La sombra de Charles Manson en el Oeste americano
Claire Vaye Watkins, hija de quien fuera mano derecha del criminal estadounidense, reescribe en «Nevada» su propia historia y la de los terrenos más inhóspitos su país
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Claire Vaye Watkins es una escritora desconcertante; sus palabras se te pegan como la humedad a la piel. Como el calor de esos desiertos del Oeste americano que protagonizan todas sus historias. Pero también es la hija de Paul Watkins, mano derecha de Charles Manson y morador del Rancho Spahn (ese que aparece en el filme de Tarantino, sí). En las palabras que la madre de Claire utilizó para describirlo a su hija: «Querida, era el principal procurador de jovencitas para Charlie». Pero Paul Watkins no estuvo involucrado en los asesinatos cometidos por miembros de la familia Manson en agosto del 69. Y en el subsiguiente juicio declaró en contra de su amigo. También escribió un libro, «Mi vida con Charles Manson». Más tarde se casó con la madre de nuestra autora y tuvo con ella dos hijas. Cuando Claire tenía 6 años, su padre falleció de cáncer. Quedó su recuerdo, forjado en parte por lo doméstico, pero también por el imaginario de Helter Skelter y otra familia, la de Manson. Y un cuento, «Fantasmas, cowboys», el primero de una colección que Claire Vaye Watkins publicó en Estados Unidos en 2012 con gran éxito. En España apareció este año bajo el título «Nevada» (Malas tierras).
Es difícil escribir sobre uno de los crímenes más revisitados de la historia americana sin caer en sensacionalismos. Quizá más difícil aún si eres hija de uno de los protagonistas de las orgías que dirigía Manson en aquel rancho de California que el aspirante a músico invadió junto a un grupo de adolescentes. Difícil igualmente decidir si contarlo todo o callar. ¿Alguna vez pensó que podrían etiquetarla como la hija de Paul Watkins antes que como escritora? «Todo empezó porque publiqué una historia autobiográfica muy corta, quizá de 500 palabras, en la web de “Granta”; era el segundo o tercer texto que publicaba. Obtuvo una respuesta muy poderosa y, a partir de entonces, ocasionalmente alguien me decía: “Deberías escribir unas memorias sobre la familia Manson, ganarías muchísimo dinero”. Y eso me resultaba bastante atractivo porque yo era muy pobre –confiesa Watkins–. Pero ese no es el modo en que se me presentan las historias. En ese entonces yo estaba escribiendo relatos impresionistas, surrealistas, posmodernos. Hay algo en la forma de mis cuentos que demuestra que no me interesa la versión sensacionalista y escabrosa de esta historia».
Le interesa, en cambio, explorar cómo el territorio conforma la identidad de las personas. «Para mí, las ideas de lugar y personaje son indiferenciables. Intento crear personajes que sean porosos, de manera que no haya barreras entre ellos y el mundo que les rodea», asegura la autora. Como el desierto, sus personajes son ásperos, difíciles de habitar. Esta fascinación por los parajes colindantes de California y Nevada le viene de cuna. «Crecí cerca del Valle de la Muerte, en el Mojave, en un lugar llamado Tecopa. Mis padres tenían una tienda de rocas que eventualmente se convirtió en un Museo de Ciencias Naturales. El lugar tiene todo que ver con el modo en que cuento una historia. Quizá sea por el museo, o porque cuando era pequeña mis padres estaban en Alcohólicos Anónimos y yo pasé mucho tiempo en reuniones de AA, donde conocí bien expresiones como “tocar fondo”», afirma. En inglés, la expresión que utiliza Watkins es «to hit rock bottom», que hace de ese fondo un lugar «rocoso».
Teoría del Destino manifiesto
Los mineros y buscadores de oro que se parten la espalda cavando un sueño imposible, los excursionistas que se pierden entre las dunas y los hombres solitarios que esconden sus heridas en casuchas apartadas del mundo. Los pueblos abandonados, tan desérticos como el territorio que les rodea, o las bombas atómicas que el gobierno detona en Nye, cerca de Las Vegas; también los casinos de la ciudad del vicio. Todos estos escenarios tienen cabida en «Nevada». Pero ninguno se parece al imaginario colectivo del Oeste creado por los clásicos westerns. En palabras de la autora, «en muchas de las historias del libro el obstáculo al que se enfrentan los personajes no es conquistar el Oeste americano y alcanzar el Destino manifiesto, sino su incapacidad de alcanzarse los unos a los otros, de sentirse reconocidos, vistos, de enternecerse. Muchos de ellos están demasiado aislados y endurecidos para lograrlo».
