Aurora García Mateache: “En mi novela, los políticos y el Jefe del Estado no tienen nombre”
La Esfera de los Libros lanza hoy «La finca», la historia de una joven periodista que vive en el filo que divide la depravación y el honor
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Dice el dicho que «segundas partes nunca fueron buenas» pero la segunda novela de Aurora García Mateache –una historia de amores y pasiones, muerte y redención que supone, además, un intento de descifrar desde dentro los resortes ocultos del poder en España– parece empeñada en quitarle la razón al refranero.
–Tras el éxito de «La favorita», ¿sintió mucha presión al escribir «La finca»?
–Cuando doy con una historia que me remueve por dentro ya sólo puedo pensar en darle vida. Es como si cometiera un asesinato en caso de impedir que esos personajes nazcan. Y ya nada más ocupa mi mente. La presión viene después, cuando llegan las galeradas y, con el lápiz en la mano, te enfrentas a lo que ha sido tu realidad durante tanto tiempo, te enfrentas a ti mismo.
–¿Por qué esta historia tenía que ser contada?
–«La finca» es el espejo del funcionamiento del sistema político, social y mediático que fluye en algunas sociedades occidentales, con sus luces y sus sombras. He querido crear una trama que parta de las luchas de poder de una familia asentada y poderosa que orquesta todos los movimientos que implican a los poderes del Estado y a los medios de comunicación para conseguir sus propósitos, hasta verter una realidad que es la que percibe la opinión pública, pero que es en realidad el resultado de los movimientos de los integrantes del tablero. La acción de la novela tiene una fuerte carga en los personajes y sus diálogos, movidos por el orgullo y el amor al valor puro de una tierra que paradójicamente es lo que los corrompe.
–¿Espera que mucha gente importante en este país compre el libro solo por ver si se ha basado usted en ellos para algún personaje?
–Para mí cualquier lector es importante. Pero si se refiere a gente conocida o pública, a lo largo de la novela juego con la experiencia que me han dado mis años en la profesión y mi propia imaginación, y lo mezclo todo en una nebulosa. Por eso, los periodistas, los políticos y el propio Jefe del Estado no tienen nombre, porque no son personas concretas. Algunas, incluso, son la representación de varias personas que he conocido a lo largo de mi trayectoria. Si alguien se identifica supongo que tendrá sus motivos.
–Ha tardado poco en abandonar un género, la novela histórica, que suele encasillar a los novelistas...
–No soy escritora de un solo género. De hecho trato que mis novelas tampoco lo sean en su plenitud, sino que éstos coexistan entre sí. El motivo por el que escribí «La Favorita» fue porque la historia enterrada de la cantante Elena Sanz me pareció apasionante y consideré que su legado, destruido por el dolor y el deseo de venganza de una reina, merecía ser rescatado. «La finca» arranca con una muerte sin resolver, y podría afirmar que el tono predominante a lo largo de toda la novela es el suspense, pero también hay comedia, amor, tragedia… Los ingredientes que hacen que una novela sea más heterogénea y, por tanto, sea más verosímil.
–La protagonista, Claudia, es corresponsal de Casa Real en un diario nacional, como lo fue usted. ¿La realidad que vivió superó a la ficción que aparece en la novela?
–Sin duda. Algunas escenas que narro son reales, pero son tan surrealistas y sorprendentes que estoy segura de que al lector le va a costar tener claro cuál es real y cuál no.
–Amalur, la finca del título de la novela, destila su personalidad casi como un personaje más...
–Amalur es el cuadro alegórico del hilo conductor de la novela; la moral. La moral que alimenta, ilusiona, destruye y envilece a los personajes a lo largo de todo el libro. La tierra de Extremadura, ancestral y mítica que ha pertenecido a la familia Munizaga a lo largo de los siglos. Para ellos, cada encina plantada en sus dehesas representa valores aprendidos durante generaciones, el punto de partida para todo. Unido al sentimiento primigenio de respeto que genera la tierra y que desplaza los vicios del hombre hacia el asfalto.
–¿Qué se puede encontrar en su novela que la haga distinta de la oferta literaria actual?
–Me gusta leer a los clásicos porque profundizan en sus personajes de tal modo que los hacen inmortales. En los cantos de «El arte de amar» de Ovidio la clasificación de los distintos tipos de seductor se puede encontrar una noche en cualquier discoteca o en un salón de los felices años veinte. En «La finca» he tratado de que sea así, de que sean verosímiles, complejos y poliédricos. Se tiende excesivamente a crear personajes buenos y malos, unidimensionales. Los protagonistas de mi novela generan a lo largo de todo el desarrollo una fuerte contradicción de sentimientos. También he puesto especial empeño en tejer la novela mediante un engarce de hilos consecuente, sin lo que yo llamo «encuentros por sorpresa en la calle». Hubo un escritor que en su día me dijo: «Las casualidades en la vida real existen, en literatura son torpeza del autor». Y tenía razón.
–¿Con qué espera que se quede el lector al terminar de leer «La finca»?
–Si soy honesta, me gustaría que el lector experimentase una mezcla de hedonismo y reflexión en cada página. Así que espero ser capaz de provocar emociones y pensamientos que no se queden dentro del libro al cerrarlo. No me atrevo a decir cuáles deben ser.