Cargando...

Cultura

Devolved a la Roqueta el sarcófago de san Vicente Mártir

Actualmente está en el Museo de Bellas Artes, en tierra y de forma anónima, como un pedrusco más de los allí existentes

El sarcófago de San Vicente Mártir se halla en un patio del Museo de Bellas Artes, sin inscripción alguna que lo identifique Baltasar Bueno

La iglesia de La Roqueta es la “ecclesia mater” de la Iglesia de Valencia, la más antigua y principal de todas, el lugar de enterramiento del joven diácono Vicentius, el más célebre de los mártires de la primitiva cristiandad por la crueldad de los tormentos sufridos a causa de su fe durante las persecuciones romanas contra los cristianos.

La asignación de “ecclesia mater”, la iglesia madre, la hace en el siglo V el poeta hispano Aurelio Clemente Prudencio, en el Himno V de su Peristephanon: “Hinc ad basilicam sanctum corpus adlatum… in ecclesiam matrem sanctus Vincentius consecratur altario, ” (un altar dio el debido descanso a los bienaventurados huesos del mártir).

Impresionantes los distintos relatos de la Pasión y Muerte del santo. Daciano no tiene bastante con torturar a Vicente. Ordena que su cadáver sea arrojado a un descampado para que se lo coman los animales y luego arrojado al mar atado a una piedra, pero el mar lo devuelve a tierra.

El profesor Leopoldo Peñarroja afirma que “la narración del martirio es piedra angular para el estudio de la cristiandad valenciana primitiva”. El canónigo e historiador don Vicente Castell Maiques decía que este templo tenía consideración de catedral, sede de los primeros obispos. Justiniano, el primer obispo de Valencia del que se tiene noticias por escrito, fue abad de este monasterio en el siglo VI. Es, por tanto, esta iglesia origen de la Diócesis valentina, en razón a ello, san Vicente mártir es patrón de la Archidiócesis de Valencia.

Jaime I puso bajo los auspicios espirituales de “sancti Vincentii nobis civitatem et totum regnum Valentie subiugavit”, a la ciudad y todo el Reino de Valencia para su reconducción después de su liberación de las manos paganas, pues atribuía su victoria a la ayuda de la Virgen y de san Vicente, de quien había oído hablar mucho.

El monarca aragonés, al poco de tomar Valencia visitó los lugares y las cárceles donde padeció el glorioso mártir san Vicente, ciudad que desde entonces lo tomó como patrón, y mandó edificar un templo con su monasterio y convento, a los que concedió grandes privilegios, dotándolo de grandes posesiones y rentas.

Fueron varios los templos que se sucedieron aquí. De ello, lo atestiguan aún arcos románicos, uno con capiteles esculturados con la representación del martirio del santo en la zona de las antiguas clausura y sacristía, así como arcos góticos de piedra en el muro izquierdo, el lado del Evangelio. Arriba quedan vestigios de ricos esgrafiados, como los de la iglesia de san Esteban mártir.

Del paradero de los restos mortales de san Vicente mártir aquí sepultados, no se sabe nada. Tampoco está el bello sarcófago que los contenía, de mármol itálico, de Carrara, estatuario y blanco, caja rectangular sin tapa, en cuyo frontis está esculpido un relieve decorativo, donde aparece una corona de laurel, el anagrama XP, una cruz latina, dos palomas, un cordero y un ciervo, cuya labra está datada en el siglo IV.

El profesor Leopoldo Peñarroja lo define como sarcófago estrigilado, “decorado por dos esbeltos grupos laterales de strigiles (eses alargadas) con pilastras en ambos extremos y campo central decorado con crux invicta o anástasis (cruz latina gemada, con corona de laurel y crismón inscrio). Bajo la cruz se albergan una oveja y un ciervo”. Guarda grandes similitudes formales con los sepulcros conservados en los Museos Vaticanos, salidos de los talleres romanos.

El 17 de abril de 1837, el Ayuntamiento de Valencia acordó, a petición militar, el derribo del ábside de la iglesia y del torreón del monasterio, porque estorbaban a la línea de tiro de la artillería que defendía la ciudad en tiempos de las guerras carlistas, demolición que llevó a cabo el Regimiento de Ingenieros.

Los artilleros sacaron de entre los escombros el sepulcro y pensaron les vendría bien, lo podrían aprovechar, vaciado, como para abrevadero de la caballería y se lo llevaron a la Ciudadela, donde en 1865 fue descubierto por el cronista e historiador Vicente Boix, quien logró tras una campaña en prensa sacarlo de allí y llevarlo al Museo Arqueológico, de donde pasaría al Museo de Bellas Artes donde está en la actualidad, en tierra, en un patio aporticado, sin ningún letrero que lo identifique, como si fuera un pedrusco más de los allí existentes.

El dato de que vaciaron el sarcófago para llevárselo a un establo puede que nos lleve a averiguar donde fueron sepultados lo que quedaba de los restos mortales del santo, en el caso de que de ello se levantara alguna acta y se conservara en el rico Archivo Histórico del Monasterio.

Mas tampoco tenemos ese archivo conteniendo “privilegis, gracies, reals, indults, bulles apostoliques y demes escriptures y papers”, documentación que arranca desde 1238, que cuando la Desamortización el Gobierno se lo llevó a Madrid al Archivo Histórico Nacional, nos cuenta María Dolores Mateu Ibars.

En tiempos ya más recientes, en 1973, esta iglesia, convento y monasterio, estuvo a punto de desaparecer por completo del mapa: Las religiosas agustinas que lo ocupaban lo vendieron una promotora que pretendía hacer aquí un edificio de viviendas y locales comerciales.

Por fortuna, hubo un palleter, el canónigo e historiador Vicente Castell Maiques, quien movilizó a la sociedad, logrando que el alcalde de Valencia, Miguel Ramón Izquierdo, llevara el asunto a Pleno, revocándose la licencia de derribo concedida, al tiempo que la Corporación Municipal compraba el inmueble, declarado en 1978 Monumento Histórico Artístico Nacional, también gracias a las insistencias de don Vicente Castell.

Don Vicente pasó toda su vida investigando sobre san Vicente mártir y La Roqueta. Su “opera magna” fue “El proceso sobre la ordenación de la Iglesia Valentina”, donde reconstruye documentalmente el proceso suscitado entre Toledo y Tarragona por la posesión de la Diócesis de Valencia.

Luego tuvo que sufrir la contrariedad de que tan valiosa investigación no encontró quien la publicara. En 1996, siendo presidente de las Cortes Valencianas, Vicente González Lizondo, dos periodistas, José Manuel Dasí y quien esto escribe, mediamos ante él para que el Parlamento autonómico asumiera el patrocinio de la publicación, dos volúmenes bellamente editados en los días ya cercanos a la muerte de Lizondo, y que, como homenaje, fueron colocados sobre su féretro en su funeral.

En la conclusión: Hay que devolver a la Roqueta la atención e importancia que se merece. Hay que reclamar el Archivo del Monasterio que le fue robado cuando la Desamortización. Y hay que exigir que el sarcófago de san Vicente mártir, hoy indebida y anónimamente, en el Museo de Bellas Artes, vuelva a La Roqueta por ser el lugar histórico donde siempre estuvo, conteniendo los restos de san Vicente mártir. Eso es memoria histórica.