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“Traición": Regreso al teatro con el mejor Pinter ★★★★✩

Raúl Arévalo e Irene Arcos en "Traición"
Raúl Arévalo e Irene Arcos en "Traición"Vanessa RábadeEl Pavón Teatro Kamikaze

Autor: Harold Pinter (versión de Pablo Remón). Director: Israel Elejalde. Intérpretes: Raúl Arévalo, Irene Arcos y Miki Esparbé. Teatro Pavón Kamikaze. Hasta el 4 de octubre.

El problema de Harold Pinter –sé que alguno se llevará las manos a la cabeza por lo que voy a decir acerca de esta vaca sagrada– es que, tras su lenguaje incisivo, dislocado, reiterativo y cuasiexpresionista, cuesta mucho encontrar en el fondo algo verdaderamente revelador y valioso, o al menos, algo que el lector/espectador sea capaz de reconocer como revelador y valioso.

Quizá sea “Traición” su única obra en la que eso no ocurre; la única, o la más destacada, en la que el espectador, una vez que alguien ha desbrozado bien el cansino camino literario del autor –y eso hace Pablo Remón en esta estupenda versión–, puede sentirse cómodo transitando por él y puede hacer propio lo que va encontrando en el trayecto, que no es poco. Y eso le ocurrirá al que vea este extraordinario montaje. Israel Elejalde, ejerciendo esta vez de director, ha conseguido hacer rica, profunda e incluso nítida una historia que, precisamente, nace de la oscuridad de sus tres personajes y de las siempre veladas intenciones que rigen su interacción; una historia que crece en sus secretos más recónditos, en sus pecados, en lo que no quieren decir o no son capaces de decir, en lo que ni siquiera se sabe si realmente ellos mismos saben; una historia, en definitiva, sobre lo que son y sobre lo que tienen sin haberlo nunca llegado a mostrar.

En cuanto a la línea argumental, ya el título es bastante diáfano: “Traición” gira en torno a las numerosas y continuadas infidelidades, engaños y deslealtades en que está inmersa la relación entre dos amigos y la mujer de uno de ellos a lo largo de casi una década. Está contada cronológicamente hacia atrás, es decir, desde 1977 hasta 1968; y, en realidad, las traiciones implican también a otras personas del círculo más íntimo de los protagonistas, pero no aparecen nunca en escena. Ciñéndose exclusivamente a ese breve paréntesis de tiempo, es decir, sin apenas dedicar un solo trazo al pasado de los personajes o a las posibles consecuencias futuras de sus actos, y escamoteando cualquier desenlace de carácter mínimamente aleccionador, Pinter consigue dar una consistencia inusitada a los tres protagonistas; Remón, por su parte, hace que esa consistencia no sea fatigosa, que la acción discurra ágil y próxima al espectador sin soltar nunca la carga que porta –la ironía que late en muchos diálogos del original se transforma a veces en un surrealismo esperpéntico que conecta muy bien con nuestra propia tradición teatral–; y Elejalde, por último, da un sobrecogedor brío escénico –creando una atmósfera atractiva y asfixiante a la vez– a toda la función, incluso cuando impera en ella la contención o el silencio. Sin llegar a brillar, Raúl Arévalo, Irene Arcos y Miki Esparbé cumplen en un difícil trabajo en el que tiene tanta importancia lo que dicen como lo mucho que cada uno de ellos se empeña en callar.

Lo mejor

El uso que ha hecho el director de la música para dotar del conveniente dramatismo a muchas situaciones y estados de los personajes.

Lo peor

Sobran, e incluso distraen, los carteles explicativos que introducen algunas escenas.