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Alan Turing, el genio de la manzana que perdió la vida por ser homosexual

Claudio Tolcachir presenta en el Canal madrileño una pieza que se adentra en la personalidad de matemático británico
Elena C. GraiñoTeatros del Canal

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No solo Blancanieves mordió la manzana; Alan Turing (Londres, 1912), también. Aunque este no tuvo tanta suerte. No contaba con siete enanos que le guardasen las espaldas ni tampoco con un príncipe azul que le despertase con un beso. Su historia fue más parecida a la de Adán y Eva. El fruto prohibido, esta vez bañado en cianuro, terminó con él igualmente. Sin embargo, la vida previa de Turing –pese a ser una pieza clave en el devenir europeo de la mitad del siglo XX y, en parte, responsable de la desaparición del nazismo– poco tuvo que ver con el paraíso bíblico.
Su desgraciado final comenzó tras un robo en su casa y la consiguiente denuncia que el profesor Turing presentó en comisaría. Su aspecto, poco convencional, hizo que el sargento Ross no lo tomase en serio de primeras, pero su nombre sí era conocido por los servicios secretos. Finalmente, se detuvo al ladrón, que estaba compinchado con un antiguo amante del científico. Fue entonces cuando explotó públicamente la homosexualidad de Turing. Algo inconcebible para la fecha, por lo que fue llevado ante el juez y se invocó una ley de 1885 –la misma que condujo a la condena de Oscar Wilde en 1895– para castrarle químicamente. Solo así evitaba la cárcel. Pero no lo soportó y, según la versión oficial, mordió la manzana dos años después de empezar con la pesadilla.
Un hito que llegó a contradecir Jack Copeland, experto en nuestro protagonista, en 2012. Según el estudioso, las pruebas que certificaron la muerte en 1954 hoy no serían consideradas suficientes: «La investigación oficial contiene tantos errores que hasta resulta imposible descartar un asesinato», afirmaba. Entonces se alegó un desequilibrio mental y emocional fruto del tratamiento para «curar su homosexualidad», ya que ante «un hombre de esta clase, es imposible decir cómo va a reaccionar mentalmente», recogía el informe.
Con la sospecha encima de la mesa, pero, sobre todo, con la inmensa historia del inglés como aval, Claudio Tolcachir se ha propuesto recuperar el drama de Alan Turing sobre los escenarios de los Teatros del Canal (en la Sala Verde hasta el 15 de noviembre). Reconoce el director argentino que «era una figura que no tenía muy controlada», pero que cuando llegó a sus manos la obra de Benoît Solès «La máquina de Turing» quedó «conmovido» por su vida y por la relación que tenía con sus contemporáneos. Turing fue un incomprendido. «Era una persona que tenía la cabeza un paso más allá que el resto. Iba cincuenta años por delante», explica Daniel Grao, responsable de dar vida al genio británico sobre el escenario.
«Se desesperaba porque veía cosas que los demás no eran capaces de imaginar y muchas veces no sabía explicarlo. Daba una conferencia sobre la Inteligencia Artificial y nadie lo entendía. Pero, al mismo tiempo, el espectador va a ver a alguien muy solo, víctima de esa incapacidad que tenía para sociabilizar y del contexto social que prohíbe que desarrolle su condición sexual», comenta el actor, que estará acompañado de un Carlos Serrano que dará la réplica a Turing convirtiéndose en cada personaje que pase por su vida.
Aun así, el matemático no fue un hombre que viviera de espaldas a sus impulsos, «si se tenía que ir a una calle a desahogarse con un chapero, iba», apunta Grao. De hecho, pudo disimular sus gustos ante la Policía, pero «nunca lo negó», confirma Tolcachir. «Siente que vivir así es hacerlo dentro de una mentira. Y, al final, es la denuncia que él mismo pone la que lleva a que lo investiguen –en palabras de Grao–. Quizá en algún momento se arrepintió de haberlo hecho, o, por el contrario, quería que algo cambiase».
Una hipótesis sobre la que el director afirma que «quedará en el fondo de su conciencia porque podía haber negado su homosexualidad para salvarse y no lo hizo. Por eso se abren las sospechas de que había alguna necesidad de llegar a algún lugar de honestidad. Su amante, en contraposición, sí lo negó y no tuvo mayores problemas», apostilla Tolcachir sobre un montaje que busca apartarse del camino documental y centrarse en el aspecto más íntimo del protagonista. «Mira al público y le dice: “Vamos a rearmar mi vida”».
Así, «La máquina de Turing» viene a cerrar una deuda con el propio científico. Una herida que ya se propuso cicatrizar el autor del texto, el francés Benoît Solès, que reconoce que se «enojó» al toparse con versiones como la que Benedict Cumberbatch llevó a la gran pantalla en 2014 con «El código enigma»: «Le muestran con una luz que no entendí, un poco fría, austera... Y como un dandi, exactamente lo contrario de lo que era. ¡Y, sobre todo, porque la forma en que se aborda su homosexualidad es una locura! Potenciaron la amistad con el personaje de Keira Knightley hasta aparentar que estaban enamorados», cuenta el creador de una pieza que triunfa en Francia desde su estreno en el verano de 2018 y que actualmente puede presumir de cuatro Premios Molière y de tener dos elencos, uno fijo en París y otro de gira por el Hexágono.
«Sin duda, le debemos una disculpa por no haberle comprendido», lamenta Tolcachir de una marginación que llevó a Isabel II de Inglaterra a conceder el perdón real a Turing en 2013 (59 años después de su muerte) por «una sentencia que ahora se consideraría injusta y discriminatoria», anunció el ministro de Justicia, Chris Grayling: «El perdón de la reina es un tributo a la altura de un hombre excepcional». Más hubo que esperar para que «The New York Times» publicase en 2019 un obituario de su muerte en el que se le reconocen todos los méritos que alcanzó, especialmente, el de acabar con el código secreto de la máquina Enigma, pieza fundamental de la Segunda Guerra Mundial. El diario reconocía que los motivos para no haberla publicado antes fueron esos textos secretos y su homosexualidad.

La manzana que nunca mordió

Hay leyendas urbanas que son casi más reales que muchas historias que sí ocurrieron, mitos que hacen bueno eso de que una mentira dicha mil veces se convierte en verdad, que les gustaría a algunos. Pues dentro de toda esta rumorología se puede englobar la historia de la manzana de Apple. La multinacional nunca ha reconocido que su inconfundible sello tenga un origen relacionado con Alan Turing, sin embargo, la charlatanería de la calle ha dado por hecho que ese mordisco es un guiño que pidió Jobs hacia matemático... Lo que sí sabemos es que en el primer símbolo de la empresa se podía ver a Newton debajo de la manzana.