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“La burguesía no se ha vendido al separatismo”

Hijo de una conocida familia de industriales catalanes, Rafael Tarradas Bultó presenta su debut en la novela con «El heredero» (Espasa), historia de dos sagas paralelas a través del siglo XX inspirada en sus abuelos

Rafael Tarradas Bultó
Rafael Tarradas BultólarazonRafael Tarradas Bultó

Hay quien pasa toda la vida en busca de una historia que valga la pena y quien sencillamente la tiene en casa, a la mano. Basta solo querer contarla y tener el talento para ello. Rafael Tarradas Bultó (de los Bultó de toda la vida, los de Montesa y Bultaco) emprendió la novelización de su saga familiar por mero placer, recluyéndose los fines de semana en una casita del Valle del Tiétar. Después colgó el resultado en Amazon y vio como en una semana 500 personas se lo descargaban. Entre ellas estaba una avezada editora de Espasa, que entendió que no había tiempo que perder para atraerse este caramelo al libro clásico. Con la Guerra Civil como telón de fondo, «El heredero» es, a escala, un «Guerra y Paz» de la alta burguesía catalana. Las filias, fobias, amores, luchas y secretos de dos sagas, los Marqués-Bultó y los Sagnier, en un mundo tan fascinante como periclitado: el de las grandes masías y las viejas tradiciones llevadas al límite en el año 36.

–Deduzco que usted era de esos niños que no se escabullen cuando el abuelo empieza a soltar carrete.

–A mí me encantaba, de hecho. Mi abuelo era muy noctámbulo, como yo, y en esta casa (la masía de San Antonio, escenario de buena parte del libro) en la que siempre nos reuníamos muchos familiares, la gente iba yéndose a dormir y siempre nos quedábamos él y yo mano a mano. Me enseñaba cartas, documentos, me explicaba cosas de la casa. Era una película en directo.

–Dígame, ¿dónde reside el irresistible encanto de la Guerra Civil?

–Lo más fascinante es que nos la han contado sus protagonistas, nuestros abuelos, y sucede en sitios que conocemos. Todas las familias tienen historias de la guerra. Eso lo hace más emotivo.

–Supongo que nosotros, seres rutinarios, nos sentimos atraídos por la vida en el límite de toda guerra...

–Nos permite conocer el verdadero yo de las personas. En las situaciones límite salen el héroe y el villano, ya sea el capitán del Costa Concordia, que huyó el primero, o el indigente que entrega una cartera que se encuentra en la calle.

–Y el amor, claro. El amor entre obuses debe ser una cosa más seria...

–Obliga a exprimir cada día. A un personaje de la novela le molesta que la gente siempre diga: «cuando acabe la guerra»... Pero no sabes qué va a pasar luego. Esa percepción de la vida como una cosa que puede acabar en ese instante hace que todo sea más intenso.

–¿Le acusarán de adscribirse a algún bando?

–No he tenido que hacer esfuerzos por ser ecuánime. Tengo 40 años y no he vivido nada de esto, así que lo puedo ver desde arriba. No hablo de buenos y malos, sino de buenos y malos en ambos bandos. A mí me caían muy bien tanto mis abuelos nacionales como republicanos. Los que lucharon en cada bando lo hicieron convencidos de buscar el bien para su país. Eran patriotas de ambos lados.

–¿Y eso de que vamos a volver al 36?

–Los españoles tendemos a la exageración. En el 36 las cosas eran muy distintas. Había gente que se moría de hambre y muchos analfabetos, y gente con mucho dinero. Ahora hay otros problemas, que no son pequeños, pero no comparables. Los del 36 nos pegarían un guantazo a cada uno que dijéramos eso.

–La cultura de la masía supongo que se ha ido perdiendo.

–En esta zona (el Baix Penedés) todavía hay muchas masías privadas. Nosotros nunca nos hemos planteado por ejemplo que se reconvierta en hotel, pero al final tienes que sacarle rentabilidad porque tienen un mantenimiento importante. Hay quien hace vinos o quien hace bodas, como nosotros, que tenemos una parte del jardín para eso. Pero sí es verdad que las grandes fincas tan pegadas a Barcelona se han ido perdiendo.

–¿Cuál fue el papel de la alta burguesía catalana en la guerra?

–En la novela se narra la entrada de Franco en Barcelona, que fue de euforia colectiva. Los que se quedaron estaban contentos de que llegara y los que no lo estaban se estaban yendo hacia Francia. Y luego muchos lo que querían era seguir su vida, y esa es la filosofía de la burguesía catalana, que le gusta la estabilidad para poder hacer negocios. Ése es su papel en el franquismo y ahora.

–Pero dicen que el famoso «seny» de la burguesía está en extinción con el independentismo.

–No creo que haya mucho separatismo, de hecho hay muy poco. Aparte de Grifols, ninguno se ha declarado independentista. El empresario catalán busca estabilidad. Lo que pasa es que no se mojan; lo que quieren es vender sus jersey, por ejemplo. La burguesía no se ha vendido al separatismo, lo que sí tira mucho a que la carretera buena esté en su tierra porque es donde está su fábrica.

–¿Comparte la pasión por el motor de su familia?

–Desde los tres o cuatro años ya iba en moto, como todos mis primos. Lo que pasa es que algunos han hecho de eso su profesión y otros nuestra afición.