Por mucho que pudiera funcionar parcialmente, existen tratamientos más eficaces con un riesgo mucho menor. Pero ¿qué ocurre con todas esas sustancias contra las que no podemos producir anticuerpos?

Pues depende

En este caso nos encontramos con una respuesta más ambigua, porque depende. Depende por ejemplo de si nuestro cuerpo tiende a acumularlos, como ocurre con los metales pesados. En un caso así, el consumo de dosis minúsculas puede que no fuera dañino en el momento, pero su almacenamiento acabaría dando problemas a largo plazo sin proporcionar ventaja alguna. Si hablamos de radiación ionizante, por ejemplo, sigue habiendo controversia sobre si existe tal cosa como una dosis segura. Dicho con otras palabras, no sabemos si hay una dosis suficientemente baja de radiación tal que no tenga efectos negativos sobre la salud, o lo que es más sorprendente, no sabemos siquiera si podría tener efectos positivos. Teniendo esto en cuenta es difícil afirmar algo, aunque por puro principio de precaución convendría desaconsejar cualquier práctica que significara exponerse voluntariamente a pequeñas dosis de radiación ionizante con la esperanza de volverse inmune o protagonizar un cómic de superhéroes.

No obstante, sí que hay un concepto parecido a esa mítica inmunidad que podría explicar cierta resistencia a otros venenos y es la tolerancia. En realidad, se trata de algo relativamente familiar y que todos hemos experimentado en cierta medida con el alcohol, ya fuera en nuestras carnes, en las de nuestros allegados o a través de historias. Las personas tienden a acostumbrarse al alcohol y a otras drogas de tal modo que su toxicidad se reduce en cierto grado (pero nunca del todo) a través de su consumo repetido. Quien bebe vino a diario no se achispa con medio vaso. Esto en parte se debe a que estimulamos una serie de procesos que aceleran la eliminación de estas sustancias, por ejemplo, produciendo más enzimas capaces de destruirlas.

En cualquier caso, siempre habrá cierta toxicidad y su consumo en pequeñas cantidades sigue asociando daños en diferentes tejidos. Por eso la estrategia del mitridatismo tampoco es demasiado interesante en este aspecto. Sin embargo, hay algunos casos muy puntuales y extremos donde el desarrollo de tolerancia a ciertas sustancias ha asegurado la supervivencia de una comunidad entera. Por ejemplo, conocemos la existencia de una población en los Andes argentinos que ha desarrollado una adaptación genética que les permite reducir la toxicidad del arsénico, presente en las aguas que consumen. Por puro azar surgió una mutación que disminuía la toxicidad y mantenía más sanos a sus portadores haciendo, presuntamente, que triunfaran más, pasándole su variante genética a sus descendientes hasta que toda la comunidad superviviente contaba con esta “mejora”.

Aunque claro, por espectacular que sea esto dista mucho del concepto original de mitridatismo que tanto ha cautivado a monarcas y escritores. Por ese motivo, tras mucho barruntar, el mejor consejo que este artículo puede darte a ti, antiguo monarca o un personaje shakespiriano, es que no te acojas al mitridatismo. Quien quiera envenenarte lo hará igualmente, pues es imposible que crees un cóctel con cada toxina existente en la cantidad adecuada. Ya no solo porque se vuelva difícilmente predecible la interacción entre ellas, sino por el descomunal volumen que tendrías que ingerir cada día, siendo muchas análogas en algunos de sus efectos negativos. Lo mejor que puedes hacer es vigilar tu comida, contratar a un catador y, sobre todo vigilar los giros de guion. A nadie le gusta vivir giros de guion cuando hay venenos de por medio.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Hay animales inmunes a la mordedura de ofidios, ya sean víboras o cobras. Algunos ejemplos son los erizos o las mangostas, pero hay que tener en cuenta que no suelen obtener su inmunidad por adaptación, como nosotros, sino que su biología les protege de forma innata, por ejemplo, careciendo de los receptores a los cuales el veneno suele unirse para actuar.

REFERENCIAS (MLA):