Buscar Iniciar sesión

“Contra los judíos en la Península Ibérica se usaron las ’'fake news’'”

Martí Gironell habla sobre su novela “Palabra de judío”, la continuación de la exitosa “El puente de los judíos” que habla sobre el poder de tolerancia
DANIEL ALBERTOS FOTOGRAFIA

Creada:

Última actualización:

Fue Primo Lombardo quien levantó el puente en Besalú (Girona) pero una riada se lo llevó por delante. Esa fue la historia de “El puente de los judíos”, la exitosa novela histórica que Martí Gironell publicó en 2007 ambientada en su localidad natal. 300 años después de ser levantado por primera vez, el maestro de obras Pere Baró recibe el encargo de volver a levantarlo y permitir el intercambio de bienes y de ideas entre las dos orillas. Sin embargo, hay algunas voces que prefieren la desunión, la oscuridad y el desconocimiento mutuo, como el que a veces flota entre judíos y cristianos. Kim, hebreo, y Ester, cristiana, tratarán de averiguar quién y por qué prefiere que no haya puentes entre sus pueblos.
-Es un puente real, así que imagino que llevó a cabo alguna investigación para contextualizar.
-Son muchos años de ir trabajando la historia y consiguiendo información. Siempre ha sido una herramienta principal para mí. Hay que investigar, destilar la información, hablar con especialistas e historiadores y es conveniente que tú la conozcas para que todo sea verosímil y el lector se sienta cómodo. La primera historia me sugería una continuación y tenía claro que debía documentarlo muy bien, porque del siglo XIV se ha escrito mucho y de la relación de culturas y necesitaba tener información para no equivocarme. Hay muchas cuestiones históricas y simbólicas que ligar y había que hacerlo de esa forma.
-¿La huella hebrea se puede apreciar en Cataluña o ha quedado diluida?
-Hay rituales y maneras de hacer en el día a día que las tenemos tan asumidas que ni sabemos que son de raíz judía, como el hecho de lavarnos las manos, que es algo básico hoy en día. Hay muchos rituales y tradiciones que están en nuestra cotidianeidad. Hacerlo antes de la comida no era solo para limpiarse la suciedad sino las impurezas de otro sentido más metafórico. Uno ponía las manos con las palmas hacia abajo y otra persona con un jarro de agua te ayudaba a lavarlas. Y el agua se lleva también las impurezas del espíritu. Si vamos más allá, solo han quedado vestigios de la cultura judía en enclaves que fueron importantes como Toledo, Barcelona, Ampúrias, Girona, a partir de elementos arquitectónicos. Más allá no hay presencia, pero de judíos en nosotros hay muchos más detalles de los que somos conscientes.
-El puente es, pues, real.
-Sí, sí. Se construyó en el siglo XI y la novela anterior acababa con el encargo que se le hacía a un maestro constructor que existió en realidad y que se llamaba Pedro Baró, que venía de Perpingnan, que a principios del siglo XIV tenía el encargo de las autoridades de la villa real de Besalú que dependía del rey catalán de Barcelona, Pedro III el ceremonioso, de reconstruir el puente. El puente era no solo el emblema de la villa sino elemento importante para la economía de la zona. El que controlase el tráfico de mercancías, personas y sobre todo de ideas era una persona importante. Por eso siempre había quien había querido malograr su reconstrucción. Hoy en día, cuando la gente va a Besalú de visita dice que van a ver “el puente de los judíos”, aunque obviamente está reconstruido en los años sesenta del siglo XX, pero bueno, sobre la base histórica.
-Es un símbolo muy poderoso.
