Hitler, mirando los Panzer: «¡Eso es lo que quiero!»
Durante unas maniobras en 1934 el Führer se entusiasmó con unas maquetas de madera tiradas por motocicletas y pidió que se fabricaran en masa. Un notable ensayo de Dennis E. Showalter recupera la historia de estas máquinas
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El 15 de septiembre de 1916 aparecieron ante las posiciones alemanas de Flers, en el frente del Somme, una amenazadora línea de monstruosos vehículos indemnes al fuego de fusiles y ametralladoras: 49 moles de acero que se bamboleaban torpemente sobre las desigualdades del terreno. El terror recorrió las trincheras alemanas hasta que uno de los monstruos estalló entre llamas alcanzado por una granada de artillería. Pero los demás siguieron avanzando y, aunque varios se averiaran y muchos fueran convertidos en chatarra por los cañones, 25 alcanzaron las líneas alemanas, arrollando alambradas de espino, fosos, trincheras, y poniendo en fuga a los defensores... La infantería británica, que llevaba dos meses tratando de ocupar la zona, logró hacerlo sin sufrir bajas. Había nacido el tanque, denominación debida a que, para impedir el espionaje, los envió bajo la etiqueta de «Tanques de agua, para Mesopotamia».
El modesto éxito inicial fue tan valorado que el Ejército británico pidió que se fabricaran mil más (modelos Mark I y sucesivos) y los franceses pusieron en marcha un modelo propio del que contarían con más de 3.500 unidades, teniendo tanta fe en el proyecto que el general Pétain pensaba en 1917 que la victoria llegaría con las tropas estadounidenses y los tanques Renault FT. El papel de los tanques en la Gran Guerra fue reseñable, teniendo en cuenta que se fabricaron menos de seis mil; con todo, su papel fue tan destacado que el último comandante en jefe alemán, Ludendorff, atribuía la victoria aliada no tanto al talento del «general Ferdinand Foch sino a la eficacia del general tanque». Años después, cuando la Reichswehr –el nuevo Ejército alemán– debatía su futuro dentro del Tratado de Versalles, al discutir el interés de los blindados, el coronel Volckheim, uno de sus partidarios, exclamaba: «¡Si los aliados no hubieran visto en el tanque un arma extraordinariamente prometedora no se la habrían prohibido a la Reichswehr!». Así se fue abriendo camino en la nueva mentalidad alemana la idea del blindado, del Panzer, quizá el arma con mayor aureola mítica de los ejércitos de Hitler.
Los Panzer de la Wehrmacht han ocupado millares de páginas de historia y de ficción, pero carecían de un estudio concienzudo sobre sus bases teóricas enclavadas en la nueva doctrina militar creada por el general Hans von Seeckt para el ejército de la Alemania surgida tras la Gran Guerra, una filosofía derivada del desarrollo de una frase: «De la Sitz a la Blintz»: «De la guerra de posiciones a la guerra de movimientos».
Para paliar esa notable carencia bibliográfica en el mercado español acaba de llegar a las librerías «Los Panzer de Hitler. Los ataques relámpago que revolucionaron el modo de hacer la guerra», de Dennis E. Showalter (La Esfera de los Libros), prestigioso historiador estadounidense, fundamentalmente acreditado en historia militar, que publicó la obra en 2009. Showalter dedica el primer cuarto de la misma a desgranar la lenta maduración de la idea alemana del arma acorazada durante quince años partiendo del fracaso del Plan Schlieffen, que atascó a los ejércitos alemanes en el Marne en 1914 y no porque fuera malo, sino porque excedió la capacidad de hombres y animales; todo hubiera sido distinto de haber contado con máquinas (camiones, tractores, blindados), lo que determinaría el final de la caballería como tracción y como arma.
Ese lento desarrollo estaba condicionado tanto por las limitaciones en armas y personal impuestas por Versalles como por una economía en ruinas y por las propias características industriales de Alemania, que disponía de magníficas firmas automovilísticas, pero era muy limitada en la fabricación de camiones y tractores (ya que contaba con excelentes ferrocarriles y en el campo prevalecía la tracción animal). Con la llegada de Hitler al poder se comenzaron a superar los problemas, pero siempre dentro de limitaciones. La doctrina, el personal y el adiestramiento fueron las bases de la calidad de las divisiones Panzer, pero cuando Hitler se entusiasma con el arma acorazada y exclama jubiloso: «¡Eso es lo que yo quiero! ¡Eso es lo que quiero tener!» era en 1934 y se hallaba en unas maniobras en las que los carros de combate eran maquetas de madera impulsadas por motocicletas y, en el mejor de los casos, chasis de vehículos motorizados pero sin armamento.
