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Igualdad de género

Los datos históricos que demuestran que el feminismo no llegó con la izquierda

“En aquel siglo XIX el analfabetismo estaba a la orden del día. Era del 81% para las mujeres y el 62% para los hombres”

En pleno distrito Centro de Madrid y junto al flamante Museo del Romanticismo, se esconde un desconocido y antiguo edificio que detiene la burbuja del tiempo para hacer reflexionar. La Calle San Mateo 15 de la capital guarda la verdadera semilla feminista en España, la Fundación Fernando de Castro. Este pedagogo e intelectual funda esta institución en 1860 donde, posteriormente, diez años más tarde, abrirá la Asociación para la Enseñanza de la Mujer. Su objetivo no sería otro que ofrecer a las señoritas españolas de clase media, a un módico precio, una educación completa y de calidad que se asemejase a la de los hombres.

En aquel siglo XIX el analfabetismo estaba a la orden del día. Era del 81% para las mujeres y el 62% para los hombres”, recuerda María Montesinos, autora de «Un destino propio» (Ediciones B). Esta novela está inspirada en una joven maestra que estudia en esta asociación. Tras llevar a cabo un largo proceso de documentación, la escritora asegura que, además de poco alfabetizas, la educación de las mujeres no iba más allá de aprender las labores del hogar y saber sumar y restar para llevar las cuentas de la casa.

Este espacio de aprendizaje ofrecía a las mujeres la mejor educación posible a la que podían aspirar en la España de entonces y serviría como plataforma de lanzamiento para su futura libre entrada en la Universidad. Estaba muy influenciada por la alemana doctrina krausista que defendía la educación igualitaria entre hombres y mujeres. Respecto a su creación, sería injusto atribuir todo el mérito a Fernando de Castro ya que más de 80 socios de todo tipo realizaron aportaciones económicas.

Las alumnas tenían que someterse a un examen de ingreso y, tras finalizar cada curso, a otro oral y escrito para demostrar los conocimientos adquiridos. Estudiaban todo tipo de asignaturas, tanto de humanidades (Psicología, Historia, Gramática, Literatura, Francés, Inglés, Dibujo, Música...) como del ámbito científico (Física, Química, Aritmética, Geometría, Geología, Matemáticas...). También realizan ejercicio físico al aire libre, algo impensable para las mujeres en aquel momento.

Por eso, cuando llega la Asociación para la Enseñanza de la Mujer a España no es de extrañar que también llegue, inconscientemente, esa primera semilla del feminismo que ya sería imposible de extirpar. No había un movimiento como tal, ni estaba organizado. “Había mujeres que ya tenían una educación y unas inquietudes personales que querían ser reconocidas con iguales capacidades que los hombres. No eran todas a una, pero sí que había muchas voces, más de las que pensamos. Hay que entender que las mujeres de la época, en general, no estaban preparadas para este tipo de reivindicaciones”, explica Montesinos.

Sin embargo, y “aunque exista mucha documentación” según cuenta María, pocas entidades vinculadas al movimiento feminista hacen referencia a las actividades de la Fundación Fernando de Castro y la Asociación para la Enseñanza de la Mujer. ¿Por qué? La escritora explica que, al igual que la Institución de Libre Enseñanza formaba a los hombres y estos tenían después una proyección pública con papeles importantes (políticos, ministros, periodistas...), las mujeres de la asociación terminaban trabajando en Correos o como telegrafistas o institutrices. “La Asociación para la Enseñanza de la Mujer se quedó en el ámbito privado, no transcendió, y no fue tan reconocida posteriormente. Cayó en el olvido ya en el siglo XX. Esperemos que ahora podamos recuperar el recuerdo a su labor”, aclara.

Esta tal vez sea la idea que recupera y visibiliza la última novela de la autora. “Les debemos muchísimo. Son aquellas que empezaron a alzar la voz por las mujeres de ahora”. Para ella la educación es lo que ha permitido la emancipación femenina o que los gusanos de seda se transformen en mariposas (metáfora que utilizará en la historia). “Es lo más importante, lo que hace a un país. Ayuda a eliminar desigualdades”, señala.

“Estas mujeres fueron invisibilizadas, por supuesto”, declara María poniendo de ejemplo de la época a Doña Emilia Pardo Bazán: “Era una señora con un nivel intelectual enorme. Tenía el que no tenían muchos hombres de su época y, sin embargo, no ha ocupado el puesto que si han ocupado otros”.

Visitar este sitio, perfectamente conservado, es viajar en el tiempo. En el hall de entrada aún puede observarse el timbre eléctrico que sonaba al comenzar las clases. Subiendo por su escalera de madera se puede imaginar el sonido de los tacones de las señoritas al salir de clase. La biblioteca atesora aún las distintas maquinas de escribir con las que las muchachas ensayaban e incluso los tinteros de las plumas para la escritura en papel. Los libros antiguos sobresalen por todas partes, el patio tiene un encanto especial y la clase de química jamás podrás imaginártela hasta que no la veas.

Cuando en el siglo XX la integración de la mujer en el mundo de la educación se vio concluida con su libre acceso a la Universidad, la institución perdió el protagonismo y comenzó a competir con otros centros educativos. Las clases llegaron a su fin yno sería hasta los años 90 cuando renaciese de nuevo con una incansable labor cultural.