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Darío Villanueva: «Existen campañas para censurar el diccionario de la RAE»

El exdirector de la Real Academia Española asegura que «no ha habido ningún sanedrín para que el masculino sea inclusivo. Es una estructura que no ha impuesto nadie»
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Más que un libro es un acto de valentía. En una época de componendas y arbitrajes que amenazan con quebrar la razón y callar el sentido común, Darío Villanueva ha decidido hablar a las claras y sin rodeos. Su libro «Morderse la lengua» (Espasa) es una denuncia sin recelos de los silencios y mutilaciones lingüísticas que intentan imponernos los adalides de lo políticamente correcto que ha alumbrado la sociedad de la «posverdad». El exdirector de la Real Academia Española, catedrático de Literatura Comparad, autor de «De los trabajos y los días» y cinéfilo sin tacha, aborda en esta obra el adanismo actual, los perjuicios del «multiculturalismo», la «guerra de las palabras», el «sentimentalismo tóxico» o la «tolerancia represiva». Para él, el origen de lo políticamente correcto «radica en instancias de la sociedad civil, de modo que lo que pueda haber en este fenómeno de coerción y censura debe ser atribuido a fuentes hasta cierto punto indefinidas, no a la intervención de poderes constituidos como puedan ser los religiosos, partidarios, gubernativos o estatales», asegura.
–¿Se están «formateando las mentes» como dice?
–Es una de las ideas en que insisto. Ahora estamos en un momento en que existen unos medios de comunicación como no ha habido antes para conformar el pensamiento y ficcionalizar nuestras mentes. La era digital ha proporcionado tecnológicamente instrumentos apabullantes. Además, este mundo digital está destruyendo los medios que antes tenían el poder para la configuración de las ideas, como la prensa o la tele. Algunos índices recogen el descenso de influencia de estos medios, y es preocupante, sobre todo, frente a ese lago de aguas turbias que son las redes.
–¿Por?
–Existen estudios de cómo un 70 por ciento de los usuarios de las redes sociales prefieren bulos o patrañas a informaciones verídicas. En los medios escritos tradicionales existe profesionalización, códigos, normas y pautas de comportamiento. Esto no aparece en las redes y favorece a los «trolls», que no están interesados en la verdad. Así nacen los bulos, que serían las «Fake News», o las «Storytelling», que traduzco como «patraña», como un relato engañoso. El bulo y la patraña son las dos armas preferidas de la «posverdad».
–De ahí nace la «poslengua», la lengua de la sociedad de lo políticamente correcto.
–Permítame responder a través de George Orwell. Él describe una sociedad distópica en su libro «1984». Ahí se menciona un gobierno que transforma el idioma para modelar las mentes y someter a los individuos. Es la «neolengua». Consiste en un inglés con una simplificación en los matices y una polarización interesada desde el punto de vista político. Orwell dice, en un ensayo, que esta lengua se implantará en 2050. ¿Qué significa eso? Repasar toda la literatura del pasado, traducirla a esa lengua elemental, que recurre a los eufemismos y los circunloquios. Pero no llamar por su nombre a las cosas empobrece siempre el idioma.
–Todos reconocemos hoy ese proceso.
–Llegué a la conclusión de que estamos en una era que es la de la «posmodernidad», el «poshumanismo», el «posindustrialismo», el «posmarxismo» y la «posverdad». Y lanzo la idea de que también aparece una «poslengua» donde se dinamitan dos fundamentos determinantes del lenguaje: por una parte, la palabra y la verdad de las cosas; los enunciados no tienen ya que corresponder con la realidad. Ni los que los enuncian ni los que los reciben se ven obligados a ello. Por ejemplo, escuchamos a políticos decir cosas que son falsas, que todos sabemos que lo son, y no nos rasgamos las vestiduras. Me asombra. El otro factor al que me refiero es la corrección política, que es una manera de censura. Alguien determina qué no se puede decir y todo el mundo debe someterse a esa tiranía. Ahí surgen los eufemismos y los tabús, que siempre han existido, pero que ahora se extienden como una mancha de aceite en la lengua. Por eso estamos también en la «posdemocracia».
–Lo políticamente correcto lo inunda todo. Ya hay que gente tiene miedo de expresarse.
–La corrección de política es una censura y una censura perversa. Sabíamos qué era la censura ejercida por los gobiernos. En los orígenes de esta corrección política está Herbert Marcuse, que lanza la idea de la «tolerancia represiva». Esta idea genera la corrección política. Alguien, que no es el poder establecido, determina lo que se puede decir y lo que no, y cómo decir las cosas. Esto empezó en los campus de Estados Unidos. Es un fenómeno que parte de abajo y que llega a arriba, al poder. Es justo el momento en que la Policía de Manchester publica una guía de la lengua correcta; la cartilla de lo políticamente correcto que se edita en la época de Lula da Silva y de las guías «no sexistas» que se aprueban en las instituciones gubernamentales de diferentes países... Existe un libro magnífico de Victor Klemperer sobre el lenguaje del Tercer Reich. En él cuenta cómo el nazismo se preocupó por la lengua. Ahora está pasando algo similar desde el momento en que un órgano de gobierno lanza una guía pensando en el sistema educativo y en cómo hay que hablar y enseñar la lengua en contra de las mismas leyes que la lengua se ha dado, porque la lengua únicamente se regula por sí misma y los hablantes.
–¿Y eso pasa?
–Existe una normativa. Quien no se atenga a ella puede ser objeto de una inspección. También afecta a las editoriales porque deben acogerse a ellas. En el caso de la lengua, influyen personas que no son estudiosos de ella. Hay profesores de esta asignatura que han sido expedientados y acosados por enseñar los fundamentos de la materia por la que ganaron su plaza, que es enseñar bien el idioma a los ciudadanos. La corrección política ahora también ha llegado arriba.