Al hablar de la doctrina del Destino manifiesto, popular en Estados Unidos en el siglo XIX, cuando se cultivó la idea de que los americanos tenían como misión divina conquistar el Oeste del país, Watkins cita al historiador Wallace Stegner, que en «The American West as Living Space» escribió que «el Oeste no es solo una región sino una mentalidad». «Stegner explica que esa narrativa heroica conformó el carácter de esta región, en cuya mitología se habla de venir a un territorio donde no se tiene pasado ni historia. Y esa puede ser una manera penosa de existir», afirma la autora.
Watkins escribió su pasado con 22 años, cuando apenas habían transcurrido unos meses del fallecimiento de su madre. Siete años, una novela («Gold Fame Citrus», que se desarrolla en una California postapocalíptica) y una hija más tarde, ¿escribiría hoy «Fantasmas, cowboys»? «También me lo he preguntado –confiesa–. Estoy haciendo el experimento con la novela que acabo de terminar, de la que la historia de mi padre forma parte. Aunque esa narrativa sobre él y la familia Manson ayudó a formarme, siempre la escuché de parte de mi madre. Ella era la contadora de historias. Y creo que yo había eliminado o pasado por alto ese hecho».
La diferencia con «Nevada», afirma, es que en él la figura de su madre «es como un fantasma en segundo plano», mientras que en su próxima novela es un personaje central. Esa madre espectral a la que se refiere aparece en el libro con las venas abiertas, uno más de sus varios intentos de suicidio. El lector atento sabrá que aquello ocurrió realmente porque Watkins lo ha contado también en artículos de no ficción. Así, para ella la experiencia personal es materia literaria. De hecho, la autora afirma que ese siempre es el caso, para todos los creadores: «Algunas veces las personas se dicen que no están escribiendo sobre sí mismos porque están creando a alguien que, en apariencia, es distinto a ellos. Pero el hecho es que todas estas creaciones vienen de una misma mente».
¿Para quién escribimos?
Sobre su humor negro y la melancolía casi rabiosa que atraviesa sus textos, asegura: «Hay mucha nostalgia y duelo que vienen de la primera muerte, la de mi padre, y la segunda, la de mi madre. Son los dos extremos que sujetan los relatos». Watkins asegura también que «me gusta jugar con las expectativas que tenemos sobre la escritura de las mujeres, que supuestamente es más personal. El confesional es simplemente un estilo más con el que juego». Tiempo después de haber publicado «Nevada», Watkins fue invitada a dar una conferencia en la que habló del género en la escritura. Allí confesó que durante años escribió pensando en un público de hombres blancos. ¿Qué pensarían de esto Jonathan Franzen y Phillip Roth?, se preguntaba. Eso cambió después de que naciera su hija, momento que denomina «el catalizador de mi despertar». Ahora, dice, «no escribo para nadie. La mayor parte del tiempo estoy pensando en mí misma, en si un texto está a la altura de mi intuición personal».
Pero cuando lo personal es, en gran medida, de conocimiento público, se puede perder esa claridad. «Muchas veces, las historias que parecen más autobiográficas tienen un Razor Blade Baby flotando en medio», dice Watkins entre risas. Se refiere de nuevo a «Fantasmas, cowboys» en el que introduce un personaje ficticio, al que llama Razor Blade Baby, y que está inspirado en la bebé que nació en el Rancho Spahn en 1968, cuando lo ocupaba la familia Manson. Como todo lo que rodea a ese macabro personaje, existen muchas versiones de lo ocurrido durante el parto. En una de ellas, la madre había pasado horas intentando dar a luz y estaba agotada. Manson tomó riendas en el asunto: con una cuchilla de afeitar rasgó a la madre lo suficiente para que el bebé saliera. Otra de las chicas que estuvo allí afirma que Charlie le ordenó cortar el cordón umbilical con los dientes. Fuera como fuera, esa noche nació una niña. Y un personaje de ficción.