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Nadie rezará en Notre Dame un año después del incendio

Con las obras paradas a causa de la pandemia y la cuarentena, los plazos para que volviera a lucir como antes son hoy una quimera

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Día 15 de abril de 2019. Pasaban pocos minutos de las seis de la tarde cuando, en plena misa, los guardias de seguridad de la catedral de Notre Dame se percatan del sonido de la alarma de incendio, pero aún no ven nada. Aun así, comienzan a evacuar el lugar. Pocos minutos más tarde, a las 18:43 de aquel día primaveral, la alarma vuelve a sonar y el fuego en la parte superior del edificio ya es muy visible. Los bomberos acudieron a las 19:00, pero a pesar de su pronta intervención, no lograron controlar las llamas. Un elemento arquitectónico muy relevante, la aguja de la catedral, se derrumbó en la primera hora del incendio, al igual que el ático y parte de la techumbre. Hasta 400 bomberos estuvieron trabajando en las labores de extinción de las llamas, pero, ya caída la noche, no habían logrado todavía apagar el fuego ante la mirada atónita de miles de ciudadanos que se iban agolpando al otro lado del río Sena, con toda la isla de la Cité acordonada, inmortalizando, muchos entre lágrimas, un episodio que sabían pasaría a las páginas de la Historia.
En esos momentos, ni siquiera la pura supervivencia de la catedral estaba garantizada. De hecho, en la primera hora del desarrollo del incendio, se pensó que el edificio desaparecería por completo. Un portavoz de la catedral llegó a decir que no quedaría nada. Fueron en total nueve largas horas de lucha contra el fuego con Francia y el mundo conteniendo la respiración mientras asistían a la retransmisión por televisión minuto a minuto de una catástrofe. Y un presidente, Emmanuel Macron, que aquella misma noche iba a dirigirse a la nación con un mensaje que intentase aplacar la furia del movimiento social de los chalecos amarillos y que finalmente nunca pronunció. Francia no durmió y aquella noche de pesadilla era solo el comienzo de un largo recorrido de investigaciones, balances de daños, recaudación de fondos, proyectos de reconstrucción, promesas políticas y exilios espirituales que se proyectarán aún durante años.
Todo lo que rodeó al incendio de Notre Dame era superlativo. Lo fue el hecho de que en únicamente 24 horas ya se hubiesen recaudado más de 800 millones de euros para su reconstrucción o las más variopintas hipótesis que intentaron explicar lo que ocurrió, desde las más serias vinculadas siempre a una naturaleza accidental en el curso de las reformas que se efectuaban en la parte superior del edificio hasta otras que llegaron a evocar un atentado que Francia quiso esconder al mundo. El incendio de Notre Dame acaparó el foco de la actualidad y casi lo monopolizó durante semanas. Con efímeros estudios de televisión creados frente a la catedral donde se amontonaban periodistas que llegaron a París desde todos los rincones del planeta y con fieles que se abrían paso por las calles adyacentes, a ambos lados del Sena, donde construían pequeños altares para rezar entre lágrimas.

