Pandemia

Un mes después de sus Fallas, Valencia presume de haber esquivado otra ola

Del 1 al 5 de septiembre, Valencia fue mirada con lupa en todo tipo de áreas: desde la sanitaria y la turística hasta la festivo, la política y la policial

Imagen de las Fallas celebradas en Valencia el pasado mes de septiembre
Imagen de las Fallas celebradas en Valencia el pasado mes de septiembreAna EscobarAgencia EFE

Hace ahora un mes circulaba sin apenas contestación un imparable mantra colectivo: las Fallas de septiembre, unidas al regreso de las vacaciones de agosto y a la vuelta al cole, provocarían un repunte de contagios de coronavirus, pero la primera gran fiesta popular desde el inicio de la pandemia lo ha acallado con datos y una gran sonrisa de satisfacción impera en el mundo fallero.

Del 1 al 5 de septiembre, Valencia -y otros municipios de la Comunitat Valenciana que también celebran las Fallas- fue mirada con lupa en todo tipo de áreas: desde la sanitaria y la turística hasta la festivo, la política y la policial, pues tenía tantas aristas y abarcaba tantos palos que todo el mundo vio en ellas un laboratorio de cómo puede disfrutarse, regularse y aprovecharse un acontecimiento festivo en el mundo pospandemia.

Y el resultado, contra los pronósticos más agoreros que apuntaban a contagios disparados de covid, desórdenes públicos por aglomeraciones sin control, botellones nocturnos y una relajación masiva de medidas sanitarias, ha sido contundente y positivo para este Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

Al éxito de celebración popular -las fallas se quemaron como marca la tradición, se celebró la mayoría de sus actos más emotivos y llegaron más turistas (sobre todo nacionales) de los previstos- se ha unido, este mes, una constante bajada de la tasa de incidencia acumulada de casos hasta estar en un riesgo bajo.

Un año y medio de pesadilla para el sector

Las Fallas de marzo de 2020 estrenaron a su pesar el título de primera cancelación de una fiesta de interés turístico internacional, pocos días antes de la declaración del estado de alarma en España, y aunque después se especuló con la posibilidad de celebrarlas en julio, el avance desatado de la pandemia echó por tierra ese anhelo y empezó a repetirse una frase recurrente: “Ojalá puedan ser en 2021″.

Pero las sucesivas olas de contagios, unidas al clima de pesadumbre generalizada que dominaba el ambiente ante los efectos multilaterales de la pandemia, ensanchaban el agujero negro al que iban cayendo todos los sectores relacionados con esta fiesta.

Desde los propios artistas falleros -los monumentos no quemados se almacenaban en grandes naves sin saber qué sería de ellos- hasta los indumentaristas, pasando por la hostelería, las peluquerías, las comisiones de cada barrio, la pirotecnia, las bandas de música, las floristerías... Las deudas aumentaban y no se atisbaba futuro alguno.

La luz al final del túnel

Las Administraciones autonómica, provincial y local les intentaban animar con ayudas puntuales y, sobre todo, la promesa de que en cuanto se pudiera celebrar algo parecido a las Fallas, se haría.

En vista de que en marzo de 2021 la pandemia no cesaba, se decidió que septiembre, antes del inicio del curso escolar y en vista de la evolución sanitaria positiva que se vislumbraba antes del verano, podría servir de prueba de fuego, un ensayo serio de cómo podrían ser las fiestas de marzo de 2022.

Se diseñó un programa de actos provisional, con la esperanza de que al menos se pudieran quemar los más de 700 monumentos (solo en la ciudad de València, entre grandes e infantiles) almacenados entre la Ciudad del Artista Fallero, la Marina del puerto y Feria Valencia; se celebrara la Ofrenda floral a la Virgen -el acto más emocional al margen del ritual del fuego-; hubiera pirotecnia y ruido de petardos y se respirara, siempre con mascarilla, un cierto ambiente de Fallas.

Amenazas, sustos y tormentas

Pero como la pandemia nos ha acostumbrado a sufrir un susto tras otro, esta fiesta no podía librarse de la sensación de caminar sobre el alambre en lo alto de un circo.

Primero fue la quinta ola de contagios en pleno verano, que hizo tambalearse todos los preparativos: los hospitales volvían a estar llenos, se registraban docenas de muertos a diario y el número de contagios se disparaba sin control. Aumentaron las restricciones y la amenaza de suspensión de las Fallas de septiembre entró en el debate público e incluso político: se cuestionó la idoneidad de seguir adelante con unas fiestas que no podían sino aumentar los casos.

Al final las tendencias de los indicadores sanitarios de agosto fueron mejorando, aunque lentamente, y el programa definitivo de actos falleros se consensuó entre la Conselleria de Sanidad, el Ayuntamiento y el sector: ningún acto multitudinario, restricciones de aforos en cada falla y en la Ofrenda, nada de mascletaes en la plaza del Ayuntamiento ni de castillos de fuegos artificiales en el antiguo cauce del Turia, mascarilla obligatoria en todo momento...

De hecho, el alcalde, Joan Ribó, llegó a decir que estas no serían unas Fallas sino “unos actos falleros”.

Y como colofón a los preparativos, la noche de la “plantà” de las fallas grandes, la del31 de agosto al 1 de septiembre, cayó tal tormenta que algunos monumentos se desplomaron y otros sufrieron daños, aunque la mayoría aguantó la tromba de agua y el envite del viento. Hubo quien dijo entonces que estas fiestas parecían gafadas.

Y todo salió bien

Las fallas se plantaron y fueron visitadas y fotografiadas por docenas de miles de personas; las falleras desfilaron a diario en un continuo pasacalles que recuperaba la música de las bandas; los niños tiraban petardos como si no hubiera un mañana y las mascletaes -secretas y sin anunciar su ubicación para que no hubiera público- hicieron retumbar barrios enteros.

El calor daba pie al paseo, las terrazas de bares y restaurantes del centro estaban llenas, la Ofrenda fue un éxito de organización y las falleras inundaron con sus lágrimas el sentido reencuentro procesional con su patrona, hubo botellones pero menos que un fin de semana normal, apenas se notificaron incidentes de seguridad... Todo ello regado con un ambiente general de vivir algo parecido a la normalidad. Y el domingo 5, por la noche, antes del toque de queda, el fuego devoró las fallas.

El sector mira ya con optimismo el calendario. En las próximas semanas habrá nueva Fallera Mayor, las comisiones vuelven a vivir en sus casales, los artistas ultiman sus diseños imposibles, los indumentaristas se afanan ya con los encargos y el mundo fallero, en general, respira. Marzo de 2022 está ya a la vuelta de la esquina.