Pablo Messiez: “Intento no reprimir los deseos”
“Las canciones”, donde la música invade el universo de Chéjov, tiene el triste honor de ser la penúltima obra que pise El Pavón Teatro Kamikaze antes de su cierre a finales de enero
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Dice Pablo Messiez, y no le falta razón, que “la pandemia interfiere demasiado en el futuro como para pensar con firmeza”. También que “todo está en el aire” más que nunca. Solo hay que mirar el escenario que pisan “Las canciones” (en cartel hasta el 10 de enero) que se repone en el Pavón madrileño y donde las melodías se adueñan del universo de Chéjov. Y es que la suya es la penúltima función que pisa esas tablas antes del cierre de la etapa kamikaze. “Esta noticia lo pone todo más triste”, asegura de una de esas informaciones “tan bruscas que el cuerpo tarda en enterarse. Lo lees, pero hay algo que no se da cuenta de que hemos perdido un espacio fundamental”.
-¿Por qué era/es un lugar único?
-Ahí existía mucha libertad, como cuando se va al teatro público o más. No estaba la mirada puesta en la taquilla de una forma obsesiva. Prima el grupo y generaron una especie de comunidad. Hay un fervor en la gente que va al Teatro Kamikaze. Se percibe la emoción con ese espacio. Existe una sensación de pertenencia.
-¿Con qué momento vivido en el Pavón se queda?
-El estreno de “Las canciones”. Tenía mucho vértigo por el estreno en la sala grande. Mucha responsabilidad de sueldos, inversión y si no iba la gente... Ellos no transmitían eso porque son muy relajados, pero yo me sentía presionado.
-¿A qué suena Chéjov?
-A muchas cosas. Uno tiende a asociar los clásicos con una imagen determinada, pero luego lees las obras y encuentras otras cosas, como gente que no dice lo que piensa. Hay “monologazos” en los que se cita con mucha precisión lo que sucede. Pero todo depende del lugar desde el que lo mires. Lo importante es quitarse los prejuicios, incluso cuando son a favor. Cualquier obra debe ser mirada desde el presente. Todos los autores que vuelven a sus obras las cambian si piensan en la escena. Suele haber una mirada muy conservadora que se apropia de los clásicos y los deja como un libro en una estantería. Cuando uno escucha una canción no suena siempre igual porque depende del estado de ánimo. El punto de unión de “Las canciones” con Chéjov aparece al final de “Tres hermanas”, cuando Olga dice: “Con la música podremos saber para qué vivimos y para qué sufrimos.
-¿Las canciones que suenan han adquirido un nuevo significado tras la pandemia?
-Sí. En el intermedio, la versión de Nina Simone de “My sweet lord” dice: “Ahora ni siquiera podemos acercarnos los unos a los otros, porque el hoy nos mata”. Parece que está puesto hoy, pero no. Es lo que tiene la buena poesía, que no está atada a la actualidad.
-¿Cómo solucionan ese intermedio de 15 minutos en el que la gente antes se podía levantar, salir, bailar...?
-Estamos intervenidos por la situación, así que los intérpretes se convierten en portadores de lo que queremos hacer. Se ve la posibilidad de la fiesta y ahora parece que el aplauso es más fervoroso. Es como una petición de que vuelva la vida a parecerse a lo que teníamos.
-A la vieja normalidad...
-Queremos vitalidad.
-¿Y usted cuándo canta?
-Ahora que llevo mascarilla lo hago todo el rato. Como no se sabe si soy yo, canto mucho. Canto y que me imagino que estoy en un pequeño concierto.
-Tras pasar por la zarzuela, el (casi) musical, un “road trip” y el teatro, claro, ¿a qué género mira ahora?
-Lo próximo es un concierto que me tiene entusiasmado: la versión escénica del “Farsa” de Silvia Pérez Cruz que presentaremos en verano en Barcelona. Es un disco con canciones compuestas para el cine, el teatro y otras disciplinas. Y luego estoy con otro par de textos.
-¿Qué fue del sueño de “My Fair Lady” con Rosalía?
-Quedó en el pasado. Me pareció una buena idea, pero nunca he estado en disposición de hacerlo, aunque sería maravilloso.
-Acaba de actuar en “La lámpara maravillosa”, de Grumelot, ¿autor, director o actor?
-Hago lo que me gusta. Si hay un proyecto que me interesa digo que sí. Intento no reprimir cualquier cosa que me produce un deseo. Me gusta actuar, pero no me interesa en general, solo en particular.
-¿Y qué tal ha llevado este tiempo de Covid?
-He leído mucho más que antes, libros más largos. Soy muy disperso y suelo leer cinco libros a la vez, de los que termino uno. También retomé la actividad de escribir, que la tenía abandonada. Tengo un vínculo con la escritura más constante. Antes solo escribía para, ahora lo hago por placer. Me gustaría ser un señor mayor que escribe. Retirarme en la montaña.
-¿Nota la diferencia entre unos textos y otros ahora que lo hace “por placer”?
-No hago encargos. Cada vez que me siento es porque tengo ganas y porque no tengo disciplina. Es más un problema que una virtud. Escribo por impulsos, no le debo a nadie ningún texto.