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El 23 de abril en la RAE

La Real Academia ha vivido envuelta en libros desde que fue fundada en 1713. Constituyen el material básico para preparar todas sus obras lingüísticas»
David ZorrakinoEuropa Press
La Razón

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Uno de los rituales que se repiten en las sesiones plenarias de cada jueves en la Real Academia Española es la invitación del director a los académicos para que presenten libros al pleno. Se refiere a libros propios de los académicos recién editados pero, en ocasiones, se incluyen también algunos de origen externo a la Casa que alguien ha regalado o traído para la biblioteca. El director dice: «señoras y señores académicos, libros», y los que tienen alguno en las manos se levantan de su sillón, se acercan al director, le entregan la obra, vuelven a su sitio y el director les da la palabra para que expliquen, por orden y brevemente, el contenido del nuevo texto. La práctica totalidad de los académicos son escritores fecundos, de modo que no faltan las aportaciones librescas en estos primeros momentos del pleno.
La RAE ha vivido envuelta en libros desde que fue fundada en 1713. Constituyen el material básico que ha servido para preparar todas sus obras lingüísticas. El primer trabajo que inició la Academia en aquel mismo año de 1713 fue la preparación del «Diccionario de Autoridades». Este curioso título, que no coincide con el más formal, descriptivo y extenso que ocupa la portada entera, resalta que las palabras que los académicos decidieron incorporar al primer diccionario las habían encontrado en los textos más importantes de la literatura castellana editada hasta aquellas fechas. Sus autores fueron las «autoridades» que sirvieron de fuente para el complicado trabajo de los padres fundadores. En cada entrada del Diccionario los académicos apuntaron el autor y la obra de que procedía. Fue un trabajo hercúleo que concluyó con la publicación, entre 1726 y 1739, de los seis gruesos volúmenes de aquel monumento filológico. Las fuentes dominantes del «Diccionario de Autoridades» fueron, por tanto, literarias.
Pero no solo ha estado la Docta Casa atenta a aprovechar la literatura para el cumplimiento de sus tareas, sino que, desde sus primeros estatutos, asumió como una misión esencial la edición de los clásicos de nuestra literatura, y hasta crearon la figura del «Impresor» vinculado a la Junta académica. A lo largo de sus trescientos años de existencia la Academia ha editado muchas docenas de clásicos de nuestra literatura. Pero , sin mencionar algunos proyectos editoriales en curso, destaco la colección de clásicos hispanoamericanos que editamos conjuntamente con la Asociación de Academias de la Lengua Española y, sobre todo, la Biblioteca Clásica de la Real Academia Española, dirigida por el académico Francisco Rico, proyectada a 111 obras, de las que van editadas cerca de 40 maravillosos libros. Nunca se habían editado y anotado nuestros clásicos más primorosamente, comentados críticamente y anotados con gran erudición.
El último timbre de gloria de esa colección ha sido la edición de las obras completas de Cervantes, desde la Galatea al Persiles, con una precisión filológica admirable. Tuve el gran honor de acompañar al profesor Rico en la presentación de esta magna edición a Sus Majestades los Reyes con ocasión de un congreso de las academias de la lengua española de todo el universo hispano hablante, celebrado en Sevilla. Fue una ocasión memorable.
El día del libro es uno más en el calendario de la Academia, siempre rebosante de proyectos e ideas literarias. Aprovechando que ahora contamos con unos servicios propios de comunicación potentes, hemos añadido a lo habitual textos, lecturas, juegos, recomendaciones académicas y, esta misma semana, hemos puesto a disposición de los ciudadanos la colección de grabaciones del serial «Cómicos de la Lengua». Se trata de una selección de lecturas de los clásicos más representativos de nuestra literatura, en catorce entregas, dirigidas por el académico, director teatral y actor José Luis Gómez. En cada una de ellas participa un académico, que lleva a cabo un análisis crítico de la obra, y un actor (están los más importantes de nuestra escena) que lee fragmentos. Estos episodios se representaron en teatros de Madrid y en el propio salón de actos de la Academia, abarrotados de público. Pero ahora los podrán ver, a través de Internet, los 580 millones de hispano hablantes.
El día 23 de abril se celebra en la Academia, desde 1861, un ceremonial en recuerdo de Cervantes. El pleno ordinario se acorta y los Académicos se trasladan a la iglesia del convento de las Trinitarias donde consta que fue enterrado ese día, hace cuatrocientos cuatro años, el autor del Quijote. Dice la misa el arzobispo de Madrid o un eclesiástico de rango parecido y los académicos, cualesquiera que sean sus creencias, respetan el protocolo y, al término, van a tomarse una copita de vino dulce con pastas junto a las monjas de clausura, convenientemente separadas de nosotros por una tupida reja de hierro forjado.

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