Gastronomía
El Rincón de Mariñeta: aquí y ahora
Dónde los paladares tienen la posibilidad de ejercitarse coloreando los agujeros negros del desconocimiento sobre la cocina rumana
Sin ignorar el dónde y el porqué, hay sobremesas que nacen solas. En el universo de la restauración nunca se para el reloj de idas y venidas. Con el destino del Mundial de Fútbol a medio escribir nos invitan, en tiempo real, a celebrar el Día de Rumanía, el pasado miércoles 1 de diciembre.
La cita marcada en rojo en el calendario nos sirve de convocatoria para rendir tributo a la gastronomía rumana en el restaurante El Rincón de Mariñeta (C/ Guadassuar, esquina con Plaza Policía Local). No recuerdo un piquete gastrónomo de bienvenida, tan fervoroso, como el que nuestros anfitriones conceden a amigos y familiares. A todos nos mueve la querencia curiosa.
Día de Rumanía
Como la casualidad no gobierna nuestra agenda, un día como hoy no es necesario huir de las excelencias habituales pregonadas hacia este establecimiento siempre respaldadas por los hechos. Pero hoy no vamos a hablar que es un restaurante donde practicar el culto del almuerzo de manera cotidiana, que ofrece bocadillos con nombre propio, que cuenta posiblemente con una de las mejores tortillas de patata, sin permiso de nadie; que ofrece conseguidos cocidos, guisos, arroces, carnes, y pescados donde el equilibrio precio-calidad está más que consolidado.
Hoy toca vivir la jornada especial dedicada a la gastronomía rumana. El alma máter del Rincón de Mariñeta, Maria Botis, afincada desde hace más de dos décadas en València, como anfitriona puntual en su ascendente rumano nos presenta una degustación de platos tradicionales de su país. Tiene animosa empatía en las venas, espanta los silencios y las dudas de los clientes mientras afronta con garantía cualquier pregunta. Su capacidad de influencia es inmediata, déjense aconsejar.
El prefijo espirituoso, en forma de un trago de «Palinka», aguardiente de manzana de 53 grados, inicia el discurso alambicado que goza de gran predicamento y se convierte en la introducción al aperitivo, donde descubrimos el radiante fiambre y embutido, ahumado y especiado. El queso de cabra también refuerza la querencia.
El buen gusto es un saco permanente de sorpresas. Se incrementan las ganas de apurar la cerveza nacional, «Ursus Premium». La peregrinación sumiller se intensifica, mientras el vino rumano se asoma con la varietal Merlot, «Beçiul Domnesc» de manera natural para maridar los gustos.
Ensalada de berenjena
La ensalada de berenjena, un clásico de los entrantes en cualquier mesa rumana, crea lazos gustativos que unen para siempre. Forma un perfecto prólogo a lo que nos aguarda.
La «sopa tradicional rumana» invita a una inmersión para ver los fondos que produce la perfecta cocción de verduras, patatas y carne de ternera.
Confianza ciega en el primigenio caldo, para combatir el frío epílogo otoñal.
Nos convertimos en «apropiacionistas» y devotos al probar el «mici rumano» una peculiar salchicha fresca de carne picada, que integra carnes de ternera y cerdo, condimentada con diversas hierbas aromáticas que se consume a la parrilla, a la brasa o a la barbacoa, culminada discretamente con el acompañamiento de una conseguida mostaza casera.
Máxima solemnidad y expectación ante la llegada del «sarmale», rollitos en hojas de col rellenos de carne, de ternera y cerdo, que lo convierten en un grandioso plato único. Controlamos los ímpetus, mientras se inicia el culto. Este plato tiene a favor todas las voces autorizadas.
Buñuelos con mermelada
Levantamos el pie del acelerador, aflojamos la marcha, y nos tomamos un dulce respiro para conocer el particular postre «papanaçi» unos buñuelos cubiertos de mermelada de fresa y nata.
La sobremesa se convierte en una postal con las huellas gustativas rumanas impresas en el paladar. El sondeo realizado, a pie de plato, es contundente. El encuentro prenavideño lleva insertado en su esencia, un relato que va mucho más allá del hecho de calmar la curiosidad del paladar. La primera respuesta es obvia, no debemos esquivar la oportunidad de repetir esta comida cualquier otro día, pero recuerden siempre por encargo.
La comida contribuye a confirmar algunos de los postulados habituales. Nos damos cuenta qué conocemos en realidad mucho menos de lo que imaginamos. Lo peor de los prejuicios gastronómicos es que uno no sabe que los tiene. Por eso nuestros paladares deben ejercitarse coloreando los agujeros negros del desconocimiento sobre la cocina de otros países.
Nuestras capacidades para influir en la vida gastrónoma son escasas, pero una está del todo bajo nuestro control, la curiosidad para dejarse llevar a participar en estos encuentros.
Nuestro error consiste en estar a todas horas pendientes de lo que vendrá y no ser capaces de asentarnos.
El Rincón de Mariñeta, aquí y ahora.
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