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La crisis del coronavirus no ha hecho más que agravar la polarización y la guerra generacional / EFE

“Prohibido envejecer”: contra la «efebocracia» y la estigmatización de los mayores

En su nuevo ensayo publicado por la editorial Círculo Rojo, el catedrático Javier Casares Ripol analiza el abandono social de los mayores

Desde el estallido de la crisis vírica, son muchas las novedades editoriales que han intentado explicar la hoja de ruta de un mundo que no vio venir el golpe. Son menos las que han intentado descifrar cómo hemos llegado hasta aquí y solo un selecto grupo ha sabido interpretar el porqué de nuestro deficiente sistema de residencias de ancianos o el abandono laboral de ese porcentaje de la población que la pandemia no ha hecho más que agravar. En «La sociedad vulnerable. Prohibido envejecer», que edita Círculo Rojo, el escritor y catedrático en Política Económica por la Universidad Complutense, Javier Casares Ripol (Madrid, 1953), intenta arrojar luz sobre el fenómeno de lo que llama «efebocracia» y que, según él, ha provocado «la expulsión paulatina de la población activa de los mayores».

Casares, que escribe desde su experiencia pero agarrándose a lo empírico de voces autorizadas en materia económica como Kenneth Boulding o Platón en lo filosófico, lo explica meridianamente: «Desafortunadamente, la pandemia está siendo un triste refuerzo de las tesis de mi libro. La guerra generacional y la estigmatización de los mayores se ha agudizado y con resultados extremadamente penosos para la sociedad».

En esa «juventolatría» de la que habla el profesor en su libro, no hay tanto un enfrentamiento con las nuevas generaciones que se tienen que enfrentar a tasas de paro apocalípticas desde temprana edad, como una reivindicación de lo adulto: «La polarización también está expulsando del sistema a los jóvenes y lo hace casi con más violencia. Se piensa que unos no tienen capacidad por verdes y que a los otros se les ha pasado el arroz. Los más frágiles son los que más acaban sufriendo. Los muy jóvenes se están quedando sin esperanza y sin confianza», matiza antes de añadir: «Hay miles de personas a las que, en la flor de su vida, les están echando del mercado de trabajo. Da igual que las condiciones sean buenas, las estás invalidando ante la sociedad».

La «invasión» política

Entendido como un análisis sobre las causas que han dado con el abandono de la senectud a su suerte, el ensayo de Casares ahonda en las causas del «conflicto de las edades» y en cómo la política «ha terminado invadiendo todos los aspectos de la sociedad», según sus palabras. Este aspecto, que los autores clásicos podían suponer una virtud, Casares lo embolsa entre lo negativo debido a la «deficiente preparación» de nuestra clase política: «El problema es que los partidos se han convertido en maquinarias de generación de negociadores y convencedores, más que de gente habilidosa y preparada», añade.

Ese escollo se ha trasladado a uno de los pilares de la población mayor: las pensiones. «Se nos están planteando como si fueran una dádiva que nos regalan los políticos de turno cuando se trata de un derecho conseguido a lo largo de muchos años», explica un Casares que también dedica uno de los capítulos clave su libro a la educación, que considera «pervertida» por esa misma pulsión. Todo ello, explica, acaba estallando en la presencia en el mercado laboral: «Existe una tremebunda tendencia a confundir la formación universitaria con la formación para ser un profesional y no acabamos haciendo bien ninguna de las dos cosas».

Aunque huya del recetario que bien podría ser su libro, el autor entiende que la clave para la solución está en la «equidad» que, dice, «nos asegura poder prestar ayuda a los enfermos y a los débiles sin perjuicio tampoco de aquellos que han tenido más facilidades». Sin perder la esperanza en un futuro mejor, Casares remata irónico citando a otro de los clásicos que puebla su ensayo: «Ortega y Gasset, recogiendo la tradición de los clásicos que decían que tenemos que ser gobernados por los sabios, decía que no había que aspirar a tanto y conformarnos con que no nos gobiernen analfabetos».