
Sonidos del Turia
De la claridad mozartiana a la intensidad de Zemlinsky
La Orquesta de València, bajo la batuta de Liebreich, demostró una sensibilidad encomiable

El pasado viernes 10 de enero de 2025, la Sala Iturbi del Palau de la Música acogió un concierto memorable que reunió dos obras de gran envergadura: el Concierto n.º 4 para violín y orquesta en Re mayor, KV 218 de Wolfgang Amadeus Mozart y la Sinfonía lírica, op. 18 de Alexander von Zemlinsky. Bajo la dirección de Alexander Liebreich, titular de la Orquesta de València desde 2022, la velada fusionó precisión técnica y una expresividad cautivadora. La sala, prácticamente llena, reflejaba la expectación generada por un programa cuidadosamente seleccionado y de enorme atractivo.
El concierto abrió con la obra de Mozart, una de las piezas más emblemáticas y exigentes para violín. Compuesto en 1775, cuando el genio de Salzburgo contaba apenas con 19 años, el Concierto n.º 4 coloca al instrumento de cuerda como el absoluto protagonista, mientras que la orquesta adopta un rol secundario. En esta ocasión, el violinista Noah Bendix-Balgley, concertino de la Filarmónica de Berlín, fue el encargado de interpretar esta obra con una maestría indiscutible.
Desde los primeros compases del radiante Allegro inicial, Bendix-Balgley cautivó a la audiencia con su estilo ágil y ligero, caracterizado por una velocidad vertiginosa, una de sus grandes fortalezas. Aunque algún desajuste en la afinación pudo percibirse en los pasajes más complejos, su ejecución brilló por una cadencia final perfectamente resuelta y cargada de personalidad. A medida que avanzó al segundo movimiento, Andante cantabile, el violinista exhibió un vibrato delicado y preciso que aportó elegancia y profundidad emocional, sumiendo a la audiencia en un estado de recogimiento. La sensibilidad con la que balanceó las voces en este movimiento sumió al público en un estado de contemplación. Por último, el Rondeau: Andante grazioso - Allegro ma non troppo final, desplegó un carácter juguetón, danzante y lleno de gracia. Bendix-Balgley mostró un dominio técnico impecable, en especial el bariolage, enfatizando su conexión natural con la música mediante ligeros movimientos corporales que parecían fluir con las frases musicales, demostrando una compenetración total con la obra.
La Orquesta de València, bajo la batuta de Liebreich, demostró una sensibilidad encomiable, manteniéndose en un rol acompañante que permitió al violín destacar. La complicidad entre el solista, los músicos y el director fue evidente, resultando en una ejecución que combinó rigor y frescura. Al concluir la obra, los aplausos resonaron con tal intensidad que Noah Bendix-Balgley fue llamado a salir en cinco ocasiones para recibir el reconocimiento del público. Como broche final, ofreció un bis festivo, interpretando con maestría una obra popular judía que dejó al público visiblemente emocionado y con una sonrisa imborrable.
La segunda parte del programa contrastó radicalmente con el refinamiento de Mozart, transportando al público hacia las profundidades expresivas de la Sinfonía lírica, op. 18, de Alexander von Zemlinsky, compositor austríaco vinculado a los círculos de Mahler y Schoenberg. Esta obra, estrenada en 1923, se caracteriza por su riqueza orquestal y su estructura en siete movimientos, cada uno asociado a un poema que explora diversos estados emocionales, como el deseo, el enamoramiento, el afán de libertad, la ruptura y la aceptación del destino.
La Orquesta de València afrontó los desafíos de esta compleja partitura con notable solvencia. En el primer movimiento, Ich bin friedlos, la riqueza del viento metal y la percusión destacó, aunque en algunos pasajes el conjunto eclipsó momentáneamente al barítono Christian Immler. La soprano Sarah Wegener, en cambio, brilló con una voz delicada y cálida que ganó en intensidad a medida que avanzó el segundo movimiento, Mutter, der junge Prinz, capturando con maestría la tensión emocional del poema. Su capacidad para transmitir la pasión y el dolor de un amor no correspondido dejó una profunda impresión en el público.
Los momentos destacados continuaron en el cuarto movimiento, Sprich zu mir, Geliebter, donde la orquesta, liderada con gran precisión por Liebreich, logró reflejar el ondulante carácter tonal y melódico de la pieza, evocando la oscuridad y la introspección que el poema sugiere. Wegener sobresalió una vez más en este pasaje, mientras que los graves del trombón aportaron una profundidad que intensificó el carácter nocturno de la música. El quinto movimiento, Befrei mich von den Banden, en contraste, destacó por su energía rítmica y la potencia tanto de la orquesta como de la voz de Immler, quien transmitió con convicción el anhelo de libertad del texto. La solidez y expresividad de su timbre vocal dotaron al movimiento de una fuerza dramática impresionante. Finalmente, el séptimo movimiento, Friede, mein Herz, cerró la obra con un susurro casi imperceptible, en el que la voz del barítono y la orquesta se desvanecieron progresivamente, dejando una sensación de resignación y calma. La Orquesta de València manejó estas transiciones dinámicas con una exquisita precisión, logrando un cierre profundamente emotivo.
Liebreich mostró una comprensión detallada de ambas obras, guiando a los músicos y solistas con una dirección clara y sensible. Este concierto se consolidó como una experiencia musical inolvidable, reafirmando el alto nivel artístico de la Orquesta de València y la excelencia de sus invitados. La combinación de Mozart y Zemlinsky resultó en un contraste enriquecedor que mantuvo al público completamente inmerso en la experiencia musical. La expectación se renueva para el próximo concierto, donde Renaud Capuçon, Kian Soltani y Mao Fujita ofrecerán un programa dedicado a Schubert y Brahms.
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