–¿Y por qué eso es peligroso?
–La expresión «morderse la lengua» incluye una violencia. Esto está sucediendo hoy en día y dio lugar al manifiesto contra la «cancelación» en Estados Unidos que ha recogido el apoyo de intelectuales como Vargas Llosa y Savater. La «cancelación» no es ninguna broma. Un español, en la Universidad de Princeton, que era querido y competente en su materia, fue expulsado porque un día dijo a un alumno: «Ponte a trabajar y deja de tocarte los cojones». Se abrió una investigación y se le echó. A las dos semanas se había suicidado. Hay una violencia detrás de todo esto. Es la «violencia de la cancelación», no de la censura de cuando se publicaba un libro inconveniente y se acaba en la cárcel. Esto supone tu muerte pública. Personas que han tenido una trayectoria benemérita y de esfuerzo quedan estigmatizadas simplemente porque alguien las declara incorrectas y, de repente, se encuentran en el arroyo.
–Esto se da a la vez que un empobrecimiento de la lengua.
–Las realidades de la vida social, política e individual están llenas de complejidades y es necesario matizar la realidad personal y física. La «poslengua» cercena esta riqueza de matices. No olvidemos que un gobernante, el más poderoso, Trump, transmitía su política a través de tuits. Son píldoras. Igual pasa con los consejeros de comunicación de los políticos. Siempre les están dando titulares. Y si alguien desarrolla en la radio o la tele una argumentación más complicada, en una edición posterior queda reducida a un esquema donde los matices se pierden. El resultado es que a veces parece decir todo lo contrario de lo que en principio pretendió comunicar.
–Y está la batalla del género de las palabras y ese «todes» o«tod@s».
–En este asunto hay proposiciones que son de muy difícil aplicación. Que me expliquen a mí cómo van a convencer a más de 490 millones de hablantes de español a decir «burres» en lugar de burros o burras. Hay otras soluciones pintorescas a este respecto que afectan a la ortografía. ¿Cómo se pronuncia la arroba? No se puede admitir una ortografía que va en divergencia con la lengua hablada. A esto hay que añadir la manipulación de fundamentos de la estructura de la lengua.
–¿A qué se refiere?
–No ha habido ningún sanedrín para el masculino inclusivo. Es una estructura que no ha impuesto ni creado nadie. Voy a hacer una pregunta. Cuando el Presidente del Gobierno se dirigió al país para advertir de la gravedad de la pandemia, dijo que se esforzaría al máximo en garantizar «la salud de todos los ciudadanos, que cuenta con todos los servidores de la Sanidad Pública, y entre todos vamos a salir hacia adelante». Lo pronunció con semblante serio, acorde con el momento. Bien, ¿alguna mujer española sintió que no iba a ser protegida por el Estado cuando el Presidente hablaba de «todos» los ciudadanos o que se las estaba excluyendo?
–No creo.
–La relación entre ideología y lengua está ahí. Pienso que el feminismo es la revolución más importante del siglo XXI. Y es de una extraordinaria importancia. Es una revolución justa. Pero veo cosas extrañas. Cuando el feminismo empezó a meterse con la lengua inglesa fue cuando se cuestionó la palabra «History», por usar «His» y no el femenino «Her» en este vocablo; también se dijo que no se podía usar «Woman» porque la partícula «Man» significa «hombre». Se están manipulando las palabras. En relación con el género «trans» hay una corrección política también. Las palabras «madre» o «mujer» ya tampoco son correctas: para «mujer» hay que emplear «persona menstruante»; para «madre», «persona lactante». Esto tiene una relación directa con la ideología.
–¿Los defensores de lo políticamente correcto intentan modificar el diccionario de la RAE?
–Hay diccionarios que están sometidos a presión. Sobre todo dos, el de Oxford y el diccionario de la RAE. El de Oxford está elaborado por una entidad privada. El DRAE empezó hace 300 años y lo elaboran 24 corporaciones, porque están todas las academias, organizadas en Asale. En este tiempo se ha visto asediado por propuestas que llegaban a la RAE o campañas externas para que se quitaran palabras o se modificaran. Querían la censura del diccionario. Eso no tenía ni coto ni fin. No sabíamos hasta dónde llegar. Yo mismo recibí una carta de una señora que exigía que se retirara del diccionario los adverbios en «mente» porque a ella le hacían llorar los ojos. Y otro que se retirara «racional» porque era ofensivo para los «irracionales». Hay campañas organizadas por grupos con planteamientos asombrosos. Recuerdo la palabra «cáncer». En su cuarta acepción hace referencia «a cualquier desorden que altera el funcionamiento de la sociedad». Pues hubo quien fue al Parlamento para que se obligara a la RAE a retirar esa aceptación, que está en el habla habitual, porque era ofensiva para los enfermos y afectaba a su recuperación. Es una pendiente que no tiene fin. Si cualquier grupo que considere que tiene derecho a alterarlo y logra fuerza para conseguir sus objetivos, el diccionario desaparecerá. Será un diccionario seráfico, de palabras bonitas. Es orwelliano. Existe la idea de que el diccionario es algo que hace la Academia y que las palabras están ahí porque las han inventado los académicos y, por tanto, ellos son responsables de ellas. Quieren cepillar el diccionario. Pero si se hace desaparecerá. Aristóteles decía que las palabras sirven para lo justo y lo injusto, pero que el ser humano, a diferencia de los animales, tiene la capacidad de distinguir si las palabras son buenas o malas.