Promesas interrumpidas

Todo aquel ambiente superlativo hacía presagiar un homenaje histórico en el primer aniversario del incendio. El Elíseo llevaba meses preparando recepciones a los héroes de Notre Dame, los bomberos, conciertos solemnes con el coro en el propio patio de la catedral habilitado para la ocasión, y había nuevos anuncios y promesas sobre la reconstrucción. Pero como casi todo lo referido a este episodio, la tragedia también se ha vuelto a imponer a lo superlativo y el coronavirus arrasó con el aniversario. Casi todo lo preparado se ha ido cancelando. Imperan los tiempos de la teleconferencia y la telemisa. Desde hace semanas, el Ministerio de Cultura francés junto a la propia catedral y el organismo que se encarga de su reconstrucción buscan una fórmula adaptada a los tiempos para conmemorar la efeméride, aunque, eminentemente, pase a tener un perfil mucho más bajo. Al final, la opción privilegiada es la de una sencilla ceremonia del arzobispo de París a puerta cerrada. Pero incluso esto ha pasado a ser un asunto tremendamente sensible en Francia y cualquier mínima muestra de atención –y ya no digamos de ostentación– en un tributo puede desencadenar una ola de rabia con muchos de los hospitales del país al borde del colapso y los sanitarios librando en primera línea una batalla que se cobra miles y miles de muertos aquí y en el mundo. Ese complicado equilibrio de rendir un tributo en su justa medida ha sido un quebradero de cabeza para el ministro de Cultura, Franck Riester, que para más inri, fue la primera personalidad política gala que dio positivo por COVID-19.
Un año después del incendio, con las obras paradas en plena epidemia y ni un solo turista por la zona, la imagen que ofrece estos días Notre Dame es la que nadie se hubiese podido imaginar. Todavía hay andamios quemados en el lugar y hoy ya nadie otorga verosimilitud a aquella promesa de Macron que anunciaba una reconstrucción acelerada en un lustro para mostrar el resultado coincidiendo con los Juegos Olímpicos de París en 2024, pese a que muchas asociaciones de arquitectos ya por entonces hablaban de una o dos décadas. Un ímpetu presidencial que ha ido dejando paso a un escepticismo ahora potenciado en tiempos de coronavirus. «Mientras los andamios sigan encima, no podremos decir que la catedral está salvada. Estamos bloqueados en las obras otra vez, todo va muy lento y en el momento en el que por fin íbamos a retirarlos, llega el confinamiento», lamenta el propio rector y arcipreste de Notre Dame, Patrick Chauvet, en declaraciones a Efe, reconociendo que todavía no sabe cuánto dinero ni tiempo costarán la reconstrucción.

Los escombros del templo

Las obras un año después están paradas, pero la ciencia, no. Tan solo un día después del devastador suceso, un grupo de científicos de diferentes especialidades forjó la que ahora se conoce como Scientifiques de Notre Dame, una alianza de expertos dedicada al asesoramiento en las labores de restauración y, sobre todo, a la investigación sobre los escombros del templo. Ahora, coincidiendo con el trágico aniversario, la ciencia luce su compromiso en la reconstrucción de esta joya arquitectónica. Las revistas científicas «Nature» y «Science» explican estos días cómo el corazón de la catedral se ha convertido en todo un laboratorio científico con cuatro áreas de investigación que vienen a ser los pilares sobre los que resurgirá Notre Dame: los materiales orgánicos de construcción, la creación de una gran copia digital del edificio tras el incendio, la evaluación de materiales dañados como vidrieras o piedras y una última área dedicada a un trabajo antropológico sobre el impacto emocional colectivo del acontecimiento.
Los proyectos científicos, liderados desde el Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Francia, contarán con más de 100 investigadores de 25 laboratorios diferentes durante unos seis años. «Pese a la tragedia, este evento abre las puertas a 40 años de investigaciones», comenta Thierry Zimmer, subdirector del Laboratorio de Investigación de Monumentos Históricos a «Science». Las pesquisas científicas sobre el terreno sugieren que la estructura del templo ha quedado debilitada por las altas temperaturas alcanzadas durante el incendio. Pero también por la gran cantidad de agua utilizada para extinguir las llamas y por la ola de calor que el pasado verano azotó la ciudad de París. Pero hay más. La ciencia no solo servirá para recuperar el brillo de Notre Dame. También se presta a descubrir sus secretos. El estudio de la madera que ha quedado al descubierto, por ejemplo, permitirá saber cómo eran los árboles utilizados para la construcción del templo. Hasta ahora, solo se sabía que eran robles.

Una restauración muy cara

Un año después del siniestro, se desconoce a cuánto ascenderán los costes de la reparación, pero la Fondation du patrimoine francesa hizo una estimación de cientos de millones de euros. Pero de los más de 900 euros donados apenas han llegado a las arcas más de cien. Las aseguradoras de arte europeas declararon que el costo sería similar a las renovaciones en curso del Palacio Westminster de Londres, que en la actualidad se estima en unos setecientos millones. Durante meses se ha estado discutiendo en Francia si lo adecuado era reconstruir la catedral de forma veraz a la original o de una forma modificada. Se sugiere reconstruir el techo con láminas de titanio y cerchas de acero; otras opciones incluyen el plomo original y la madera, o una fusión de lo antiguo y lo nuevo. Y el primer ministro francés, Édouard Philippe, anunció un concurso de diseño arquitectónico para una nueva aguja «adaptada a las técnicas y los desafíos de nuestra era».

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