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Kandinsky, entre la guerra y la abstracción

El Museo Guggenheim de Bilbao dedica una gran retrospectiva al artista que va desde sus primeros trabajos, en 1901, hasta su fallecimiento en 1944
Miguel To�aEFE

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Adolf Hitler fue nombrado canciller de Alemania en enero de 1933 y, durante los meses siguientes, los nazis procedieron a tomar medidas contra los opositores y aquellas personas que consideraban peligrosas por sus ideas, como los intelectuales, o que contemplaban como una amenaza potencial, como fue el caso de los artistas de vanguardia, a los que tildaron directamente de degenerados. Fue el momento en que se decidió cerrar la Bauhaus. Kandinsky, que nació en Rusia, donde vio cómo la Revolución Rusa acababa con sus oportunidades económicas y lo empujaba al camino del exilio, tomó la determinación de volver a hacer las maletas y marcharse a Francia para instalarse en la Ciudad de la Luz. Según reconoció él mismo en una misiva fechada en 1934, «mi situación en Alemania era sumamente incierta porque tengo tres puntos negativos: 1), no soy realmente alemán (incluso soy ruso de nacimiento), 2), soy antiguo profesor de la Bauhaus (algo que en en el momento presente, por extraño que parezca, equivale casi a marxista), 3) soy un pintor abstracto».
Aunque él había empezado con una pintura figurativa, muy empastada y de colores vivos, durante su estancia en Murnau, justo después de haber descubierto a los fauves (Matisse, Derain), evolucionó hacia una obra colorista y más simbólica, como puede apreciarse en uno de sus óleos más conocidos, «La montaña azul» (1908-1909). Aún no lo sabía, pero lo cierto es que ya había emprendido un sendero bastante más ambicioso. Anhelaba alcanzar la sublimación de la pintura, que el arte pudiera desprenderse de la naturaleza y pervivir por sí misma. Esta pintura sin objetos es la abstracción. Esa fue su meta y su logro. «Si se contempla su obra se ve cómo existe una línea definitiva que lo conduce, paso a paso, hacia la abstracción. En sus inicios, refleja paisajes que contempló durante sus viajes por Europa o África. No era un hiperrealista, pero era sencillo identificar los objetos en sus telas. Después pasó a un plano único, cambió las reglas del espacio dentro de las composiciones, imprime líneas negras cada vez más intensas y en la Bauhaus, cambia la paleta de sus colores. Los símbolos recurrentes, como el caballo, son sustituidos por figuras geométricas, como el círculo», comenta Lekha Hilleman, curator del Museo Guggenheim de Bilbao, sobre la muestra que ahora se dedica en sus salas a Kandinsky.
La exposición, que cuenta con el apoyo de la Fundación BBVA, procede de los fondos de la colección de Solomon R. Guggenheim, que llegó a adquirir 150 pinturas de Kandinsky. Un volumen que le permitió reunir obra de cada una de sus facetas casi desde el principio, en 1901, hasta su muerte, en 1944. La muestra se presenta como un recorrido por la evolución de un artista que no solo pintó, sino que también teorizó, y que sufrió en primera persona las revoluciones y conflictos del siglo XX. «Sus cuadros no reflejan su vida de manera directa, pero, a la vez, también es cierto que están las emociones de su vida. Perteneció a una generación que vivió no solo la Primera Guerra Mundial, sino también la Segunda. Su biografía estuvo muy marcada por lo que sucedió en Europa durante esos años», explica Hilleman.
Ella misma señala dos puntos esenciales en la vida de Kandinsky. El primero cuando tenía treinta años, ya había estudiado Derecho y Economía, y tomó la decisión de cambiar de carrera y dedicarse al arte. Su primera parada para completar su nueva formación fue, cómo no, París. «Allí vio obras de Monet, porque el impresionismo era importante en esos años. Lo que observó en este artista era cómo usaba un elemento, los almiares, para demostrar los diferentes cambios de luz durante el día. Empezó a pensar en la importancia que la luz, pero enseguida concluyó que lo importante era la forma y el color. Ahí es dónde empezó su trayectoria hacia la abstracción, poniendo el énfasis en el color como elemento expresivo, vinculado siempre con los sentimientos, lo que podía producir un efecto sentimental en el visitante».
El segundo instante, que resultó determinante, y que tiene una estrecha relación con la muestra que ahora se inaugura, fue la amistad que entabló con Hilla Rebay, una artista que conoció en Alemania. Ella emigraría a Estados Unidos huyendo de la Gran Guerra. Allí fue contratada para que realizar un retrato a un magnate, a un hombre poderoso, a un industrial, a Solomon Guggenheim. Durante las sesiones que mantuvieron juntos para la ejecución de ese cuadro, ella le habló de los movimientos pictóricos europeos y, también, de un hombre que conoció allí: Kandinsky. «A él le interesó enseguida lo que ella le contaba sobre las vanguardias del Viejo Continente. En especial de la abstracción y del vínculo con lo espiritual. Lo consideró importante. Entonces, Rebay se convirtió en su asesora y emprendieron un viaje juntos a la Bauhaus. Allí mantuvieron un encuentro con Kandinsky. Ella había arreglado con anterioridad una cita con él. Hablaron cara a cara, vieron sus telas y compraron los primeros lienzos. Quedaron en contacto y tenemos en los archivos de Nueva York las cartas que cruzaron durante la carrera de Kandinsky. Guggenheim estaba muy interesado en su propuesta y por eso compró 150 obras. Es un fondo amplio, muy adecuado para apreciar su trayectoria».
Pero Guggenheim no solo fue un comprador más, un coleccionista interesado en un artista de vanguardia que estaba revolucionando el provenir del arte. Él fue una amistad clave para Kandinsky en los momentos más delicados de su existencia. «En su primera visita, compró composiciones recién terminadas, pero luego, como se estaba descubriendo la abstracción, adquirió cuadros de cada una de sus épocas. Cuando Kandinsky se fue de Alemania tuvo problemas. Tenía muy difícil sobrevivir en París. Era un momento muy duro y para él como artista. Estaba desesperado. En esta tesitura, Guggenheim y Rebay le echaron un cable y adquirieron trabajos de él para intentar ayudarle. Yo diría que para Kandinsky, Solomon Guggenheim fue un patrocinio importante. El resultado es que esta exposición, que recorre cada faceta de su carrera».
Hilleman narra una anécdota de esos últimos años: «Kandinsky comenzó buscando la manera de reflejar la naturaleza, pero enseguida comenzó a desvincular los colores de ella para usarlos de otra manera, así, pinta un mar violeta en vez de azul o verde; quería romper con la naturaleza para crear sensaciones distintas. También evolucionó en este sentido con las formas y los símbolos. Pero donde se ve un cambio brusco fue en su tercera época, al final de su vida, que estuvo marcada por la escasez de los tiempos de guerra. No encontraba lienzos, tenía que buscar otra manera de realizar obras y pintaba sobre cartón, papel... El tamaño de sus obras se reducen durante este periodo, se hacen más pequeñas, y, también, se aprecia su interés por la acuarela».