Pensar en tiempos del nazismo
«El fuego de la libertad», de Wolfram Eilenberger, muestra la resistencia intelectual de Hannah Arendt, Simone de Beauvoir, Simone Weil y Ayn Rand en los años más oscuros de los totalitarismos
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El filósofo Wolfram Eilenberger cartografía la biografía intelectual y humana de cuatro pensadoras que desafiaron los totalitarismos con sus libros y proposiciones. «El fuego de la libertad» (Taurus) aborda las figuras de Hannah Arendt, Simone de Beauvoir, Simone Weil y Ayn Rand, y muestra cómo en los peores años del nazismo, el fascismo y el comunismo, ellas supusieron una resistencia y una barrera contra unas ideologías que amenazaban con destruir valores y pilares fundamentales de la cultura, la civilización, la democracia y el ser humano. «Incluso en tiempos oscuros, tú puedes pensar. La filosofía está hecha para todos nosotros. Es una especie de medicación para el alma. Ellas, justamente, nos enseñan que, incluso aunque seas perseguido, no tienes por qué ser una víctima. Si eres una persona activa, puedes continuar siendo dueño de tu propio destino». Eilenberger enseña en estas páginas que este cuarteto de mujeres excepcionales dio prueba de una enorme valentía en una década donde el heroísmo podía costar muy caro, incluso pagarse con la propia vida. «Hay que tener en cuenta un tema que resulta crucial. Fueron mujeres y fueron intelectuales en la década de los años 30, y eso no era sencillo. Y, además, tres de ellas eran judías. Parte de la presión estaba ahí. Pero su pasión y vehemencia la adquieren de la filosofía y la respuesta que encuentran a esas circunstancias tan difíciles es actuar», comenta el autor.
Las cuatro parten de coordenadas vitales diferentes, pero las cuatro coinciden en explicar problemas fundamentales de sus sociedades y aportar respuestas y soluciones. «Una de las cuestiones centrales de la filosofía es la relación con la comunidad y el Estado dentro del que se ha crecido. Ellas tienen una visión muy crítica sobre la cara oculta de las relaciones humanas. Estas filósofas son muy receptoras y muy sensibles con los problemas que plantea la colectividad. Pero coinciden en que el hombre tiene el poder de dirigir o de dominar su vida. Ellas reaccionan a la tremenda presión que sobreviene con los años veinte y treinta. Consideran que las identidades colectivas pueden destruir eventualmente el mundo entero. Por supuesto, el nazismo es el ejemplo más evidente. Pero la sociedad proletaria del estalinismo es otro magnífico ejemplo», comenta Eilenberger.
A lo largo de estas páginas no solo conocemos aspectos esenciales que determinaron el decurso y los engranajes de su pensamiento, también acontecimientos y vivencias que moldearon su conciencia y que les hicieron ver la realidad a la que se enfrentaban ellas y el mundo entero. Unos hechos que también las obligaron a implicarse y a tomar una posición respecto a ellos. Una actitud que todavía debería ser un referente hoy en día, cuando algunos fantasmas del pasado comienzan a resurgir en Europa y Estados Unidos. «La banalidad del mal es muy normal hoy en día. Está en todas partes -asegura Wolfram Eilenberger refiriéndose a Hannah Arendt-. Tenemos que vivir con la banalidad del mal porque siempre está ahí. En algunas ocasiones de la historia, emerge de una manera más clara. Ahora está presente el peligro de la banalidad del mal si la defines como la voluntad o la incapacidad para pensar por ti mismo».
Un peligro
Para Eilenberger esta amenaza no es abstracta ni tampoco metafórica, sino concreta y material. Y expone una de sus manifestaciones. «Una gran amenaza de la banalidad del mal es la inteligencia artificial, porque solo la idea misma de una inteligencia artificial representa que nosotros mismos ya no tenemos que juzgarnos por nosotros mismos. Las máquinas pensarán y también juzgarán por nosotros. Pero debemos tener en cuenta que la capacidad para pensar y juzgar por nosotros nos da la posibilidad de decidir cómo queremos vivir. Creo que hoy, el gran peligro presente, en términos de la banalidad del mal, reside en esa esperanza utópica de conectar con arquitecturas inteligentes». Por eso defiende la postura de Hannah Arendt de ser dueños de nuestra voluntad y de que nadie pueda ocupar el espacio de nuestro pensamiento y juicio. «Es muy fácil, es muy agradable, no reflexionar por nosotros mismos, pero yo lo que quiero es vivir mi vida, buscar un diálogo con la gente y el pensamiento».
Uno de los asuntos que abordan estas filósofas es el nacionalismo, una ideología que ahora resurge y que ya antes desgarró a Europa. «Vuelven, sí, y con ellos la identidad colectiva. Se ha dedicado demasiada energía a este pensamiento: mi tierra, mi lengua... Lo que podemos hacer con nuestras identidades nacionales puede ser muy peligroso. Por definición, el nacionalismo es un concepto muy problemático. Tenemos que encontrar la manera de que la gente se enorgullezca de su tierra pero que, a la vez, esté abierta a los demás. Creo que lo realmente amenazador en este asunto son las ideas de pureza colectiva. Un asunto que encontramos a menudo a donde quiera que mires en el pasado».
Eilenberger, en este aspecto, reivindica un punto del pensamiento de Simone Weil, «para mí una de las mentes más profundas del siglo XX». Para él «es un escándalo que no se hable más de ella». La define como muy religiosa, que entiende el poder de la religión en la vida humana, pero que también habla de la necesidad de la gente de sentirse en casa. «No puedes decir que eso no es importante para la gente, porque es el lugar en el que están, es su lengua y el sitio donde tienen una comunidad propia». Pero, a la vez, sugiere, hay que encontrar la manera de articular eso con los demás y encontrar lo que llama una especie de «patriotismo sano» que no excluya a los demás, al «otro», una palabra que en el pasado ha sido utilizada en demasiadas ocasiones para infravalorar a muchos hombres y mujeres.