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Miguel Ángel Quintana Paz: “La nueva izquierda sustituye la verdad por la bondad”

Analizamos con el profesor cómo en las universidades y entre las élites se defiende a rajatabla cualquier minoría identitaria sin mediar debate
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Miguel Ángel Quintana Paz es director del Departamento de Humanidades de la Universidad Europea Miguel de Cervantes, de Valladolid, y profesor agregado en la Facultad de Ciencias Sociales de la misma. Analista brillante y lúcido, mente efervescente y admirable conversador, charla sobre libertad de expresión, corrección política e ideología identitaria en el ámbito de la Universidad.
–¿Cómo es posible que la censura, la autocensura y la corrección política, de la mano de esta nueva fe progre, se hayan instalado en occidente?
– La clave está en la existencia de ciertas élites, que no son meramente económicas, sino productoras de ideas, de imaginario. Estaríamos hablando de periodismo, universidad, industria del entretenimiento, empresa, política… Los más influyentes de ellos comparten una visión de occidente muy «woke», muy nueva izquierda, de defensa a rajatabla de cualquier minoría identitaria. Tienen mucho poder y hacen uso de él en beneficio de esa agenda. Es lo que he llamado «capitalismo moralista».
–¿Y en la universidad? ¿No debería ser esta la institución que, como encargada de amparar la razón, alentase el sano intercambio de ideas y la confrontación de argumentos como método para velar por el avance del conocimiento?
–Sí, podría parecer un gran misterio. Que eso ocurra ahí, precisamente donde se debería velar por la pluralidad. Pero en el ámbito universitario se produce un fenómeno curioso. No solo hay una mayoría de esa ideología progre entre el profesorado universitario, sino que esta se incrementa además justo en las áreas que producen imaginario: ciencias sociales y humanidades. Según un estudio de N. Gross y S. Simmons, el porcentaje de profesores conservadores en humanidades se sitúa en torno al 3,6% y sobre el 4,9% en ciencias sociales. Aún más escalofriante es el de Y. Inbar y J. Lammers, que indica que un 30% de los académicos progresistas en su área (Psicología) confiesa discriminar a aquellos que no pensaban como ellos en cuestiones académicas y laborales, como publicación de artículos, contrataciones o recomendaciones.
–El sesgo ideológico entonces es más que evidente…
–Absolutamente. Y en un grupo con tan poca diversidad no se favorece la pluralidad, todo lo contrario. Lo que ocurre es que se tiende a pensar que el que discrepa es un hereje, un malvado o un estúpido.
–¿Pero no deberíamos velar por la libertad de expresión, especialmente en la discrepancia, que es cuando se muestra realmente la tolerancia, y no en el consenso?
–Sí, claro. La libertad de expresión es la que nos permite, entre otras cosas, el avance del conocimiento. Incluso la libre expresión de las malas ideas o las ideas falsas lo hace, pues ya solo el esfuerzo de refutarlas nos permite ejercitarnos, articular tesis fuertes y bien argumentadas contra ellas. Es muy bueno para la sociedad refrescar las ideas correctas. Es el argumento de Stuart Mill a favor de una amplísima libertad de expresión.
–¿Significa eso que deberíamos admitir que en la universidad se expandieran ideas machistas, homófobas o incluso racistas?
–Es cierto que la libertad universitaria no puede permitirlo todo: por ejemplo, que un profesor incite a linchar a los gitanos que haya en clase o a los judíos del barrio de al lado. La universidad no deja de ser una institución educativa y tiene una responsabilidad. El problema es que entre la postura más aperturista, más stuartmilliana, de debate libre, y la que reconoce esa responsabilidad, esta segunda es la que lo ha copando todo. Hasta el punto de bastar que te apartes un milímetro de las tesis estándar de, por ejemplo, el feminismo, para que se te apliquen todas las medidas correctivas que se aplicarían a un energúmeno que animase a sus alumnos a maltratar a las mujeres. Una barbaridad.
–No hay ningún espacio para el matiz.
–En las humanidades se están dando por sentadas una serie de ideas, como si hubiese un gran consenso, cuando en modo alguno hay tanta certidumbre. Son ideas dogmáticas que basan su convicción en sus -presuntas- buenas intenciones y que aspiran a acabar con la disidencia: si te alejas de esas ideas, te alejas del bien. El elemento moralista es clave.
–¿Pero cómo, en nombre de las buenas causas, del bien, se atenta contra la libertad de expresión?
–La mayoría del mal que se hace en el mundo lo hace gente convencida de estar haciendo el bien. El tonto es más peligroso que el malo, y el bueno es aún más peligroso que el tonto. Los malos se cansan de hacer el mal. Pero el bueno no se cansa nunca porque tiene un estímulo poderosísimo. Están convencidos de poder lograr esa utopía que es una sociedad en la que por fin todas las minorías dejarán de sufrir. Por tanto, si les pones peros, ¡le estás poniendo peros a una sociedad sin opresiones!
–Es casi naif...
–Esta nueva izquierda sustituye la verdad por la Bondad. Se ha dado cuenta de que el proletariado ya no es lo que era, que está demasiado acomodado, así que necesita otro sujeto de la revolución, del cambio social. Ahora es toda esta panoplia de minorías oprimidas.
–¿Hay solución?
–Esta visión surge de un profundo desprecio por la civilización occidental y nuestra historia, a las que se acusa de todo tipo de pecados opresivos. La solución pasa, pues, por valorar de nuevo los logros de nuestra civilización. Y en eso, nuestros grandes aliados son los clásicos: leerlos, estudiarlos, enseñarlos, aprender de ellos. Ellos tendrán a Ana Patricia Botín y mucho dinero, de acuerdo; nosotros tenemos a Séneca, Boecio y Stuart Mill.