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Grandes dilemas del verano (IV)
¿Bermudas o pantalón largo?: un debate que divide a los españoles a la altura de las rodillas
¿Es el llamado «bermudismo» una práctica estéticamente tolerable más allá de los paseos marítimos del litoral de nuestro país?

Una vez más ha sido José Antonio Montano (El Georgie Dann de la cosa), quien, con un artículo publicado en «The Objective» el pasado 7 de agosto –«‘‘Bermudismo’’ radical»– ha encendido la mecha suscitando una agria polémica entre columnistas. Si dos veranos atrás pusiera el largo de las mangas de la camisa –mangacortismo contra mangalarguismo– en el centro de la disputa, ahora el polemista malagueño ha articulado la discusión en torno a la rodilla: ¿Pantalón largo o bermudas? ¿Es estética y moralmente aceptable que un hombre adulto vista pantalón corto fuera del entorno playero: del chiringuito o del paseo marítimo?
El propio Montano, en su columna, expuso, en defensa del llamado «bermudismo» o «bernudismo», que «Ir con pantalón largo en verano es un ascetismo muy español, y muy de esos remilgados que creen que llevan inscrita en el espíritu la noción de la elegancia»; además de que «Ir con pantalón corto o bermudas es ir haciendo un ballet delicioso por la ciudad, con un alivio que responde al principio estético de la ligereza. El bermudista va haciendo durante todo el verano, vaya por donde vaya, patinaje sobre fresco.»
No tardó en entrar al trapo un sospechoso habitual, el periodista Ignacio Vidal-Folch, quien apenas 24 horas más tarde daba la réplica a Montano en el mismo diario digital con un artículo de título elocuente y «mendozano»: «El gran escándalo de las bermudas». El columnista barcelonés al menos le reconocía al malacitano que, «con su salida de pata de banco, ha puesto sobre la mesa un tema de vital interés, que a todos nos interpela y que sería digno de un seminario, de un simposio: ‘‘El pantalón corto. Cómo se introdujo en España (¿azar o perfidia?). Quién lo usa y qué pretende. A qué edad –¿los diez, los doce años?– es impertinente llevarlo. Cómo castigarlo. Cuándo prohibirlo’’.» Además, sostenía Vidal-Folch, partidario de que tras el relajamiento textil viene la laxitud moral e intelectual, que «No tiene que ser todo la comodidad. Si así fuera, iríamos todos como esos turistas con sandalias, bermudas, camiseta, gorra con visera y a la espalda una mochila».
El triángulo de las bermudas
Otro que se ha sumado a este debate, y también en defensa del pantalón largo, es el poeta cordobés Antonio Agredano, quien en las mismas páginas que los dos columnistas anteriores –conformando así el llamado triángulo de las bermudas– ha soltado una andanada contra el pantalón corto y, de paso contra Montano, bajo el título «La decadencia es vestir fresquito»: «Las bermudas suelen ser una puerta oscura a la sandalia de tiras y a la camisa de manga corta. La temperatura nunca es una excusa. No es elegancia, es pulcritud», opina el también colaborador de «Herrera en Cope».
«El señor Montano intenta provocarnos hablando de pichas cortas y complejos mal resueltos –abunda Agredano sobre aquello que espetó este de que «¡Llevo todos los cortismos que puede llevar un hombre, y si lleva más, no es un hombre!»–. Pero no voy a entrar en ese juego. Él es malagueño y sabrá que las sardinas grandes no sirven para hacer buenos espetos. Que aquí no hablamos de centímetros sino de adecuación y sabrosura.»
Por supuesto que, una riña tan jugosa como esta, ha trascendido los límites del digital «The Objective». Sin ir más lejos la pasada semana pudimos leer en «Diario de Cádiz» un artículo del veterano periodista Fernando Santiago que llevaba por título simplemente «Bermudismo». «Quizás por el aumento del calor, por vivir en zona de costa o por la implosión del informalismo, se ha extendido entre los hombres el uso de este pantalón sobre la rodilla. Si alguien se toma la molestia de contar el número de hombres en bermudas y en pantalón largo cualquier día en la calle Ancha, Nueva o Plocia, verá que ganan por goleada los primeros.», constataba este el triunfo del «bermudismo» en clave local para, seguidamente, exponer que «Puestos al habla con el oráculo de la elegancia, Ignacio Casas, aconseja que las bermudas no se usen jamás en los actos sociales, para ir al trabajo o de noche, el ejemplo son los asistentes a los palcos de las carreras de caballos de Sanlúcar, donde el pijerío tiene su epicentro veraniego.». Concluía Santiago asegurando –y dando la razón de ser a esta página de este humilde recolector de polémicas– que «del bermudismo al pantalonlargujismo tenemos disputa para lo que queda de verano».
«Lo malo de los pantalones cortos, o bermudas, es que la gente se los pone como si fueran algo normal, no una excepción desesperada para jugar al golf. Hemos llegado a un punto de inflexión en el que salir a cenar en verano enseñando las piernas peludas se considera ético porque ‘‘es que son muy cómodas’’. Y, claro, es en estos detalles donde uno percibe con claridad la decadencia de Occidente.». Quien esto escribe es el periodista madrileño Gonzalo Cabello de los Cobos, que también recoge el guante del desafío bermudista-montaniano, en «El Debate», con un artículo «Y llegaron las bermudas» cuya tesis es la invasión bárbara del «bermudismo» al antaño elegante y fresco veraneo del Norte, del Cantábrico.
En fin, parece que en su defensa del pantalón corto Montano se ha quedado solo, pero nada más lejos de la realidad, la calle, basta con darse un paseo, está con él: ¡bermudismo o barbarie!
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