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Libros con Historia
"Nacionalismos": las explicaciones que no nos habían dado nunca
El historiador Eric Storn publica un ensayo con una teoría revolucionaria

Julio Cambase dio un paseo por Europa nada más nacer la década de 1920. Ya saben, cosas de aquel gallego que escribía como los dioses. El periodista aprovechó que nuestra moneda estaba fuerte para recorrer Teutonia, Britania, Italia y Lusitania. Lo tituló «Aventuras de una peseta». En su periplo, Camba habló con gente corriente y con la de copetín, con el berlinés de cabaret y el portugués de vino ancestral. Vio, vivió y bebió mucho, y después de dar vueltas sentenció que no creía en la raza, sino en la determinación cultural. No obstante, como buen gallego, Camba dejó abierta la posibilidad contraria diciendo que «con un cráneo español no se puede pensar en alemán».
Esa visión internacional de la vida ha existido desde que norteamericanos y franceses hicieron sus revoluciones contra el Antiguo Régimen, a finales del siglo XVIII, hasta hoy, cuando ha resurgido el nacionalismo como ideología. Dicho planteamiento nos rodea y marca más de lo que imaginamos. Eric Storm ha publicado una obra que explica muy bien y extensamente este fenómeno: «Nacionalismo. Una historia mundial» (Crítica, 2025), aunque en inglés se publicó el año pasado. Storm ha viajado por varios países europeos para investigar y dar clases, casi como Julio Camba. Ahora es profesor en la Universidad de Leiden, en los Países Bajos. Ha trabajado con varios de los grandes especialistas en el nacionalismo, como Xosé M. Núñez Seixas y Stefan Berger, y él mismo lo es, con monografías propias que así lo demuestran, como «El descubrimiento del Greco. Nacionalismo y arte moderno 1860-1914» (2011) o «La construcción de identidades regionales en España, Francia y Alemania, 1890-1939» (2019).
«El autor reconstruye el fenómeno de que la gente fuera receptiva al mensaje nacionalista»
Nos encontramos, y creo que no me equivoco, ante una de esas obras ineludibles para cualquiera que se adentre en el proceloso mundo de los nacionalismos. El motivo es que Storm adopta un nuevo enfoque que puede ser de mucha utilidad para analizar la Historia, nuestro presente y aventurar algo el porvenir. El autor considera que los estudios clásicos cometen cinco errores. El primero es ceñir la nación a un grupo étnico con una lengua y una cultura implantadas por el Estado a través de la política institucional y educativa. Storm muestra que la construcción del Estado-nación no se fundó en la etnia, sino en el ciudadano nacional, con una constitución y un régimen de libertades más o menos identitario. El segundo error que señala Storm es que los historiadores del nacionalismo se han centrado más en los grandes productores culturales y en los activistas políticos; esto es, en los factores internos. Sin embargo, nuestro autor sostiene que fueron mucho más importantes los factores externos; es decir, que para el nacionalismo resultaron más provechosos los grandes conflictos bélicos y la inestabilidad geopolítica, por ejemplo, la Segunda Guerra Mundial o la caída del Muro de Berlín.
Una nueva visión
El vuelco es interesante porque proporciona una visión transnacional al nacionalismo que reduce el protagonismo de los «grandes padres de la patria». Por eso, y he aquí el tercer error que señala Eric Storm, no tiene sentido la idea de que haya sido Occidente quien extendió a los anticolonialistas el modelo del Estado-nación tras la Primera Guerra Mundial, porque en realidad esas ideas existían antes de los movimientos independentistas tanto en Asia como en África. En ese erróneo mecanicismo histórico, la interpretación clásica indica que el Estado-nación sustituyó a los imperios coloniales como si fueran fórmulas opuestas. Storm señala el absurdo de este planteamiento al recordar que las metrópolis de los imperios eran Estados-nación, como Alemania o Francia, y que lo corriente fueron formas híbridas hasta la década de 1960. Además, y esto vale para otros campos como la historia de género y la poscolonial, en el modelo clásico el historiador tiende a la reivindicación del objeto de estudio, lo que distorsiona la realidad.
