
Reconstruir el municipio
En la zona cero de la DANA en Chiva: «No sabemos si podremos volver a nuestra casa»
Cuatro vecinos que están entre las 130 familias desalojadas por temor a derribos narran cómo vivieron las lluvias en sus hogares al borde del barranco y sus dudas respecto a dónde vivirán
El polvo inunda el ambiente tras derribar una máquina excavadora lo que antes era una casa en la calle San Isidro de Chiva. Decenas de vecinos de esta localidad valenciana graban desde el otro lado cómo poco a poco van desapareciendo las casas más dañadas en el barranco del Gayo. Once días después de que la DANA arrasara el centro del municipio valenciano, el pueblo poco a poco recupera la normalidad: ya no hay casi barro, las máquinas asfaltan las calles más dañadas y hasta ha vuelto el mercadillo municipal de los viernes. Casi todos buscan retomar su rutina, excepto 130 familias que todavía no han podido volver a sus domicilios.
«Hemos pasado de estar muriéndonos de sed a morirnos de agua», dice Juanvi Enguídanos, de 38 años. El martes 29 de octubre estaba en su piso al principio del barranco con su mujer, Cynthia, y su bebé de año y medio. Desde su balcón vio cómo vinieron dos olas de aguas de tres metros. La peor fue la segunda, pasadas las ocho de la tarde. «Era un tsunami al revés, de la montaña al mar», asegura.
Su primera reacción al verla fue llamar a su tío, tocayo suyo. «Le dije: ‘Juanvi, si alguna vez en tu vida me tienes que hacer caso, sal, que os vais a matar’». Sus tíos vivían a pocomenos de500 metros más abajo en una casa que cuelga del barranco, pero no querían irse en un principio. Segundos después se quedó sin cobertura y no pudo saber si consiguieron escapar.

«Mis tíos están vivos gracias a que les llamé», dice ahora orgulloso. Tras su llamada, consiguieron huir a la carrera. Unos vecinos del edificio de enfrente les abrieron el portal y pudieron refugiarse en el segundo piso. Poco después, el agua arrasó su casa y acabó abriéndose un hueco por el cuarto de baño para volver al barranco.
A sus 62 años, Juanvi y su mujer ven desde el otro lado cómo derrumban la casa de sus vecinos, expectantes a ver si cae la suya. Ella no quiere hablar. «Mi tía está en shock», se disculpa Juanvi. «Cuando al día siguiente abrí y vi que no había casa no sabía cómo decírselo. Le dio un ataque de ansiedad y se quedó agarrotada en el suelo, temblando encogida. Fue muy duro», dice.
«Qué triste ver el pueblo así», narra Eva Sancho mientras observa también el derribo. A poco más de 300 metros está su casa en una segunda planta. Ella estaba en su cocina con su bebé de casi dos años cuando vio por la ventana del patio interior a su vecina Angélica trepando desde el piso de abajo a sus 68 años. «Le estiré de una pierna y luego de la otra. Todavía no sé cómo llegó a subir la señora y te diría que ella tampoco», asegura.
El agua había llegado a casa de su vecina y el caudal no paraba de crecer. Cogieron las cosas y subieron a una buhardilla que utilizan de trastero antes de que llegara la segunda ola de agua.

«Mi vecina es atea pero le dije: ‘Angélica, si en algún momento de esta vida te has planteado rezar, empieza hoy’», recuerda Eva. Allí pasaron la noche hasta que a las tres de la mañana volvió su pareja, que se había quedado atrapado en su trabajo en el municipio de Cheste.
Once días después, nadie les asegura que puedan volver a vivir en sus casas. Eva, Juanvi y sus tíos son parte de las 130 familias que vivían en la zona del barranco del Gayo en Chiva que han sido desalojadas por seguridad.
El consistorio ha puesto hoteles y un albergue en el instituto, pero la mayoría tienen familiares que les han acogido. Juanvi está durmiendo en un colchón improvisado en el suelo de casa de su hermano; sus tíos se han quedado en casa de sus padres y Eva se ha mudado temporalmente a Cheste a casa de sus padres con su pareja, su hijo y su perro. Ninguno sabe si podrán volver a sus hogares. La prioridad es ver si están dañados los cimientos.
A las cuatro de la mañana del miércoles 30 de octubre, cuando ya había dejado de llover y el nivel del agua había bajado, la Guardia Civil ordenó a los vecinos de un tramo al principio de la calle Ramón y Cajal que abandonaran sus apartamentos por miedo a que se derrumbaran los edificios.

El agua había arrasado los comercios en las plantas bajas y todavía están terminando de derribarlos: «Eso era una panadería; ahí había un supermercado; esa pared amarilla que se ve era un restaurante chino», enumera Juanvi. «Solo queda por derribar el local del veterinario ese del final», señala con su dedo desde el otro lado del barranco. Quitar los restos, explica, es necesario para poder revisar la estructura del edificio. El arquitecto municipal les ha dicho que de momento no hay daños significativos y las obras van bien, pero no les han dado plazos para volver.
Tampoco a Eva. Dos peritos han ido a su casa, pero no les han dado el visto bueno para regresar a casa. Eva teme que como su piso no ha sufrido grandes desperfectos no le den las subvenciones para los afectados.
«El problema es que no hemos perdido nada material, pero estamos sin casa. Hace falta que lleguen las ayudas prometidas», afirma Eva.
Aún sin ayudas
La Generalitat Valenciana anunció una ayuda de seis mil euros por vivienda dañada. Ambos la han solicitado pero todavía no han llegado y ambos piden una alternativa para vivir. El Ayuntamiento de Chiva ha hecho un llamamiento por redes sociales a los propietarios que tengan una casa para alquilar para que se pongan en contacto con el consistorio en busca de ofrecer una solución.
A sus 62 años, Juanvi y su mujer no saben cuánto dinero les van a indemnizar por perder su vivienda. «Hasta que no sepa cuánto recibo no sabré qué dinero tengo para poder comprar una casa nueva», expresa. Mientras, las máquinas excavadoras derrumban una pieza más de la de sus hasta ahora vecinos.
Incertidumbre
Clara Carrión sí ha podido volver a su hogar, pero nadie le asegura que vivir allí sea seguro. Su casa está a pie del barranco, pero ningún perito ha ido a verlo porque los cimientos de su edificio no han quedado expuestos dentro del barranco. En cambio, el edificio contiguo sí está precintado. «El día de las lluvias temblaba todo», dice al teléfono. «Había muchísimo ruido y llegué a pensar: ‘se me hunde la casa y me muero aquí con la niña’», rememora.
Clara estaba sola con su hija de dos años: su pareja se había quedado encerrado en su trabajo en Aldaia. No pudo salir de casa hasta dos días después, cuando los bomberos retiraron los árboles y piedras que tapaban la puerta de entrada.
Ha pasado una semana en casa de sus padres en Cheste, pero de vuelta en casa, solo busca volver a su rutina anterior. De momento siguen lavándose los dientes y hasta duchando a la niña con agua embotellada porque aunque el agua ha vuelto, en las casas cerca del barranco sigue saliendo barro de los grifos. «Queremos intentar hacer vida normal» dice Clara.
Los que no han podido volver aún, no se desesperan. Saben que podría ser peor. El viernes 1 de noviembre, tres días después de la riada, Juanvi se puso a ayudar con una grúaa sus vecinos a vaciar de coches el barranco. Al levantar uno encontraron a tres personas muertas. Informaron a la Guardia Civil, que retiró los cuerpos. «Al final somos unos afortunados. Estamos vivos».
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