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Doctor Who, la ficción que se transformó en ciencia

A pesar de la absoluta falta de rigor de sus guiones, esta serie ha inspirado verdadera ciencia entre un gran número de sus seguidores

Imagen promocional de la BBC
Imagen promocional de la BBC de Doctor WhoBBCCreative Commons

El 23 de noviembre de 1963 germinó la semilla de una obsesión colectiva. Un fenómeno de masas de bajísimo presupuesto, cargado de tópicos, malos actores y minutos de más. Era el intento de la BBC de rellenar tiempo de emisión aventurándose en el género del Space Opera. La premisa estaba clara: viajes en el tiempo. Pero fueron los detalles los que, contra todo pronóstico, encandilaron al público. Una niña viajando con su abuelo, extraterrestres ambos, pero con forma humana. Su sofisticada máquina del tiempo era una cabina de policía que sobraba del almacén de la BBC, un objet trouve que abanderaba el estilo “cutroso” de las primeras temporadas, pero que se volvería un icono durante los más de 800 capítulos que estaban por llegar: la TARDIS.

Sin el menor rubor, decidieron mostrarnos una máquina geométricamente incoherente, con un interior mucho mayor de lo que la cabina aparentaba y que, temporada tras temporada, fue aumentando con descaro hasta plegar dentro de sí piscinas, jardines y todo tipo de complejidades arquitectónicas. Doctor Who había nacido y, en pocos años, empezaría a parir ciencia. Una ciencia que nada tuvo que poco tuvo que ver con sus guiones, más cercanos a la fantasía que a otra cosa. El esotérico lenguaje de la ciencia era todo lo que precisaban, “palabros” de apariencia sesuda que pudieran encajar en sus guiones y enrevesarlos tanto que los espectadores tuvieran que claudicar y aceptar aquella jerga incomprensible como si fueran explicaciones válidas. La ciencia de la que hablamos no era tanto la que mostraban al público como la que terminaron inspirando en él.

Una ciencia más ética

Doctor Who es, claramente, hijo de una época convulsa donde el discurso antibelicista era poderoso. De alguna manera, todo aquello caló en los guiones y al explícito rechazo del protagonista a utilizar armas se sumó todo un corpus ético. Aquella ciencia de baratillo podía ser más falsa que un duro de madera, pero era humana, cercana y debía estar orientada al bien común. No se aceptaban utilitarismos donde el fin justificara los medios o la vida de una persona pudiera ser cuantificada. En sus episodios las malas aplicaciones de la ciencia y la tecnología son evidentes y despreciables, las buenas puras y deseables. Un discurso simplista que cercenaba toda escala de grises, pero que encapsulaba una visión social de la ciencia de terrible actualidad, una moraleja en plena moda. Hablaba de aquellos valores que, de haberlos tenido antes, nos habrían ahorrado carnicerías como las que implicó el estudio de la sífilis de Tuskegee o los tan atroces como inútiles experimentos nazis.

Nos habla de amar las ciencias sin sufrirlas, y no solo en el sentido anterior, sino que hace posible admirar su progreso sin tener que encomendar la vida a ellas, igual que podemos disfrutar de una pieza de música sin saber cómo tocarla. Hay belleza en las ciencias, una poesía subyacente que barniza el mundo pero que solo se hace visible bajo su mirada. Podemos amar la ciencia sin tener que padecer sus condiciones laborales, a salvo desde la barrera. Y de eso nos habla su ciencia ficción, incluso la más fantasiosa. Si olvidamos a los dalek, los cybermen, the Master y todos los artificios narrativos, nos queda una serie inspiradora que moldeó la manera en que veían las ciencias algunos de los niños que ahora se dedican a ella. Y no es una opinión, sino que tras esas palabras hay un estudio.

Moldeando el mundo

¿Por qué contamos historias? Somos un animal social y parte del pegamento que nos mantiene unidos son los cuentos, ya sean los de Ulises o los de Picard. Tienen un efecto en nosotros, nos enseñan cómo es el mundo antes de enfrentarnos a él, son un aprendizaje vicario que nos ahorra disgustos, nos entrena y nos forma. De hecho, moldea la manera en la que nos arrojamos al mundo. Incluso la ficción, por fantasiosa que sea, tiene una influencia en nosotros, un efecto que puede diluirse frente a la cruda realidad, pero que nos condiciona en nuestros primeros pasos. La ciencia ficción no es una excepción y en 2019, Lindy A. Orthia publicó un artículo científico que se hizo rápidamente famoso entre los “whovians”.

En su investigación, Orthia había encuestado a 575 aficionados a Doctor Who a través de Facebook mediante un gancho bastante sincero “¿Tienes algo que decir sobre Doctor Who y la ciencia?”. Al acceder al enlace, los encuestados se encontraban con varias preguntas que buscaban cuantificar cuánto les había influido Doctor Who en su vida. Orthia quería saber si había condicionado su carrera, su vida laboral, su visión sobre la relación entre ciencia y sociedad, el papel de la ciencia en la historia de la humanidad, sus opiniones sobre la ética científica, la manera en que resolvían problemas o incluso sus expectativas sobre cómo sería el futuro. De las 1039 preguntas, poco más de la mitad eran utilizables, pero sus resultados fueron bastante interesantes.

La mayoría de los sujetos negaron que Doctor Who les hubiera influido en casi nada, justificándose en que la ficción, en general, no jugaba ningún efecto en ellos. Podemos deducir que, al menos, no son conscientes de que las historias tengan una influencia clara en ellos, aunque sería interesante rastrear si esa percepción se adecua a la realidad. Sin embargo, cerca de un tercio afirmaron que Doctor Who había afectado a su perspectiva de la ética científica, a su manera de resolver problemas y a su visión del futuro. Por otro lado, en torno a una cuarta parte consideraron que la serie había influido en su manera de entender las relaciones entre la ciencia y la sociedad y el papel de la ciencia en la historia de la humanidad. En cambio, a pesar de que más de un tercio de los encuestados tenían estudios universitarios en disciplinas científicas, solo un 13% se sintieron influidos en sus elecciones académicas y un 9% en las laborales.

Sería injusto presentar este estudio como un ejemplo de rigor y perfección. Hay cabos sueltos y elecciones metodológicas subóptimas, pero es algo y nos permite orientar el papel de estas ficciones en la sociedad. Porque puede que la tecnología ficción del buen doctor no haya llegado a la realidad, puede incluso que no lo haga jamás. Sin embargo, sigue influyendo en la percepción que tenemos de las ciencias y esa visión popular, como si de una profecía autocumplida se tratara, acaba condicionando lo que la ciencia es como institución social.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Por supuesto, nada de esto significa que la serie, sus valores o sus decisiones creativas sean perfectas. En ocasiones ha dejado ventanas abiertas al pensamiento mágico y, en cierto modo, a las pseudociencias y el misticismo. Ha podido estar más o menos influida por agendas políticas pero, a pesar de todo ello, su larguísimo recorrido y su fortísimo club de seguidores ha hecho de ella un fenómeno social a destacar.

REFERENCIAS (MLA):