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Una íntima jornada en la “otra” Cañada Real de la mano de Isabel Lamberti

Tras su excelente paso por San Sebastián, se estrena en salas “La última primavera”, el sensible y naturalista filme de la realizadora holandesa
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  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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La cámara de Isabel Lamberti no se acerca a los ojos de los niños, a las pieles de las mujeres o a las prendas de ropa con olor a limpio que ondean en los tendederos de los patios con la mirada ajena y desinteresada del creador distante. No lo hace porque sabe que la honestidad en el cine resulta fundamental para que te crean, pero también para creernos a nosotros mismos. Por segunda vez consecutiva, esta realizadora holandesa de padre español vuelve a girar el obturador hacia las personas que viven en los márgenes, hacia esos integrantes del pueblo gitano que depositaron hace ya demasiado tiempo su vida y sus afectos en las chabolas de la Cañada Real a través de “La última primavera”.
Tras conseguir el Premio Nuevos Directores en la pasada edición del Festival de San Sebastián con esta hibridación audiovisual que cabecea entre la precisión documentalista y el envoltorio relajado de la ficción, Lamberti tiene claro que su intención inicial “en ningún momento era hacer una película documental dramática, política o de denuncia”, puesto que “soy directora, no periodista”. La joven apela a la necesidad de establecer vinculaciones emocionales: “No se puede entrar en un lugar como la Cañada Real con una cámara al hombro con el objetivo de hacer un experimento. En este caso, el acercamiento a la familia Gabarre supuso tiempo, confianza, empatía y generosidad por ambas partes. Tenía claro que no podía llegar para irme”, señala para LA RAZÓN.
“La última primavera” muestra a través de un delicado tratamiento de los símbolos y la cultura, la cotidianidad de la familia Gabarre, durante los meses previos al desalojo de gran parte de este poblado de la vergüenza que sigue existiendo en un país desarrollado como España. “Llegué a esta familia a través de Susana Camacho Arpa, la coordinadora del equipo de intervención de la Cañada Real y mi relación con ellos existe desde hace ya casi cinco o seis años. Durante este tiempo hemos tenido la oportunidad de poder conocernos muy bien y establecer unos vínculos casi familiares. Desde que nos conocimos, cada vez que vengo a España a visitar a mi abuela, aprovecho para ver también a mi familia gitana, como yo les llamo. Para poder grabar escenas tan íntimas como las que yo pretendía, necesitas la confianza del otro. Siempre”, explica Lamberti.
Sin entrar en un análisis pormenorizado de las complejidades que alberga la situación social de las familias que integran la Cañada, la directora expresa su disconformidad con el trato informativo que en ocasiones se hace: “No ayuda nada la representación sensacionalista y amarillista que llevan a cabo muchos medios de comunicación sobre el pueblo gitano. Seguro que hay gitanos criminales, ladrones o traficantes pero como en todas partes del mundo y dentro de cualquier etnia. Creo que precisamente lo que intentamos con esa película es mostrar una cara más humana, más cercana con la que cualquiera pueda llegar a sentir empatía pero nacida de la realidad. De esa otra realidad que a veces nos negamos a mirar porque no nos la creemos”. Lamberti, con su mirada respetuosa, inteligente y cálida, celebra a las personas de los márgenes, a aquellas que no siempre tuvieron cumpleaños.

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