-Es el símbolo de la unión de las dos culturas, la hebrea y la cristiana, que han estado presentes en nuestro país y que han marcado muchas épocas. La influencia hebrea llega hasta nuestros días, aunque maquillada o desapercibida, pero, a poco que rasques y busques, sale. Yo la novela la empiezo a partir de la expulsión del Rey de Francia de los judíos, y esos llegan a la Península Ibérica a través de los Pirineos y buscan sus comunidades. Muchos siguen a Aragón, Toledo, Andalucía... y muchos en Cataluña. En Barcelona también fueron muy importantes. Astrólogos, médicos y otros profesionales judíos llegaron a la corte del rey. Así que la imagen del puente es importante porque representa el flujo de ideas, el intercambio social y político.
-¿Cómo fue la convivencia de culturas?
-En distintos momentos de la historia hay distintos comportamientos, claro. Hasta que llegó la uniformización. En Besalú, en Ampúrias o en Tortosa hay constancia de que hubo matrimonios mixtos, pero llega un momento que, por mimetismo con lo que pasa en Barcelona, donde hay una intención de erradicar la cultura judía, eso se extiende y es cuando se produce la represión, por ejemplo. Sin embargo, por mucho tiempo existió la voluntad de entenderse porque hay mucho más a compartir que diferencias. Esto se ve y se ha documentado y yo lo cuento con los dos protagonistas, que tratan de luchar con la palabra, el respeto y el amor, para hacer ver que ambas culturas pueden ir juntas. Y en distintos momentos de la historia y lugares ha habido diferencias.
-No en todas partes se convivía igual.
-Hay muchos modelos. Desde barrios cerrados a cal y canto para no mezclarse, hasta relaciones fluidas y buena convivencia. Pero en la historia hay un clic, en el que se extiende el odio como si fuera una enfermedad, a través de estigmatizar al judío y de promover falsas ideas que viene de antaño. No se dudaba en hacer circular documentos falsos en los que se les atribuían actos delictivos porque convenía hacerlo ver así al pueblo. Y ante esas pruebas, la gente mostraba la animadversión contra el otro. Y eso trata de enseñarlo la novela.
-Si el odio es el virus, la manera de protegerse es lavarse las manos, usar la palabra.
-Exacto. Hay una defensa de la palabra dada. Antes, la palabra era importante. No solo a través de “El libro de la creación” que se cuenta que era un libro donde algunos sabios escogidos dentro de la comunidad judía tenían la posibilidad de, permutando las 22 palabras, llegar a crear vida, no solo eso. Sino que también, recuperando la teoría de un monje de Montserrat que se llamaba Lluís Duch, el empalabramiento es importante. Las palabras no están vacías de contenido, son los receptáculos de las ideas, cuando verbalizas, estás creando el sentimiento. Pero con los años se ha ido desgastando el poder y la fuerza de la palabra.
-Los protagonistas buscan en la palabra el remedio.
-Sí, en la historia, Ester y Kim tratan de enaltecer las palabras. Saben que las religiones de ambos están basadas en libros que lo que hacen es atesorar palabras. Y depende de cómo se usen, te darán un resultado u otro. Cuántas crisis no han surgido a partir de malas interpretaciones de palabras. A veces de forma voluntaria o interesada se da un significado a un verbo o acción. Y esa es la voluntad: recuperar la fuerza y el poder de la palabra, que es la literatura en el fondo. Los judíos, por ejemplo, crearon los “antievangelios”, porque eran la forma de contraatacar al poderoso enemigo cristiano. Y no eran más que escritos literarios que trataban de herir al otro con la palabra.
-¿Por qué la palabra ha perdido fuerza?
-Yo creo que el ruido al que estamos sometidos hace que no puedan sobresalir y tener el impacto que deberían tener. Y también han tenido más preponderancia otras formas de comunicación y olvidas la básica. Enaltecemos otras formas que seducen más por imágenes o redes sociales, que son más inmediatas. Creo que hemos corrompido las palabras y el lenguaje en función de los intereses de los que las hacen servir. Y en realidad son nuestra fuente, pero a veces hasta nos da pereza terminar las frases. Y así podemos quedarnos mudos.