Crítica de “Mamá María”: camella a tiempo parcial ★★★☆☆
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Dirección: Jean-Paul Salomé. Guion: Hannelore Cayre y Jean-Paul Salomé, según la novela de Cayre. Intérpretes: Isabelle Huppert, Hypolytte Girardot, Farida Ouchani, Liliane Rovère. Francia, 2020. Duración: 104 minutos. Comedia.
Cuando Isabelle Huppert aparece en una de esas películas francesas indistintas y genéricas que frecuentan nuestra cartelera, da la impresión de que quiere demostrar que sabe hacer algo que no habíamos visto nunca. En “Mama María” -que debería titularse “Mamá Hachís”: nos hemos perdido un dudoso chiste onomatopéyico- habla un árabe que parece nativo, o al menos eso es lo que nos transmiten los policías y delincuentes que la rodean, que confían en su oficio de traductora como si de su precisión lingüística dependiera, para unos, la buena salud de la comisaría, y para otros, su encierro en prisión. Huppert también nos enseña que, cuando quiere, puede ser una actriz ligera, que te besa mientras te roba la cartera, y que tiene un particular sentido del ‘timing’ cómico. Luego pasa que el espectador no se cree la invisibilidad de esa mujer que, de un día para otro, saca su lado salvaje cuando se encuentra en posesión de una tonelada y media de droga que la puede sacar de la (relativa) miseria. No parece miserable, Isabelle, y menos pobre.
Tal vez juega a serlo porque el pasado de su antiheroína fue glorioso, y ahora se dedica a ser una intermediaria -comercia con los significados de las palabras- que prefiere convertirse en camella al por mayor para salvar los muebles. Cuando vemos que “Mamá Maria” tiene espíritu de vodevil, de juego del escondite, casi diríamos que de comedia bufa -la escena de la boda china descarrila que es un primor- a destiempo, percibimos que Isabelle -cuyo personaje se llama, ojo al dato, Paciencia- podría salir a flote del peor de los naufragios. No pretende que la creamos como medio argelina y medio francesa, con esa yihab improbable, como una parodia femenina de Walter White, pero firme y escuchimizada. Tampoco le importa que el guion pase por alto lo inverosímil del disfraz, porque ella ha venido a jugar y a divertirse, y probablemente mañana ya no se acordará de esta película, pero usted, lector, sí recordará que Isabelle tiraba las cenizas de una muerta en los pasillos de un centro comercial, con esa sonrisa de satisfacción de haber convertido en nuevo algo conocido.