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La redención de Woody Allen

Es «Rifkin’s Festival», un homenaje al cine que sitúa al certamen vasco en el centro de la acción. Ni rastro de las dudas sobre su pasado

La pandemia impidió a Woody Allen acudir a la inauguración del festival, pero entró en la presentación de «Rifkin’s Festival» a través de la pantalla Alvaro BarrientosAP

Hubo un tiempo (hace décadas) en el que Woody Allen era el dios‚ o uno de un selecto puñado, de esto de la gran pantalla. Las conferencias, ruedas de Prensa, debates... eran puramente artísticos. Ningún resquicio a la duda sobre un señor pequeño y miope que siempre iba debajo de su «piojera». Cualquier acusación de saltarse la norma era desestimada por la Justicia, pero también por un pueblo rendido ante su cadena de montaje cinematográfica.

Pero luego vino el #metoo para tirar por tierra todo lo labrado a costa de un hecho juzgado y cerrado a principios de los 90. El neoyorquino se ponía en la picota de las dudas sobre cualquier hombre poderoso de Hollywood y sucedáneos. Revuelo habitual, dudas, un parón único en su carrera y ya. Hasta ahí. Mucho ruido y pocas nueces, que diría William Shakespeare. Un par de años después, nada queda en el ambiente de aquel alboroto.

Ayer, la pandemia le obligó a entrar en la rueda de Prensa de San Sebastián a través de la cámara. En vivo, Gina Gershon y Elena Anaya, por televisión, el maestro y el amable Wallace Shawn –alabado por cada persona que le cita–, y, en el centro de la presentación, «Rifkin’s Festival», la cinta hecha a la medida de la muestra donostiarra. Entre las (pocas) preguntas que se pudieron lanzar, ninguna sobre un pasado dudoso. Por tanto, entendemos que Allen ya está rehabilitado por la sociedad.

Si hace un año presentaba «Día de lluvia en Nueva York» y se pasaba de puntillas por el asunto, un año después, con sus memorias publicadas de por medio, no queda rastro de las sospechas. Solo alguna pregunta a las actrices en las entrevistas individuales. «No dudamos de Woody», zanjaban ambas. «Me gustaría pensar que ya está limpio de sospecha», continuaba Anaya: «Si puedo poner de mi parte para que este señor siga haciendo cine, lo haré», aseguraba la intérprete.

Así que Allen vuelve a ser de la partida. Recupera la confianza de la masa y, a sus 84 años, está tan virgen de pecados como un niño de meses. El cineasta es de nuevo ese señor capaz de ensimismarse con palabras como «reflujo». «Qué bonita es», dicen sus personajes. Y vuelve a ser, por encima de todo, un director capaz de trasladar el embelesamiento al espectador con ese humor y lenguaje tan suyos. Si en la fallida «Vicky Cristina Barcelona» propuso una «tournée» por la Barcelona de principios de los 2000, del Tibidabo a la Rambla, en esta ocasión, «Rifkin’s Festival» hace de guía turística de San Sebastián a través de un Mort (Shawn) que busca responder a las preguntas existenciales de la vida mientras trata de salvar su corazón, primero, físicamente y, luego, desde el punto de vista sentimental.

Es la forma que ha encontrado Allen para hacer un homenaje al cine que le gusta (Godard, Bergman, Buñuel, Welles...) y ponerlo frente a la pedantería de muchos directores de hoy que pasean palmito de festival en festival. «Parece que con su sarcasmo, su cinismo y su prisma, desde el que ve todo con esa mirada particular y carismática, muestra sus añoranzas», presenta la actriz española antes de que el cineasta le dé la réplica para referirse al «festival ideal»: «Uno en el que los filmes no sean los típicos comerciales, al que la gente acuda a descubrir películas inspiradoras e imaginativas y donde los autores tengan la oportunidad de mostrarlas», apuntaba desde su apartamento de Nueva York.

«Siempre hay artistas que merecen la pena. El cine comercial ha dominado toda la vida y, aunque a las salas no les salga rentable programar esas cintas de bajo presupuesto, los creadores que tienen valor surgirán con sus películas. No encuentro la razón por la que decir que hoy no tenemos buenos autores –continúa–. Los clásicos del pasado fueron una gran influencia, como las grandes obras de la literatura, pero de verdad creo que hay una generación de cineastas que serían colegas de los del pasado».

Por su parte, Anaya, preguntada por la Prensa, quiso referirse a la situación actual de la cultura como «horrible», a la vez que afirmó que «el corazón del cine español se encuentra muy enfermo». «Las salas son un lugar seguro en el que se invita a soñar despierto. Os pido que todos volváis al cine», clamó la intérprete.

Gina Gershon: del horror al «comer, nadar y pasear»

Junto a Anaya, el punto femenino de «Rifkin’s Festival» está en Gina Gershon, que quiso echar la vista atrás hasta su primera visita a Donostia: «Solo fue una noche, y horrible. Acababa de romper con mi pareja y no hice nada. Solo mirar el cielo». Así, el rodaje en San Sebastián junto a Allen le valió para reencontrarse con la ciudad y vivir unos días muy relajados en los que «paseaba, nadaba en la playa, rodaba, volvía a pasear y salía a cenar. Un gusto».
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