Andrés, el soldado comunista de la División Azul
El historiador ruso Boris Kovaliov publica un libro en el que disecciona el paso de la unidad española por la Unión Soviética a partir de testimonios y archivos locales. Obra en la que desmonta algunos de los mitos de este cuerpo
Son 20 años los que historiador ruso Boris Kovaliov ha dedicado a estudiar la División Azul, desde que que conoció el relato de cómo los españoles hacían cola junto a mujeres, ancianas y embarazadas para recibir una ración de leche durante el invierno: "Siempre tenían frío”, ha recordado a Efe Alexandra Ojávkina, una mujer de 93 años que conoció a los divisionarios españoles en 1941. Testimonios como este son los que han permitido a Kovaliov describir sin “apasionamientos ideológicos”, dice, el paso de esta división de infantería por la Unión Soviética.
Le llamó la atención al investigador que los españoles "no se llevaban la leche por la fuerza, sino que hacían cola. Eso sí, cuando el jefe de la ciudad (Morózov) intentó impedir que los españoles recibieran leche, un divisionario borracho lo mató”, explica.
A pesar de ello, Kovaliov reconoce que había diferencias entre las tropas que llegaban de la Península y las germanas: “Los españoles fueron ocupantes, combatieron hombro con hombro con los alemanes y seguían órdenes de generales nazis, pero bajo los divisionarios la población local tenía muchas más opciones de sobrevivir que bajo los alemanes y sus aliados fascistas”.
Habla Kovaliov desde Veliki Nóvgorod, una región rusa en la que los españoles estuvieron de octubre de 1941 a agosto de 1942, y ha aprovechado el 75 aniversario de la victoria sobre la Alemania nazi para publicar su libro “División Española. Aliada del Tercer Reich”, que incluye tanto su paso por Veliki Nóvgorod, tratado en un primer libro publicado hace cinco años, como su papel crucial en el bloqueo de Leningrado.
Los archivos con las actas de la comisión especial estatal de la URSS consultados por Kovaliov dicen que Agustín Muñoz Grandes y un tal “Vasco” fueron los únicos españoles contra los que se incoaron expedientes por crímenes de guerra, aunque a él le relataron también casos de asesinato, asalto y robo.
“Cuando le preguntas a la gente a quién odia más te responden que primero a los traidores y colaboradores, después a estonios, letones y finlandeses, seguidamente a los alemanes y sólo al final citan a los españoles”, asegura un autor que pide analizar con espíritu crítico los recuerdos infantiles de los supervivientes.
Y es que la huella de los españoles en esta zona de Rusia nunca se ha perdido por las relaciones sentimentales de algunos de los divisionarios con las mujeres locales. Es el caso de Valentín, hijo de Andrés, un soldado oriundo de Bilbao: “Mi madre nunca quiso hablar de ello, aunque sé que fue a buscarlo cuando se fue a combatir a Leningrado. Mi tía y mi abuela me contaron que era muy buena persona y nos traía productos cuando pasábamos hambre”, recuerda.
Valentín rompe uno de los grandes mitos de la División Azul: no todos sus miembros fueron fascistas y anticomunistas convencidos, sino que también se formó con voluntarios que querían hacer dinero y a republicanos obligados a expiar sus culpas ante el régimen franquista en el frente ruso. “Mi padre era un auténtico comunista, pero se vio obligado a combatir”, asegura Valentín, que supo a los 9 años que su padre era un español, aunque su madre tuvo mucho cuidado de quemar todos los recuerdos que guardaba del divisionario, ya que el KGB castigaba muy severamente cualquier desliz.
También Ojávkina, profesora de lengua y literatura rusa, guarda un recuerdo amable de los divisionarios, uno de los cuales le salvó la vida: “Los españoles no hicieron nada malo, les obligaban a pelear. Los alemanes pronto entendieron que los españoles no querían combatir”, comenta a Efe desde su domicilio.
Conoció a los españoles en un monasterio donde se refugiaron varias familias y aún sigue sin olvidar las galletas y los bombones de chocolate que le regalaban los divisionarios: “Recuerdo varias palabras: ‘señorita’, ‘cierra la puerta’ y ‘patata’”, ríe.
Muy diferente fue Leningrado. Explica Kovaliov que está convencido de que los generales soviéticos minusvaloraron a la División Azul, cuyos miembros llevaban combatiendo casi desde 1936: “En gran medida, fue culpa de la división española que el bloqueo de Leningrado no se levantara hasta enero de 1944. En Stalingrado, el Ejército Rojo sí pudo romper la defensa de Paulus; en Leningrado, no. Los rumanos huyeron despavoridos; los españoles, no”. Se les podía acusar de irresponsables, desobedientes y pelearse con sus superiores alemanes, pero el historiador apunta que eran muy buenos en el “cuerpo a cuerpo”.
Pero no todos pudieron regresar a España. Los prisioneros de guerra fueron enviados a varios campos de trabajo, en su mayoría al de Borovichi, también en Veliki Nóvgorod, donde coincidirían nacionales y republicanos. “Algunos prisioneros españoles incluso renunciaron a la ciudadanía española. Acusaban a Franco de traicionar a Hitler”, destaca.
Se quedaron en el campo hasta 1954 -año de la muerte de Stalin-, cuando en el 49 los prisioneros alemanes, finlandeses o rumanos ya habían sido enviados a sus países: “Los españoles fueron voluntarios en una guerra ajena. Ahora pienso que para solucionar un problema no es necesario disparar, siempre que haya una botella de vodka y otra de vino”, sentencia Kovaliov.