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Larra: el trágico suicidio del pobrecito hablador

Un día como hoy de 1837, el periodista y ejemplo del Romanticismo literario español se quitó la vida con un tiro en la sien
Mariano José de Larra
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La disconformidad de Mariano José de Larra no se basó en el pesimismo, sino en la decepción de un enamoradizo que, a través de su ojo y pluma periodística, hizo todo lo posible para liberar a su querida y estancada España. El escritor español, que nació un 24 de marzo de 1809, basó sus artículos y libros en la crítica satírica de aquello que le rodeaba. Escéptico y rebelde, pretendía ser un puente entre la élite y la realidad. Pero no siendo un desarraigado, sino que, con un análisis costumbrista, rechazaba la ilusoria comodidad que se vivía en su época.
Un día como hoy de hace 184 años, el que sirvió de influencia para la generación del 98 calmó su impaciencia pegándose un tiro. En 1837, el periodismo español se quedó mudo ante el suicidio de Larra. Según escribe Carlos Janín en su “Diccionario del suicidio”, el periodista ponía fin a su vida en su domicilio de la calle de Santa Clara de Madrid disparándose un tiro en la sien. Hay quienes relacionaron este hecho con una historia fallida de amor, pero, y aunque suene menos romántico, las principales teorías sostienen que lo hizo por el mismo motivo por el que realizó su obra íntegra: por insatisfacción, por impotencia, por España.
Junto con Espronceda, Bécquer y Rosalía de Castro, el escritor pertenecía al máximo ejemplo del Romanticismo literario de nuestro país. Entre su obra, destaca la ensayística, que escribió bajo los seudónimos Fígaro, el Duende, Bachiller y el Pobrecito Hablador. Este último es homónimo a la revista satírica que fundó en 1832. Tras dejar a un lado durante una época a su vocación, el periodismo, Larra volvió a mostrar sus ápices de esperanza para superar el estancamiento que se vivía en el país. Defendió a capa y espada la verdad, la razón y la libertad. No obstante, al igual que él fue un valiente por no disimular, la mayoría cobarde le ignoró por miedo a desencajar.
Gracias a estos artículos, hay quienes sostienen que se suicidó por frustración ante el insostenible desconocimiento. ¿Qué debe sentir una mente como la de Larra al no obtener ninguna reacción aún explicando la verdad a gritos? Sin duda, como él mismo supo llamarse a sí mismo, se trató de un “pobrecito hablador”, de un observador astuto cuya pupila veía con claridad esquivando cualquier tipo de censura o intereses.
Más allá de la razón de su muerte -un suicidio, por mucho que se intente explicar, siempre será complicado de entender-, lo que sí está demostrado es que fue una situación especialmente traumática para su familia. Según Janín, fue su hija Adela, de seis años (cinco según otros autores), quien encontró el cadáver del periodista. Iba a darle las buenas noches cuando le vio en el suelo, con un charco de sangre rodeándole y una pistola al lado. “Escribir en Madrid es llorar, es buscar voz sin encontrarla, como una pesadilla abrumadora y violenta”, escribió Larra, haciendo alarde de la incomprensión y desesperación que le podrían haber llevado a apretar el gatillo.
Hoy su nombre y obra continúan siendo recordados. Larra fue un adelantado a su tiempo y un escritor prolífico: en tan solo 8 años, entre los 19 y los 27, escribió cerca de 200 artículos con una calidad envidiable. Asimismo, además de pasar a la historia como un auténtico dandi y experto cronista y narrador -léase el homenaje que le escribió Francisco Umbral en su “Larra: anatomía de un dandy”-, destacan en su literatura títulos como “El doncel de Don Enrique el Doliente” (1834) o “Macías” (1834). Además, para los más curiosos, hoy podemos encontrar en el Museo Romántico de Madrid la pistola con la que Larra se quitó trágicamente la vida.