
Cultura
El hombre que murió de un “tortugazo” por no quedarse en casa
El oráculo avisó a Esquilo de que tenía el final cerca, sin embargo, no supo esquivar al destino, que acabó con él de la manera más inesperada

Si hoy mismo se hiciera bueno eso que decía Esquilo de que “en el dolor está la escuela de la vida” deberíamos estar tranquilos. “Con él nos hacemos sabios”, continuaba el dramaturgo. Así que si nos ceñimos a sus palabras, de esta (crisis) saldremos tristemente reducidos, pero como nunca estuvimos. Con la cabeza repleta de ideas y conocimientos que nos ayudarán a afrontar esa “nueva era” que muchos ya anticipan: “Nada volverá a ser como antes”. Pero con lo que no cuentan estos expertos es que los seres humanos somos ese animal que, pase lo que pase, termina tropezando dos, tres, cuatro veces (y las que hagan falta) con la misma piedra.
Esquilo ha quedado para la Historia como el primer gran representante de la tragedia griega. Para muchos, su fundador. Entre otras, introdujo un segundo actor en escena que le permitió separar el diálogo del coro. Fue el antecesor de Eurípides y Sófocles. Sin embargo, son pocos los datos que nos han llegado de este hombre. Los suficientes para hacernos una idea de quién fue, pero siempre dentro de un ambiente que roza los límites de la leyenda. Rafael Álvarez “el Brujo” lleva dos años paseando las historietas de este hombre por España, aunque fue tan liviano el material que encontró en sus inicios que tuvo que aderezar al mito con los pensamientos de Nietzsche y Steiner parar darle el suficiente empaque teatral.
Nacido cerca de Atenas, en Eleusis, luchó contra los persas en las batallas de Maratón, Salamina y Platea. Episodios que le inspiraron para algunas de sus 80-90 obras (perdidas la mayoría de ellas), como “Los persas” y “Los siete contra Tebas", y que le sirvieron para ser recordado de por vida: “Esta tumba esconde el polvo de Esquilo, hijo de Euforio y orgullo de la fértil Gela. De su valor Maratón fue testigo, y los medos de larga cabellera, que tuvieron demasiado de él”. Así quiso rezar un epitafio que se olvidó de su faceta de dramaturgo y le recoge como un gran combatiente.
De ello se podría pensar que murió en acción, pero no. Su final fue mucho más esperpéntico. Si bien sobrevivió a las luchas de la Antigua Grecia, no supo sobreponerse a los caprichos del destino. Ni con el aviso del oráculo presente supo esquivar la muerte. Con la predicción de que iba a ser aplastado por una casa, Esquilo decidió autoexiliarse al campo. Libre de techos y paredes que pudieran herirle. Pero con lo que no contaba el poeta trágico era que su muerte ya estaba escrita: cuenta la leyenda que un quebrantahuesos dejó caer una tortuga que había cazado, con la mala suerte de que esta no golpeó contra el suelo, sino en la cabeza de un Esquilo que iba a finalizar sus días y pasaría a la Historia con una de las muertes más curiosas. Una vez más, el oráculo llevaba razón: una casa aplastó al bueno de Esquilo.
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