A partir de ahí, Storm reconstruye el sorprendente, o no, fenómeno histórico de que la gente se volviera receptiva al mensaje nacionalista durante la construcción del Estado-nación. Así, el autor estudia el impacto de la propaganda nacionalista a través de la cultura en la historia del crecimiento del Estado desde el siglo XVIII. Tras un capítulo introductorio sobre las identidades nacionales, el libro tiene una estructura cronológica y temática muy clara que demuestra la importancia del ciudadano nacional por encima de la etnia, el peso de las relaciones internacionales para adoptar las estructuras del modelo de Estado-nación por ser más prácticas y la nacionalización de la cultura y del paisaje, en un viaje desde la guerra de independencia de Estados Unidos hasta la actualidad, pasando por el periodo que el autor considera de reverdecimiento del nacionalismo: la elección de Thatcher, la Revolución islámica en Irán y la caída del Muro de Berlín.
La tesis de Storm es que la senda neoliberal que se inició en 1979 enfatizó la nación étnica, cultural y religiosa frente a la nación ciudadana, que dio lugar a reivindicaciones nacionalistas en Quebec, Cataluña o Escocia, e incluso en comunidades indígenas de Hispanoamérica. En ese recorrido que hace Storm resultan muy interesantes las partes dedicadas a China y a su nacionalismo –son casi el 18 por ciento de la población mundial, y no se puede equiparar a Quebec y Cataluña, lo siento–, en su combinación de taoísmo, confucionismo y legalismo, con una historia milenaria y una identidad muy fuerte.
«Storm analiza el impacto que ha tenido la propaganda en el crecimiento del Estado»
El libro acaba con unas páginas dedicadas al populismo nacionalista de derechas que ha surgido en el siglo XXI. Según Storm hay una vuelta a la nación étnica, o esencialista, como reacción a la injerencia de las entidades supranacionales, a la «contaminación» de factores culturales foráneos y por la inmigración no deseada. Los gobiernos derechistas habrían puesto en marcha políticas para reforzar el Estado-nación en detrimento del concepto de ciudadano nacional, y recuperando ideas y modelos de «otra época». Storm hace hincapié, por ejemplo, en la repercusión de ese nacionalismo en la situación de las personas LGBTQ+, el papel de la mujer y del hombre, y la recuperación de la religión como seña de identidad. A este auge del nacionalismo populista ha contribuido, dice el autor, la televisión y la radio (aunque creo que ya no tienen ese peso), y, especialmente, las redes sociales como Facebook, Youtube y X, aunque no cita otras de más importancia entre los jóvenes, que es donde ha reverdecido el nacionalismo, como son TikTok, Instagram, Whatsapp y Telegram.
Por hacer unas recomendaciones –que no devalúan la importancia de esta obra–, debo señalar que el autor podría haber profundizado en el peso fundamental del concepto de soberanía detrás del cual está el resurgir de los nacionalismos en el siglo XXI. Lo señala Domingo González en su reciente «Soberanismos» (2025), que destaca la importancia de la soberanía, tal y como la definieron Bodino y Hobbes, como construcción de un Estado como poder independiente de otros países sobre una población y un territorio como forma «natural» de gobierno. Esta referencia podría haber sido interesante para Eric Storm siguiendo sus premisas, ya que una buena parte de los nacionalistas actuales reclaman la soberanía, ya sea frente a un Estado que no reconocen o una institución internacional como la Unión Europea.
De hecho, esos nacionalistas se hacen llamar «soberanistas» o «patriotas», por ejemplo, Bildu y ERC en el primer caso, y Vox en el segundo. Dicha reacción frente al Estado o ante la entidad supranacional ha hecho resurgir el nacionalismo, como ya contó R. R. Reno en «El retorno de los dioses fuertes. Nacionalismo, populismo y el futuro de Occidente» (2019), que no se cita en la obra. En este mismo sentido, ya en la parte del libro dedicada a las últimas décadas, se echa de menos referencias al nacionalismo ruso de Alexander Dugin, el filósofo nacionalista que inspira a Putin para su soberanismo imperial, ya que es determinante en la geopolítica mundial desde 2014, y que alimenta moral y económicamente a otros populismos de derechas. Nada de esto ensombrece una obra sobre la historia del nacionalismo y del Estado-nación a nivel mundial que, como decía al principio, se me antoja que será de cita obligada.
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