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“1917”, los senderos de gloria de Mendes que no merecen un Oscar

George MacKay as Schofield in 1917, the new epic from Oscar®-winning filmmaker Sam Mendes.
George MacKay as Schofield in 1917, the new epic from Oscar®-winning filmmaker Sam Mendes.Universal Pictures and DreamWork

Dirección: Sam Mendes. Guión: Sam Mendes y Krysty Wilson-Cairns. Intérpretes: Dean-Charles Chapman, George MacKay, Colin Firth. EE. UU-Gran Bretaña, 2019. Duración: 119 min. Bélico.

Lo más sensato es pensar en si Kubrick la habría hecho igual si hubiera tenido los medios (digitales) a su alcance. ¿No eran los travellings nerviosos por las trincheras de «Senderos de gloria» un preludio de la hazaña técnica que Sam Mendes ha perpetrado en esta premiada «1917»? Es difícil no admirar la película, que aspira a desplegarse en un (falso) plano secuencia de dos horas que atraviesa campos, pueblos en ruinas y trampas para soldados novatos en un virtuoso gesto coreográfico, en el que Mendes ha contado con el inconmensurable apoyo de Roger Deakins en la fotografía, y en el que ha trasladado su sabiduría teatral –marcas, ritmos, actores en un tablero de ajedrez mutante– al orden de lo cinemático. El problema surge cuando se tiene la impresión de que a Mendes le importa bastante más la gloria que el sendero que su cámara traza en honor de sus héroes imberbes. Por mucho que Mendes se haya inspirado en las experiencias vividas por su abuelo durante la Primera Guerra Mundial –por mucho que, por tanto, sea un proyecto personal en el plano emocional–, la película se parece más a un videojuego que a un alegato antibelicista. Si títulos clave del cine digital –desde «El arca rusa» hasta «Victoria»– han hecho del plano secuencia único la perfecta representación visual del flujo de la Historia o de la vida, «1917» siempre parece estar demasiado pendiente de sí misma como para tomarse en serio cualquier discurso sobre los horrores de la guerra. Cuando el general Erinmore (Colin Firth, el primero de una larga lista de estrellas invitadas, como en un episodio de «Vacaciones en el mar» o, en su defecto, como en un «remake» de la ya antigua «Un puente lejano») da instrucciones precisas a dos soldados británicos para que desactiven el destacamento que, al amanecer, se dispone a atacar al ejército alemán, que le ha tendido una enorme emboscada, el espectador tiene la impresión de que arranca una cuenta atrás, de que cada espacio es un nivel del videojuego que hay que superar, que al final de cada nivel habrá un premio escondido debajo de una piedra. Por muy bellas que sean las imágenes que nos devuelve esa cámara que no se interrumpe –esos hermosos juegos de luces y sombras en las ruinas nocturnas, como de pesadilla gótica iluminada por una bengala–, la forma trivializa el fondo. Ni siquiera es una película irresponsable, en la medida en que la ha hecho alguien que ni siquiera disimula que no tiene ningún mensaje que entregar.