El día después de la peste negra
¿Cómo será el mundo post covid? No lo sabemos, pero quienes sobrevivieron a la peste negra fueron testigos de transformaciones sin precedentes
Creada:
Última actualización:
Inmersos como nos hallamos en una gran pandemia a escala global, a priori pensamos que contamos con buenas herramientas y conocimientos para enfrentarnos a ella en términos sanitarios. Pese a todo, el impacto que supone este reto a nivel humano nos sobrepasa, y en lo social seguimos tan desconcertados como lo estuvieron quienes vivieron los brutales estragos de la peste negra en el siglo XIV (1347-1352), cuyo inesperado azote cogió de improviso tanto a médicos como a religiosos y, por supuesto, por encima de todo, a la gente de a pie. La histórica situación actual ha generado cierto interés en la recuperación y el estudio de otras grandes pandemias históricas, entre ellas, la que fuera «la madre de todas las pandemias», como la han llamado algunos buenos especialistas.
Obviando el trauma que supuso el peaje en muertes de tan terrible plaga entre quienes poblaban Europa en aquellos tiempos, una vez transcurrido el brote, el futuro se abría ante los ojos de muchos otros, ese 40 a 60% de supervivientes que habrían de salir adelante con sus vidas. Era, en verdad, tanto para ellos como para sus descendientes, un futuro incierto en lo cotidiano. Se ha hablado mucho de los cambios que se produjeron a causa de la pandemia en las décadas posteriores y del impacto que ello tuvo como precuela a los grandes cambios que habrían de acontecer en el último siglo de la Baja Edad Media.
Los especialistas en el tema hablan de mentalidades, de religión, de arte y de política, pero también del factor económico, con efectos resultantes del caos demográfico ocasionado por la plaga: a falta de mano de obra, los trabajadores (fundamentalmente, artesanos y agricultores) vieron cómo aumentaba el valor de su trabajo, y, en consecuencia, sus salarios. En todos estos campos, y en otros, se supone que la peste negra supuso un antes y un después para una Europa devastada.
A la par que aquella pandemia, la sociedad europea también estaba cambiando. Lógicamente, ese gran cambio de un paradigma a otro, del Medievo al mundo moderno, de la «oscuridad» al Renacimiento, no fue un proceso mecánico ni inmediato, y ni siquiera derivado directamente de la peste, pero no hay duda de que el cataclismo demográfico que supuso la plaga sentó unas bases nuevas sobre las que habría de moverse cualquier respuesta social y política que fuera a producirse.
Uno de los ejemplos más singulares a este respecto es, como se ha dicho, el de la economía, que sufrió un proceso que podríamos calificar de paradójico en muchos aspectos. Si bien es cierto que los salarios en alza facilitaron la vida de algunos, también lo es que los precios de los productos básicos tendieron a subir como la espuma, en buena medida por la especulación que se ejercería con ellos. A su vez, la aristocracia vio cómo sus tierras perdían valor y en cambio se incrementaban los gastos para trabajarla.
Sin embargo, con el tiempo la respuesta de las élites económicas a la pujanza y ostentación de las clases inferiores se hizo notar, y lo hizo de forma implacable. Generalmente se alude al famoso y precoz Estatuto de los Trabajadores –destinado a reducir los salarios o dificultar la movilización social– en la Inglaterra de Eduardo III (1351) como un ejemplo de respuesta inmediata en dicho sentido, pero también hay que tener muy en cuenta los cambios producidos en los vetos a la elección de cargos públicos de gentes de los antes todopoderosos gremios en las grandes asambleas legislativas de las ciudades europeas más importantes.
Desde los puestos de representación, copados con frecuencia por las grandes familias oligarcas, la legislación cívica de las grandes ciudades, que se puso al servicio del control de las enfermedades, la higiene y otras cuestiones que resultaron muy útiles para luchar contra los brotes periódicos de la peste, fue también un instrumento perfecto para las pretensiones de una élite económica que no tenía reparos en utilizar los mecanismos políticos que creyera necesarios para frustrar las aspiraciones de los estamentos más bajos. Quienes más hubieron de sufrir fueron las mujeres, ahora sin acceso al trabajo en los gremios (y a los salarios, y de esta forma dependientes de sus maridos) y a quienes se les decía desde cómo habían de vestirse hasta cómo destinar sus vidas al cuidado de los niños, puesto que cada uno que nacía era una bendición para la magra población europea.
A golpe de leyes y de limitación de las libertades individuales, lentamente la nueva Europa hubo de aprender cómo debía comportarse cualquier ciudadano moderno no solo en la calle o en el campo, sino también dentro de sus casas. Allí de donde pudo surgir una posibilidad de progreso social, se fraguó en cambio una mayor dependencia de las aventuras económicas de los que manejaban grandes cantidades de dinero y una menor posibilidad de recurrir a aquello que la gente de a pie podía conseguir con sus propias manos.
Para saber más...
- “La peste negra” (Arqueología e Historia, n.º 35), 68 ppáginas, 7 euros.