Cultura

Cine

“El traidor”: El honor perdido de la Cosa Nostra

Marco Bellocchio narra la historia de Tommaso Buscetta, el primer arrepentido de la mafia que ayudó a condenar a 360 de sus antiguos compañeros en el Macrojuicio de Palermo

El traidor
El traidorLia Pasqualino

Curioso, hablar de «los ideales de la Cosa Nostra». Hoy la mafia es vista como una empresa criminal, asesina y narcotraficante. Pero cuando la Cosa Nostra nace en Palermo, Sicilia, a mediados del siglo XIX, lo hace como una organización piramidal basada en la lealtad de por vida, en la ley del silencio y, sí, en una serie de principios morales supuestamente inquebrantables, como que los niños y las mujeres debían ser protegidos. Dentro de la mafia, la de antes, había honor. Al menos, así lo veía Tommaso Buscetta. Y fue esta lógica la que le llevó a convertirse en el primer «pentito», el gran traidor de la Cosa Nostra. El «soldado», como él siempre se definió, que ofreció a la justicia italiana la información necesaria para desmantelar el imperio criminal de Palermo. Sobre esa traición y el personaje que la perpetra se centra Marco Bellocchio para recrear el macrojuicio que sentenció a cientos de capos a la cárcel en los ochenta y, también, para explorar esa especie de Italia paralela que fue la Cosa Nostra.

«Buscetta es un personaje importantísimo en la historia de la mafia porque es el primer arrepentido. En realidad, el segundo, porque primero hubo uno que se llamaba Vitale, pero tenía problemas psiquiátricos y por eso no se utilizaron nunca sus testimonios. Buscetta es un hombre lúcido, inteligente, también un hombre valiente que, cuando decide colaborar, ofrece información sobre el organigrama mafioso, es decir, revela la pirámide de la mafia», explica el director.

Se refiere al modo en el que la Cosa Nostra se organizaba, desde los soldados, el rango más bajo, pasando por los «caporégime» o capitanes de régimen, que dirigían a grupos de soldados, y los «sottocapo» o segundos al mando después del don, que es el jefe de una familia. «Para Falcone resulta extremadamente importante porque así comprende por fin la arquitectura general de la Cosa Nostra», asegura Bellocchio.

La muerte de Falcone

El juez Giovanni Falcone compartió cientos de cigarrillos con Buscetta durante las horas que escuchó y registró sus declaraciones, cuyo resultado fue un documento de casi 500 páginas, la clave para sentenciar a Pippo Calò, Michele Greco y Salvatore Riina, tres de los 360 mafiosos condenados el 16 de diciembre de 1987.

La venganza tardó en llegar, pero llegó. El 23 de mayo de 1992, 400 kilos de TNT escondidos bajo la carretera que va de Trapani a Palermo hicieron volar el Fiat Croma blanco en el que Falcone, su esposa Francesca Morvillo y tres escoltas viajaban hacia el aeropuerto. Si la historia de valentía y resistencia de Falcone y su trágica muerte ha sido narrada incontables veces, Bellocchio alcanza a darle un nuevo nivel de oscuridad; la utiliza para mostrar la peor cara de la mafia: aquella que celebra con champán al contemplar la ruina de Falcone, que podría ser la de toda Italia.

Pero «El traidor» no se centra en Falconce, sino en las motivaciones de Buscetta para quebrar la «omertá» y en la vida que llevará a consecuencia de ello. «A mi parecer, no es un héroe. Sin embargo, no es tampoco un hombre malvado ni detestable. Por eso pensé en seguir su camino», afirma el cineasta, que en efecto le retrata sin evitar sus ángulos menos favorecedores. Buscetta nació en Palermo el 13 de julio de 1928, era el menor de 17 hermanos y antes de cumplir la mayoría de edad ya había jurado lealtad a la familia de Porta Nuova, bajo el mando de Giuseppe «Pippo» Calò, uno de los tipos a los que más tarde delatará.

Alguien vanidoso –se tiñe las canas antes de declarar en el macrojuicio y siente debilidad por un buen traje de sastre– y que admite que las mujeres son su mayor pasión, Buscetta decide dejar Palermo e instalarse en Río de Janeiro con su tercera esposa. Casi inmediatamente comienza la «Mattanza», una guerra de clanes que dejó cientos de muertos, entre ellos, muchos inocentes, y que dio el impulso a bastantes de los «pentiti», empezando por Buscetta.

El búnker de Ucciardone

Mientras en Palermo se matan, él es encarcelado y torturado en Brasil, hasta que eventualmente le extraditan a Italia. Allí se decidirá finalmente a declarar en contra de los suyos. «He sido, y sigo siendo, un hombre de honor. Son ellos los que han traicionado los ideales de la Cosa Nostra», una frase que Buscetta repite como un mantra de redención o autojustificación.

El filme se adentra entonces en el delirante escenario del macrojuicio, al que los acusados asistían desde el interior de unas jaulas de barrotes metálicos, como bestias encarceladas y rabiosas que llegan al extremo de coserse los labios para negarse a declarar. Ante el juez, todos niegan los crímenes de los que son acusados sin ni siquiera pestañear. A Buscetta le insultan desde las jaulas: «Traidor», gritan, sin que él se dé por aludido.

Para el proceso se construyó un búnker octogonal junto a la prisión de Ucciardone, en Palermo, diseñado para aguantar incluso ataques aéreos. «Es un juicio único. Primero, porque comienza y termina. Hasta entonces, los mafiosos tenían siempre la capacidad de interrumpir, de bloquear... eran muy poderosos. Pero este proceso acaba con una sentencia de varias cadenas perpetuas y otras condenas muy graves –recuerda Bellocchio–. En este sentido, me interesaba representarlo de una forma teatral, casi diría operística, tragicómica o trágica-grotesca, en la que los hombres que acaban imputados intentan salvarse utilizando todos los medios con los que contaban. Hacían teatro, representaban un papel, aunque no consiguen bloquear el proceso».

Una vejez amarga en el «exilio»

Tomasso Buscetta (en la imagen) no murió a manos de la Cosa Nostra a pesar de ser el gran «pentito» de la organización. Su colaboración con la justicia hizo que se le blindara para evitar represalias. Eso sí, su vida nunca volvió a ser la misma tras el «maxiproceso» contra la mafia, y su familia sufrió las consecuencias. Dos de sus ocho hijos murieron estrangulados tras ser sometidos a tortura y su sobrino fue asesinado de un disparo. A Buscetta se le envió a Estados Unidos dentro de un programa de protección. Pero nunca pudo trabajar, dependiendo del Estado, preso cada vez más en su paranoia, seguro de que cualquier día vendrían a matarlo por orden del todopoderoso Toto Rina. Sin embargo, Buscetta no falleció de muerte violenta, sino natural. Un cáncer se lo llevó por delante a la edad de 71 años en 2000. Hasta el final le atravesaron las dudas y los remordimientos sobre si había hecho lo correcto en su vida.