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Cultura

La gran revelación del urólogo de los Franco

Lejos de usar su apellido, la viuda de Ramón Franco prefirió vivir en el anonimato por sus desavenencias con el Caudillo

Antonio Puigvert con Franco, en 1970
Antonio Puigvert con Franco, en 1970La RazónLa Razón

Del convento situado en la avenida de la República Argentina, en Barcelona, telefonearon al célebre doctor Antonio Puigvert una noche de 1942 para que atendiera una urgencia. El urólogo de la familia Franco estaba agotado y se recluyó en su despacho para esparcirse tras largas horas en el quirófano.Consultó el reloj: eran las ocho. Llevaba catorce ya en pie y le pareció que merecía un descanso. Enseguida oyó tamborilear unos dedos al otro lado de la puerta. Era la forma habitual de llamada de su secretaria, la señorita Bonet, cuando sabía que no quería ser molestado. Entró afligida y se acercó al sillón para hablarle sin levantar la voz: «Son unas monjitas que llaman por teléfono. En el convento tienen una emergencia. El médico de cabecera que las visita ha dicho que es una cuestión renal y urgente».

Al cabo de media hora, el doctor franqueaba la entrada del convento enfundado en un traje oscuro. Sus pasos resonaron poco después en el silencio claustral, mientras era conducido hacia un departamento anexo donde había unas pocas habitaciones. En una, yacía en la cama una bella mujer ataviada con un camisón de seda, claro indicio de que la enferma no era precisamente monja. Estaba nerviosa; no hacía más que moverse. El doctor logró serenarla antes de examinarla minuciosamente y comprobar que requería ser intervenida con urgencia a la mañana siguiente en su clínica del Paseo de San Juan. Se quejaba de un dolor agudo en el costado, que se le reflejaba incluso en la ingle. Tenía fiebre, sudoración y escalofríos.

FECHA: 1942 El doctor Antonio Puigvert atendió una urgencia de noche. La paciente fue registrada en la clínica como Engracia Moreno Casado e ingresó en quirófano al día siguiente.
LUGAR: BARCELONA Puigvert supo al fin que Engracia Moreno era la viuda del célebre aviador Ramón Franco, el héroe del Plus Ultra, que había atravesado el Atlántico en 1926.
ANÉCDOTA: Engracia estableció una entrañable amistad con el doctor Puigvert, hasta el extremo de confiarle los amargos sinsabores de su condición de viuda de Ramón Franco.

Infección tras infección

El sabio Puigvert se convenció enseguida de que sufría una infección en los riñones, consecuencia probable de otra infección urinaria iniciada en la vejiga. Anotó entonces su diagnóstico: «Abceso perirrenal»». La paciente fue registrada en la clínica como Engracia Moreno Casado y se recuperó pronto tras la operación. Mientras estuvo ingresada, acudía a verla cada día su madre, Ángela Casado, acompañada de una niña muy calladita llamada Ángeles, hija de Engracia. Al indicarle Puigvert que podía darle ya el alta sin problemas, ella le rogó que aguardara unos días hasta que acabasen de acondicionarle un piso en la calle Balmes, donde pensaba residir con su hija Ángeles, de catorce años.

Un buen día, las dos se fueron a su nuevo domicilio, pero la madre siguió acudiendo a la consulta para someterse a curas y revisiones. Puigvert se extrañó al principio de que Engracia Moreno hubiese vivido una temporada sola en aquel convento, así como que su hija apareciera de repente en la clínica. Pero en 1942, en una España resacosa de la Guerra Civil en la que existían tantos traslados, exilios y persecuciones, cualquier situación anómala terminaba siendo natural.

Poco a poco, tras varias visitas a la consulta y contactos telefónicos con la secretaria para pedir hora, se estableció un trato más directo y confiado entre médico y paciente. Solo entonces surgió inesperadamente la gran revelación. El doctor Puigvert supo al fin que Engracia Moreno era la viuda del célebre aviador Ramón Franco, el héroe del Plus Ultra, que había atravesado el Atlántico Sur en 1926 y que en 1938, durante la Guerra Civil, había fallecido en acto de servicio al mando de un hidroavión de combate.

«Cuando me enteré –recordaba el doctor Puigvert– me quedé asombrado. Porque en 1942, el llevar el apellido Franco –Ramón era hermano del general don Francisco Franco Bahamonde–, y el ser viuda de un militar caído en el bando vencedor, eran llaves que podían abrir todas las puertas. Y a Engracia Moreno solo se le habían abierto las de un convento de monjas y las de una clínica, pero en la vida de la ciudad no solo vivía en el más completo anonimato, sino que lo fomentaba».

Una vez curada, Engracia estableció con los años una entrañable amistad con Puigvert, hasta el extremo de confiarle a éste los amargos sinsabores que su condición de viuda de Ramón Franco le había acarreado con la familia de su difunto esposo. La propia Engracia puso el dedo en la llaga: «Cuando conocí a Ramón, él estaba casado –confesó al doctor–. Al promulgar la República la ley del Divorcio, Ramón se divorció de su mujer y se casó conmigo. Esto su hermano Paco no lo aceptó nunca. Para él, yo no existo; ni mi hija tampoco, aunque se llame Franco como ellos porque eso lo quiso así Ramón».

El padrino

Ángeles se hizo mujer. En octubre de 1950, cuando contaba veintidós años, acudió a la consulta del doctor Puigvert para pedirle que fuese su padrino de boda y la entrara del brazo en la Iglesia porque no quería que nadie más que él supliese a su padre muerto. A su tío Francisco Franco y al resto de sus parientes de El Pardo solo los conocía por los periódicos. Ángeles entró en la iglesia del brazo de su padrino Antonio Puigvert el 12 de octubre de 1950. El novio, de veintidós años, se llamaba Jaime Crusellas. En la iglesia, el sacerdote pronunció con claridad el nombre de la novia: Ángeles Franco Moreno. Pero el matrimonio fracasó finalmente. Ángeles y su madre se instalaron en Palma de Mallorca, donde abrieron una tienda de regalos en la calle Tous y Morató número 17. Nunca tuvieron contacto con la familia de Ramón.