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Así fue la relación pictórica entre Picasso y Velázquez, que hoy homenajea "El ministerio del tiempo”

En la trama también aparece la evacuación del Museo del Prado durante la Guerra Civil española para salvar la colección de la pinacoteca y nuestro patrimonio histórico
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Sucedió en 1895, durante un viaje entre La Coruña y Málaga, hace exactamente 125 años. Uno era un muchacho con el talento ya desbocado que apenas arrastraba la suma de trece inviernos encima; el otro, un maestro admirado por los contemporáneos y consagrado por la historia del arte. Su reunión supuso un hito y hoy todavía mantiene cierto aire de leyenda. «El ministerio del tiempo» reúne de nuevo a Picasso y Velázquez en el capítulo cuarto de la cuarta temporada (ya lo había hecho con anterioridad, en el quinto capítulo de la serie) que esta noche emite Televisión Española. Una trama alrededor del «Guernica», la desaparición de «Las meninas» del Museo del Prado (que les ha permitido rodar en sus salas) y la evacuación de la pinacoteca durante la Guerra Civil española, como se ve en este avance, es lo que propicia que vuelvan a juntarse de nuevo.
Pero, ¿cuál fue realmente el vínculo que hubo entre estos dos grandes creadores? Durante su primera visita a la colección madrileña, el maestro del cubismo quedó impresionado por este genio, como él mismo reconoció más tarde: «Tuve la oportunidad de enfrentarme a mis ídolos. Me esperaban en el Prado. Desde entonces me quedó fijado en las retinas, de una manera obsesionante, el cuadro de Velázquez «Las meninas»». A finales del siglo XIX, el pintor sevillano estaba en el apogeo de su fama. Su influencia traspasaba fronteras, como queda patente en la obra del padre del impresionismo: Manet, que reconoció su deuda con él y con otro portento: Goya.
Picasso, durante ese paseo bautismal por El Prado, no lo dudó y a su corta edad trazó dos apuntes geniales de «El bufón calabacillas» y «La Niña de Vallecas», que conserva el Museo Picasso de Barcelona; dos esbozos tan acertados que despiertan admiración y que casi son impropios de un chico tan joven a pesar de su evidente talento. Estos bosquejos iniciaron una intensa relación con la obra de Velázquez que fraguaría más tarde, cuando acudió al edificio de Villanueva en calidad de copista, como demuestra su firma en los registros de esta institución como Pablo Ruiz (no incluye su apellido Picasso). Como revela la documentación, el 13 de octubre de 1897, toma apuntes de un estudio de Velázquez. Repitió sesión el día 19. El 13 de noviembre copiará «La Anunciación» de Murillo, y el 7 de diciembre retoma sus estudios fijándose en una Venus de Tiziano. «En otro viaje temprano, en 1897-98, volvió a pasar por el Prado. Nos queda una copia de un retrato de Felipe IV que hizo Velázquez, que se conserva en el museo de Picasso. También se interesó por Felipe IV a caballo del que existen dos dibujos muy sintéticos», comenta Javier Portús, jefe de conservación de pintura española del Museo del Prado. Los guiños de Picasso a este maestro nunca pararon. De hecho, «Mujer en azul», que actualmente está en el Reina Sofía, está inspirado en «Mariana de Austria». «Es una actualización de la obra de Velázquez», aclara Portús.
Actualmente el cuadro de «Las Meninas» está ubicado en la sala XII. El corazón del museo. Pero cuando Picasso lo vio por primera vez permanecía aislado, en un espacio reservado únicamente para él. Se exhibía con un montaje especial que subrayaba su carácter de obra maestra. Un detalle que permite comprender la fascinación que el malagueño sintió desde el comienzo por este lienzo. «Contaba con una escenografía específica -explica Javier Portús-. Tenía un espejo enfrente y eso ofrecía al visitante dos oportunidades para verlo: admirar directamente la tela o hacerlo a través de ese espejo. Luego, y esto es muy importante, al lado del lienzo se abría un balcón y a través de él recibía luz natural directa. Se había creado todo esto para hacer hincapié de manera rotunda en la idea de que en este trabajo se confundía lo pintado con la realidad, la vida con la pintura. Es el mayor alarde ilusionista de la pintura occidental». Portús recuerda que, a través del poeta Jaime Sabartés, una de sus amistades más estrechas y cercanas a Picasso, conocemos qué aspectos interesaron más a Picasso y uno de ellos fue, precisamente, lo que tiene esta obra de suplantación de la realidad.
Esto puede apreciarse a través de los 58 lienzos que Picasso dedicó a «Las Meninas» en 1957, cuando ya era mayor y vivía al sur de Francia, en «La Californie», a las afueras de Cannes. Comenzó el 17 de agosto y trabajó unos meses en ellos, pero de manera discontinua, con momentos febriles, en los que ejecutaba varias piezas de manera rápida, seguidos por instantes de inactividad. Es la única serie completa del artista que todavía permanece junta hoy en día y que se conserva en el Museo Picasso de Barcelona. «A través de estos lienzos -comenta Javier Portús-, vemos que lo que él hace es achicar, agrandar y recolocar los personajes, distorsionar el espacio y lo que representa, va manipulando. Picasso fue muy sensible a la escenografía que rodeaba esta obra». Y Portús aporta una evidencia: «El cuadro más grande, el que inicia la serie, en el que aparecen “Las meninas” completas, es un cuadro resuelto en blancos y grises, pero que tiene una anomalía: la parte inferior derecha está inundada de luz. Es un reflejo del recuerdo que Picasso conservaba de ver el lienzo en esa sala, con la luz que entraba a través de un balcón».
Portús reconoce que Picasso también mantuvo vínculos con otros grandes maestros antiguos. Entre los méritos de Picasso no está en reparar sólo en Velázquez, «que se había convertido en uno de los más grandes», sino reparar en El Greco, un artista enorme que todavía no había sido reivindicado por los pintores ni por la crítica. Y, también, por supuesto, en Goya, artista justamente que abre la colección del Museo Reina Sofía, que conserva el “Guernica”.