Y también debe recordarse que el Panzer I, apenas una tanqueta de 5,4 toneladas, sin torreta, armado con dos ametralladoras y apenas blindado para superar fuego de fusil o ametralladora, comenzó a fabricarse en serie en 1934; el Panzer II, de 10 toneladas, ya disponía de un pequeño cañón de 20mm. montado en una torreta giratoria, pero su blindaje solo protegía de armas ligeras. Ambos blindados sería el alma del arma acorazada de Hitler en la invasión de Polonia. Los blindados característicos de las Panzer en los días de la «guerra relámpago» fueron el Pz. III y el Pz. IV, sobresalientes, sobre todo el segundo, que se mantuvo en producción hasta 1945 y que comenzaron a fabricarse con cuentagotas en 1937 y su producción masiva no se alcanzó hasta 1939: ese año, entre ambos modelos apenas sumaban 300 carros.
Pero esta obra no solo habla de filosofía de la guerra, de organización, de diseño y producción industrial, sino que recrea las grandes operaciones blindadas, sobre todo, las de Francia, Norte de África y la URSS, y valora el genio de comandantes como Kleist (grupo Panzer Kleist, 5 div. Pz), con Guderian de prima donna, y Hoth (15 cuerpo Panzer, con 2 div Pz), con Rommel como mano derecha, que cortaron Francia por la mitad y determinaron su derrota, pese a sus inferiores medios acorazados en número (2.500 frente a 3.100) y en poderío teórico. El autor tributa una alabanza extraordinaria al discutido Rommel: «Sólo hubo un Rommel, y en la campaña de 1940 llevaría a cabo el que fuera, probablemente, el mando más notable a nivel de división de la historia militar moderna».
La Operación Barbarroja, el ataque a la URSS, dejó mil lecciones sobre el terreno: los Panzer eran menos numerosos que los blindados de Stalin (3.500 frente a unos 24.000, el 80% obsoletos), la capacidad táctica de hombres y armas fue muy favorable al Eje, al menos, durante 1941 (unos 4.200 carros perdidos o averiados frente a más de 16.000), la URSS disponía de dos modelos de blindado superiores a los de la Wehrmacht: T-34 y KV1; el Pz. III era inútil ante ellos y los cañones anticarro de 37 mm. apenas les rayaban: debieron ser sustituidos; conforme los soviéticos aprendieron a hacer la guerra acorazada, sus pérdidas fueron progresivamente inferiores, sobre todo desde que sus divisiones blindadas se compusieron de T-34 Stalin (en sus diversas variantes se fabricaron más de 84.000 entre 1940 y 1955); la industria alemana fue incapaz de reponer las pérdidas, cosa que sí hacia la URSS con ayuda estadounidense.
La respuesta de Hitler llegó a partir de 1942/43 artillando mejor los Panzer III y IV y creando los modelos V y VI, «Panther» y «Tiger», que arrastraron «problemas de infancia» aunque en buen estado se comportaban como los mejores blindados del momento por poder perforante, excelente telemetría e invulnerabilidad ante otros blindados, en el caso del Tigre, o ante el fuego frontal, en el caso del Panther. Según los estadounidenses se necesitaban cuatro Sherman para destruir un Panther y cinco para batir a un Tiger, pero el problema es que Hitler solo llegó a contar con 7.500 unidades entre ambos y, al final, casi no podían moverse por falta de combustible, mientras que EE.UU fabricó 50.000 Sherman y, junto con Gran Bretaña y la URSS, otros cien mil rivales.
Mucho más contiene este libro, como todos los cacharros blindados, cazacarros o cañones autopropulsados surgidos de la necesidad y disposición de miles de blindados franceses, checos y soviéticos capturados. Una estupenda fuente de información para los amantes de los Panzer.