Química

Una fábrica de mujeres radiactivas y los primeros pasos de la radiactividad

Hay descubrimientos que cambian el mundo, pero algunos como la radiactividad hacen algo más durante el proceso, se ponen de moda y nos vuelven majaras

Mujeres trabajando en la fábrica de United States Radium Corporation.
Mujeres trabajando en la fábrica de United States Radium Corporation.AnónimoCreative Commons

Esta es la historia del que fue conocido como “escuadrón de las muertas vivientes”, mujeres envenenadas por una moda radiactiva. Durante la mayor parte de nuestra historia desconocíamos la existencia de la radiactividad, pero desde que Antoine Henri Becquerel la descubrió en 1896 todo se revolucionó. Lo que había encontrado aquel científico francés era sorprendente. Becquerel había guardado bien sus placas fotográficas para que la luz del sol no pudiera estropearlas. Era imposible que hubieran sido veladas por los rayos de nuestro astro rey y, sin embargo, ahí estaban, completamente oscurecidas. Nada parecía tener sentido a no ser, claro, que esas extrañas sales con las que estaban guardadas las placas hubieran emitido algún desconocido tipo de energía de la cual la humanidad no había tenido constancia en los milenios que llevábamos estudiando la naturaleza. Contra todo pronóstico, así era, porque aquellas sales se trataban de uranio y la peculiar energía era la radiactividad, capaz de velar las fotografías sin mayor dificultad.

Tan solo un año antes, en 1895, un colega suyo del otro lado de la frontera había encontrado algo parecido. Su nombre era Wilhelm Roentgen y acababa de conseguir producir en su laboratorio un tipo de radiación diferente a todo lo que conocíamos. La longitud de onda de aquella radiación era menor que la de la luz visible, más energética y, por lo tanto, capaz de atravesar el espesor de la mano de su esposa dejando el negativo de su esqueleto sobre una palca fotográfica. Fue la primera radiografía y aunque por aquel entonces fueron bautizados como rayos Roentgen, ahora los conocemos como rayos X. Si Roentgen recibió el primer Nobel de Física en 1901 por descubrilos, Becquerel lo logró dos años después por haber descubierto la radiactividad natural. La locura del radio estaba en camino.

Una magia llamada física

Cuando Becquerel subió a recoger su premio no estaba solo. A su lado había dos figuras jóvenes que la historia ha tenido a bien recordar: los Curie. Maria Sklodowska era su verdadero nombre, el que recibió en su querida Polonia natal, antes de viajar a Francia, la tierra donde conocería a Pierre, su marido, en la que tendría a sus hijas Irène y Ève y desde donde ahondaría en la naturaleza de la radiactividad. Cualquiera diría que aquel país para el que ganó dos premios Nobel le daría la espalada por motivos xenófobos y machistas.

Sea como fuere, Pierre y Maria estaban estudiando la pechblenda, un tipo impuro de uraninita. Al igual que las sales de uranio de Becquerel, de la pechblenda de los Curie emanaba radiactividad, pero todavía nadie sabía qué podía ser aquella energía. Fue entonces cuando Curie tuvo una revelación. La energía parecía depender de la cantidad de uranio de la roca y no de las reacciones con otros elementos, por lo que, tras descartar algunas explicaciones alternativas, Maria dedujo que aquella energía tenía que venir directamente del interior de los átomos de uranio, era energía atómica que no dependía de procesos químicos al uso, sino de algo más cercano a la física.

Durante estas investigaciones se percataron de que la pechblenda ocultaba algo más, otros dos elementos radiactivos no tan predominantes en su composición, pero igualmente interesantes. Los Curie los bautizaron como Polonio y Radio y ganaron el Nobel por el aislamiento de este último (100 miligramos de cloruro de radio por cada tonelada de pechblenda) Ahora sí, a partir de entonces la locura se apoderó de occidente.

La estrella del radio

La radiactividad era casi mágica y sus propiedades abrirían mil caminos prósperos. Por desgracia, algunos se dejaron embelesar y tomaron lo de la magia por verdad, usando el radio como una panacea capaz de lograrlo todo. Se añadió a pastas dentífricas, mantequillas y todo tipo de alimentos. Con ella se hacía ropa interior y bebidas energéticas. Si la medicina estaba comprobando sus beneficios en pequeñas cantidades ¿Qué podría salir mal de esta sobreexposición?

La industria enloqueció y el radio se volvió tan ubicuo como su escasez permitía. Así es como llegó a los relojes de la Radium Dial Company, cuyas manecillas brillaban en la oscuridad por cortesía de la radiactividad. Las encargadas de pintarlos con radio no sabían a lo que se exponían, estaban bien pagadas y trabajaban con el material de moda, poco tenían en mente mientras cubrían las manecillas de los relojes. Muchas eran pagadas en función de sus resultados, por lo que tenían a afilar las cerdas del pincel con los labios, aumentando su productividad e ingiriendo el venenoso elemento día tras día en su larga jornada laboral. Tan solo unos años después, el radio acumulado en su cuerpo había causado un envenenamiento crónico por radiación en muchas de ellas, tumores, huesos necrosados y todo tipo de males que arrastraron a cientos de ellas a la muerte.

Fueron las mujeres del radio, el escuadrón de muertas vivientes, un recuerdo de cómo la industria a veces deja a un lado el principio de precaución. Por suerte, en lo que a temas de salud se refiere, existen cada vez más controles para evitar que se repita esta historia o una parecida. No obstante, la fiebre de la novedad sigue vigente y contamina las opiniones, que ni pasan ni pueden pasar por controles de calidad. Recordemos pues cómo la radiactividad que ha cambiado el mundo empezó poniéndolo patas arriba.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • La radiactividad ha tenido multitud de aplicaciones seguras que, de hecho, hemos integrado con total naturalidad en nuestra sociedad. Los relojes más precisos se aprovechan de ella y algunos tratamientos contra el cáncer, ya sean por radioterapia o braquiterapia aprovechan el daño controlado que la radiactividad causa sobre los tejidos para eliminar las células tumorales (ya que son más vulnerables por dividirse más que las sanas). La utilizamos para esterilizar alimentos de consumo diario, para investigaciones arqueológicas, agricultura y, por supuesto, obtención de energía.

REFERENCIAS (MLA):