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“Contact” y la búsqueda de vida extraterrestre

La película Contact es una de las más aclamadas por los científicos que se dicen cinéfilos, y hay buenos motivos para ello.

Ellie Arroway (Jodie Foster) escuchando la información recogida por los radiotelescopios en la película "Contact".
Ellie Arroway (Jodie Foster) escuchando la información recogida por los radiotelescopios en la película "Contact".Robert ZemeckisCreative Commons

El 9 de noviembre de este mismo año, los científicos se sobrecogieron al enterarse de que se había partido un nuevo cable del radiotelescopio de Arecibo. No se trataba de un cable eléctrico, sino de uno de los tensores que mantienen parte de su estructura suspendida en el aire. Su integridad pende de un hilo, nunca mejor dicho, y si la estructura colapsara se calcula que los daños podrían ser irreparables. Puede que al público general la noticia no le diga demasiado, que parezca un telescopio más entre cientos, pero lo cierto es que conocemos Arecibo más de lo que creemos.

Arecibo es ese descomunal plato hondo incrustado en plena selva portorriqueña sobre el que peleó James Bond en Golden Eye. Su disco mide 305 metros y es, posiblemente, una de las imágenes más icónicas de Contact, el radiotelescopio del que Ellie Arroway se marcha por la falta de financiación para sus proyectos. Y, por si fuera poco, fue con él con quien enviamos uno de nuestros primeros mensajes al espacio, que, como la botella de un náufrago, esperábamos que lo encontrara alguien.

De Jill a Ellie

Siendo sinceros, uno de los motivos por los que Contact ha fascinado a un par de generaciones de científicos es porque tras ella estaba Carl Sagan, creador de Cosmos y uno de los mayores divulgadores de todos los tiempos. No todo lo que Sagan sugirió fue estrictamente riguroso, entre otras cosas porque habría perdido la parte de especulación que hay en toda buena historia de ciencia ficción y Robert Zemeckis (el director de la película) no lo habría consentido. No obstante, la primera parte del filme es sorprendentemente precisa.

En 1997 las grandes pantallas de medio mundo nos mostraron a Jodie Foster en el papel de Ellie Arroway, una científica dedicada a la búsqueda de señales de vida inteligente en las ondas de radio que constantemente recibimos del espacio. Una iniciativa real conocida como SETI. No obstante, el proyecto de Ellie no es visto con muy buenos ojos (precisamente como ocurrió con SETI) y las constantes disputas con su jefe rematan con un recorte de fondos que ella no puede tolerar, por lo que decide emprender sus andanzas en solitario, mostrando una precariedad que tristemente también resulta bastante familiar para los científicos.

Es más, la mismísima Ellie es uno de esos personajes cuya fuerza radica en haber sido inspirados por personas reales. Tras ella se encuentra Jill Tarter, una astrónoma que ha pasado su carrera profesional inmersa en proyectos SETI. La gran diferencia entre ellas es que, Ellie, con la suerte de ser ficticia, sí detectó las señales de vida inteligente que Jill buscaba. En la película, hay un momento en que escucha una señal de radio peculiar y descubre que sus pulsos son, en realidad, una forma de transmitir la serie de los números primos. Primero 2 pulsos, silencio, luego 3 pulsos, silencio, ahora 5 pulsos, silencio, 7 pulsos y así sucesivamente.

Un mensaje universal

En este momento la película da un giro absoluto porque, como bien dicen, no conocemos nada natural que produzca series de números primos (números que solo pueden dividirse entre sí mismos y la unidad sin que den un resultado decimal). Y, sin embargo, conocemos su existencia desde hace muchísimo tiempo, algunos sugieren que desde hace decenas de miles de años, debido a las muescas encontradas en huesos como el de Ishango (aunque es cuestionable). Desde luego, parece una buena forma de hacerse notar, producir una señal con características claramente artificiales y usarla como una suerte de baliza cósmica.

De hecho, ese intento de fundamentar un mensaje enviado a otras inteligencias en principios muy básicos y aparentemente universales, como los números primos, es lo que hemos hecho en muchos de los mensajes enviados al espacio durante las últimas décadas. Pero ¿es realista pensar que vayamos a recibir una respuesta? Y, si la conseguimos. ¿Quién nos asegura que no sea una condena para nuestra especie?

Esos son los dos grandes peros con los que se ha justificado el cierre de muchos proyectos de búsqueda de vida inteligente, pero tienen su contrapunto. Es posible que no consigamos la respuesta de otra civilización, pero por el camino haremos avances a los que acabará por encontrarse una aplicación más prosaica. Sin ir más lejos, los primeros mensajes no pretendían realmente un contacto, sino que eran un símbolo para unir a los habitantes de la Tierra de una forma más poética que científica. Por otro lado, no es una búsqueda especialmente cara o que compita en tiempo y recursos de forma significativa con otros proyectos.

Finalmente, en cuanto al miedo a alertar de nuestra existencia a una civilización más desarrollada con intenciones perversas, no podemos decir que sea un miedo irracional, pero es, en gran medida, una proyección sobre cómo nos vemos a nosotros, los humanos. Otras interpretaciones apuntan a que una civilización tan avanzada como para hacer viajes interestelares ha debido de sobrevivir a sí misma y serían más pacíficos. En realidad, no podemos anticiparnos a ello, pero la recompensa, el saber que el cosmos no es un lugar inerte, merece la pena.

LA CLAVE:

  • Escuchar las ondas de radio que llegan desde el espacio permitió encontrar la señal bautizada como “Little Green Men” (hombrecillos verdes) por tener una intensidad anómala que parecía poder indicar una naturaleza tecnológica. No obstante, Jocelyn Bell descubrió en que el origen de esa señal era otro muy distinto, un tipo de estrella con un intensísimo campo magnético y una rotación vertiginosa a la que conocemos como púlsar. Así fue como los descubrimos y gracias a ello, ahora los utilizamos para que los satélites sean capaces de orientarse usándolos como referencias en la noche estrellada.

REFERENCIAS (MLA):